Cris y Alice se habían ido a cambiar de ropa juntos, preocupados, murmurando entre sí sobre cómo iban a resolver el desastre. Alice no paraba de mover las manos mientras hablaba, y Cris, con la chaqueta al hombro, asentía serio, como si estuvieran planeando una estrategia de guerra.
Andy se había quedado con Leo, sentada junto a él en el asiento trasero del auto. La noche afuera seguía vibrando con música lejana, pero allí dentro todo parecía más lento, como si el tiempo se derritiera entre suspiros y susurros.
Leo tenía los ojos entrecerrados, la cabeza ladeada y una sonrisa tonta, pero dulce.
—Eres tan linda… —murmuró por cuarta vez, alzando una mano torpe para rozarle el rostro—. Preciosa… eres… la más linda. Le depositaba besos uniendo sus labios de forma dulce y sueave haciendo que la cabeza le diera vueltas y perdiera la noción del tiempo .
Andy bajó la mirada, sintiendo cómo una calidez le trepaba por el cuello. ¿Cómo no rendirse ante eso? Leo era guapo. Guapo de verdad. Tenía el cabello revuelto, la camisa abierta en los primeros botones y esa forma de mirarla que la desarmaba. Su voz arrastrada y su aroma, una mezcla entre colonia y algo más dulce, le daban vueltas en la cabeza.
—Leo… tienes que dormir —le susurró, tratando de sonar firme, pero su voz tembló apenas.
Él no obedeció. En vez de eso, se inclinó hacia ella y le dio un beso sosteniendo su mejilla creando esa sensación embriaguez en Andy y luego le dio un beso en la frente . Otro en la nariz. Otro, más lento, en la comisura de los labios y nuevamente se ensañó con sus labios
Andy cerró los ojos un segundo. Debía apartarse. De verdad. Pero Leo la tenía atrapada. Con su risa suave, con sus manos tibias, con esa forma de decir su nombre como si fuera algo sagrado.
—Te quiero tanto… —susurró él, bajito, como si le confiara un secreto.
Andy se mordió el labio. Lo sabía. Lo había escuchado antes. Pero en ese momento, con la noche cubriéndolos como un velo y el mundo afuera tan lejano, esas palabras le cayeron diferente. Como una lluvia cálida después de una tormenta.
—Yo también te quiero —dijo, apenas audible, rozándole el cabello con los dedos.
Leo acerco sus labios a los de ella los roso primero con sus labios y luego nuevamente la beso estampando sus labios con los de ella y Leo la apretó contra su pecho. Ya no era solo ternura. Su abrazo tenía algo más. Algo que encendía. Andy sintió el cuerpo de él pegado al suyo, su respiración más rápida, sus labios buscándola con más intención. Y ella… ella también lo deseaba. Lo sentía subirle por el pecho, esa tensión caliente que le erizaba la piel y le hacía olvidar todo.
—No me dejes solo —susurró él, con la voz ronca.
Ella no podía. No quería. Le dio un beso. Después otro. Y otro más, cada vez más lentos, más profundos. Leo la acariciaba como si tuviera miedo de que desapareciera, y Andy se aferraba a él como si pudiera calmar su mundo con un solo abrazo.
—Tenemos que parar —murmuró, con los ojos cerrados y la frente pegada a la suya.
Pero no se movió.
Porque era Leo. Porque estaba borracho y dulce. Y porque en ese instante, en esa burbuja de calor y deseo, también estaba siendo sincero.
En eso, la puerta del auto se abrió de golpe.
Alice apareció primero, con su paso tan característico: casi danzante, ligero, como si la música del salón aún sonara en sus pasos. Llevaba el cabello suelto, una chaqueta sobre el vestido, y los ojos bien abiertos… justo antes de fruncir el ceño y alzar ambas cejas con una expresión de puro escándalo.
Los encontró ahí, respirando entrecortado, abrazados como si el mundo fuera a acabarse. Andy apenas alcanzó a separarse, sobresaltada, el rostro ardiendo y los labios medio entreabiertos. Leo soltó un quejido suave al sentir el vacío donde antes estaba el cuerpo de ella.
Alice, todavía procesando lo que acababa de ver, no tardó ni un segundo en actuar: le dio un zape en la cabeza a Leo con la mano libre.
—¡¿Amonos, cómo tamos, eh?! —soltó, con una risa entre sorprendida y divertida—. ¡Al menos espérense al viaje! ¡Respeten, caray!
Andy se cubrió la cara con las manos, ahogando un quejido de vergüenza. Tenía las mejillas coloradas, el cabello revuelto y una sonrisa culpable que no lograba esconder.
Cris venía un par de pasos más atrás, con las manos en los bolsillos y expresión ya resignada. Apenas alzó las cejas, sabiendo muy bien cómo era Andy. Su ternura, su pudor, su facilidad para ponerse roja por cualquier cosa.
Se aclaró la garganta, sin entrar en detalles.
—Vamos, para que te cambies —dijo, en tono tranquilo, casi protector.
Andy asintió, apurada por escapar de la escena, pero justo cuando iba a bajar del asiento, Leo estiró una mano y la tomó con suavidad por la muñeca.
—No te vayas… por favor —susurró él, todavía con la voz adormilada y los ojos brillosos, medio soñando.
Andy dudó. Bajó la mirada. Alice se cruzó de brazos con una sonrisa ladeada.
—Yo me quedo con el bebé —dijo, guiñándole un ojo a Andy—. Anda, cambia esa carita de "me cacharon" y ponte algo cómodo.
Andy bajó del auto sin decir palabra, mordiendo el interior de su mejilla para no sonreír. Cris le abrió camino sin hacer más comentarios, como si le hubiera prometido con el silencio que no iba a molestarla.
Mientras se alejaban, Alice se metió al auto y se acomodó al lado de Leo, que seguía tirado como si estuviera flotando entre nubes.
—¿Sabes? —dijo Alice, mientras le pasaba una botella de agua—. Casi haces que esa niña se desmaye.
Leo sonrió, cerrando los ojos.
—Valió la pena…
Quedaban apenas unos cuantos autos dispersos. Entre las luces intermitentes de la pista de baile, Andy y Cris caminaban de regreso al estacionamiento, sus pasos retumbando en la soledad húmeda del lugar. El eco de la música, ya lejana, parecía un recuerdo mal cerrado.
Andy se abrazó a sí misma, encogiendo los hombros.
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Editado: 03.06.2025