Cuidala bien

Pasado - Conexión

El inicio del viaje fue completamente distinto para Andy y Leo.

Caminaban por la reserva natural que bordeaba la playa, rodeados de vegetación espesa, tierra húmeda y una brisa salada que despeinaba con cariño. Leo iba al frente, como si conociera cada rincón del lugar, saludando a los coatíes como si fueran viejos amigos y agachándose a observar a los cangrejos que cruzaban la arena en fila.

Andy lo seguía, entre divertida y desconcertada, preguntándose cómo alguien podía moverse con tanta tranquilidad en medio de tanta selva.

Y entonces, sin previo aviso, Leo se agachó, estiró la mano… y atrapó una iguana.

—¡LEO! ¡Suéltala! —gritó Andy, dando un brinco, horrorizada.

—Es inofensiva —rió él, alzándola con orgullo como si fuera un trofeo.

—¡Eres un niño! —le reprochó, escondiéndose detrás de un arbusto.

—Tal vez… pero

soy un niño que se divierte —dijo, antes de dejarla en el suelo.

Ella lo miró con una mezcla entre fastidio y risa, pero no pudo evitar sonreír.

Siguieron caminando, y un colibrí anaranjado apareció de la nada, flotando cerca del rostro de Andy. Ella se detuvo en seco, boquiabierta.

Leo la miró de reojo y murmuró:

—Es un colibrí rufous. Vienen cuando hay magia cerca.

Andy giró hacia él, sonriendo, justo a tiempo para sentir sus labios dejarle un beso suave en la mejilla.

El colibrí se fue volando. Pero el calor del beso no.

Unos minutos después llegaron a la playa. Leo le tomó la mano sin pensarlo dos veces y la arrastró corriendo hacia el mar.

—¡Leo, no! ¡Está helada! —protestó Andy.

—¡Precisamente! —gritó él, riendo.

El agua les golpeó los tobillos, y luego las rodillas, y en cuestión de segundos ya estaban empapados. Saltaron, rodaron, se empujaron entre las olas como dos niños escapados de la escuela. Se reían tanto que apenas podían respirar.

En uno de esos momentos, Leo se quedó mirándola.

Andy tenía el cabello lleno de arena, los ojos mieles brillantes, y la risa le bailaba en la boca.

Era un caos. Un hermoso, maravilloso caos.

Y Leo no pudo evitarlo. Se acercó y la besó.

Andy respondió sin dudar, profunda, suave, entre risas y sal. Sus manos se buscaron, se tocaron, se reconocieron. El mar los rodeaba, los mecía. Hasta que una ola gigante los cubrió por completo y los separó.

Salieron a la superficie ahogados de risa.

—¡Nos interrumpió el mar! —dijo Andy, limpiándose el agua de los ojos.

—Tal vez fue su forma de decirnos que nos calmemos —bromeó Leo, despeinándose como si eso fuera posible con semejante desastre.

Más tarde, mientras descansaban en la arena, vieron acercarse un barco turístico al muelle.

—¿Vamos? —preguntó Leo.

Andy asintió, aunque se miró preocupada: tenía arena hasta en las pestañas y el cabello como si hubiera pasado por un huracán.

—¿Estoy muy despeinada? —preguntó con una mueca.

Leo la miró, se acercó, le tomó la cara con las dos manos y le dejó un beso en la frente.

—Pareces salida de la guerra… pero eres perfecta. Si quieres, yo te peino.

Andy soltó una risa baja, le dio un beso dulce en los labios y susurró:

—Ya vuelvo.

—Gracias por la confianza, ¿eh? —se quejó él, fingiendo indignación mientras ella huía.

Andy entró al baño del muelle y se miró en el espejo.

Su reflejo era un caos: cabello enmarañado, piel bronceada, granitos de arena por todos lados y un par de raspones en las rodillas.

Parecía una mezcla entre náufraga y gremlin.

Y aun así… sonrió.

Había sido uno de los mejores días de su vida.

Mientras tanto, del otro lado del club, los ánimos se habían calmado cayendo la noche . Alice había dejado a Cris solo en el baño otra vez y, aún con las mejillas encendidas de vergüenza, había regresado a tomar sol. El calor acariciaba su piel y el murmullo de las palmeras la iba adormeciendo. Cerró los ojos bajo el sombrero de ala ancha y se dejó llevar por el zumbido de las cigarras. Se quedó dormida en la butaca, con el cuerpo medio ladeado y la piel ya demasiado caliente por el sol.

Hasta que un baldazo de agua helada la arrancó del sopor.

—¡¿Qué demonios?! —gritó, incorporándose de golpe, mientras el sombrero empapado caía al suelo. El frío le recorrió la espalda como un latigazo.

Cris se estaba riendo a carcajadas, parado con el balde aún en la mano, el sol brillando sobre sus rizos mojados.

—Pensé que necesitabas un poco de hidratación —dijo con tono burlón—. Estás negra de tanto sol.

Alice lo fulminó con la mirada mientras el agua le chorreaba por las piernas

—¿Qué te pasa? —espetó, tiritando un poco, pero más por la rabia que por el frío.

Cris no dejaba de reír, con esa risa suya despreocupada que hacía imposible saber si lo decía en serio o solo buscaba provocarla.

—Esa sí no te la paso... —dijo, intentando calmarse mientras se secaba los ojos.

Alice resopló, empujándose el cabello mojado hacia atrás. Las gotas le corrían por la nuca.

—Me quedé dormida esperándote...

Cris notó el tono bajo de su voz y se acercó, algo más serio.

—Ok, lo siento, de verdad. Estaba muy cansado —dijo con una sonrisa más suave, bajando un poco la voz.

Alice cruzó los brazos sobre el pecho mojado, incómoda con la sensación de la ropa pegada al cuerpo.

—¿Quieres ir a comer? —preguntó él, intentando cambiar el foco.

Ella dudó, frunciendo el ceño.

—¿Ya regresaron los chicos?

—Sí... se estaban cambiando, pero llegaron como salidos de una guerra—respondió, encogiéndose de hombros.

Alice arqueó una ceja. confundida

—¿Qué pasó?

Cris le sonrió con picardía, la luces de la noche se reflejaban en sus ojos oscuros.

—Si vienes a comer, te cuento.

Ella sintió un nudo cálido en el estómago. Algo entre molestia y curiosidad, mezclado con esa forma suya de mirarla que siempre le desarmaba un poco la lógica.




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