Después de eso no supo nada más de Alice.
Ni la buscó.
Tampoco tenía cara de volver a su casa después de cómo habían terminado las cosas.
Solo quería un poco de paz. Respirar. Estar tranquilo.
Pasaron semanas.
Había ido a ver a Andy, pero seguía igual, como ida.
Le contó lo que había pasado con Alice, más por desahogo que esperando una respuesta.
Pero Andy parecía en otro mundo. Ya no estaba ahí.
Y eso lo hizo sentirse peor.
Andy había perdido a su alma gemela.
Alice, a su hermano.
¿Y él?
Él solo la había perdido a su mejor amigo
Así que decidió ir a verla, intentar arreglar lo que fuera que quedara entre ellos.
Estaba convencido de que Alice era el amor de su vida.
Solo habían pasado un mal momento. Uno muy feo, sí, pero… era por Leo. Todo había sido por Leo.
Pero esa mañana algo le cayó como un balde de agua helada.
Desde su ventana vio el jeep de la mamá de Alice lleno de maletas.
Sergio subía más y más bolsas.
El estómago se le fue al piso.
¿Se iban de viaje?
¿Se mudaban?
¿Lo estaban dejando?
Quiso bajar de inmediato, pero estaba en bóxers.
Revolvió todo buscando una pantaloneta y una camiseta cualquiera y bajó corriendo las gradas.
El carro ya estaba encendido.
Y entonces… aceleró.
Con Sergio, Sara y Alice dentro.
Desaparecieron calle abajo.
Cris se quedó en la vereda, sin aire.
¿Se habían ido?
¿Sin decirle nada?
Giró y vio a Caro, su madrastra, en la puerta.
—Alice se va a Inglaterra —dijo ella, sin rodeos.
Él volteó a verla, atónito. Como si no entendiera bien lo que acababa de escuchar.
—¿Qué?
—Te intenté decir, Cris… pero estabas muy a la defensiva.
—¿Inglaterra? —tartamudeó, sintiendo cómo el pecho le dolía de repente.
Caro asintió.
—Leo había mandado una solicitud a un conservatorio de arte para ella. La aceptaron.
Cris negó con la cabeza, confundido.
—Pero... habíamos dicho que si la aceptaban íbamos juntos.
Su madrastra lo miró con una mezcla de tristeza y cuidado.
—Hijo…
—¿Por qué ni siquiera me llamó? ¿Me avisó? —la interrumpió.
Buscó respuestas en su rostro, cualquier señal, cualquier excusa.
—¿Sigo siendo su novio o ya no?
Ni siquiera se despidió…
Caro solo se encogió de hombros.
No tenía una respuesta para darle.
Cris no dijo nada más.
Fue directo al carro.
Lo prendió sin pensarlo y salió tras ella.
No podía ser.
No así.
No después de todo lo que habían vivido.
De lo que se prometieron.
No después de Leo.
Manejaba lo más rápido que podía, repitiéndose una y otra vez que no, que esto no podía estar pasando.
Que Alice no podía hacerle esto.
No ella.
Insultó a más de un conductor, no lo podía evitar.
El corazón le latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir.
Y si ya estaba roto… ahora sentía que se le rompía un poco más.
El aeropuerto estaba lleno.
Gente por todos lados, el aire frío, el olor a café viejo mezclado con perfume barato y desinfectante. Todo le picaba en la piel.
Cris apenas sentía los pies. Una zapatilla en un pie, un zapato viejo en el otro. La camiseta empapada de sudor, pegada al cuerpo. La chaqueta colgando de un brazo como si se la hubiera puesto mientras bajaba las gradas.
Pero corría.
Corría con el pecho abierto, la respiración rota, como si eso bastara para alcanzarla.
Esquivaba gente, maletas, niños llorando, señoras gritando nombres, voceadores que anunciaban vuelos con una voz lejana, metálica.
Y entonces la vio.
A lo lejos.
Entre la gente.
Alice.
El vestido gris.
La chompa grande de Leo cubriéndole los hombros como un escudo.
Estaba abrazando a Sara y a Sergio. Le acariciaban el cabello mientras ella asentía. Parecía una escena de despedida, y lo era.
Cris tragó saliva. Apuró el paso.
El corazón se le desacompasó como si se le deslizara por dentro.
Intentó gritar, pero no le salió la voz.
Esquivó un carrito de equipaje, saltó una maleta, empujó a alguien sin darse cuenta.
Pero cuando llegó…
El pasillo de embarque ya estaba cerrado.
Alice ya se había ido.
Se quedó ahí, jadeando.
Le temblaban las manos, las piernas, el alma.
No podía respirar bien. Todo alrededor le daba vueltas. El aire olía a despedida.
Giró sobre sí mismo, y de pronto se topó con Sergio. Lo chocó de lleno.
—Cris —Sara se acercó rápido, alarmada—. Mi amor...
Él la miró con los ojos rojos, desencajado.
—¿Se fue? ¿Alice se fue a Inglaterra?
Sergio bajó la mirada.
Sara apretó los labios, incómoda, con culpa en los ojos.
—Nos pidió que no te lo dijéramos —dijo bajito, con una ternura que solo hizo que doliera más.
Cris se quedó quieto.
El pecho le latía como si algo por dentro se le hubiese rajado.
No entendía. No podía.
—¿Qué? —susurró. Tenía un nudo en la garganta, ácido en el estómago—. ¿Así? ¿Sin avisar? ¿Sin... despedirse?
Sara quiso tocarle el hombro, pero él se apartó.
Sergio dijo algo.
Algo sobre ciclos, sobre que no estaban bien, sobre que era lo mejor por ahora.
Todo sonaba a ruido. A bla bla bla.
Nada tenía sentido.
Cris lo miró.
El cuello se le tensaba. El corazón se le estaba rompiendo de verdad.
No así. No después de todo lo que habían vivido. Después de todo lo que se habían prometido.
Alice decía que él le rompería el corazón.
Y al final…
Fue ella quien se lo rompió a él.
Desde entonces, todo comenzó a valerle.
Cuidar a los demás… ¿para qué? Lo habían dejado solo.
Le rompieron el corazón y siguieron con sus vidas como si nada.
Así que decidió que ya no debía nada a nadie.
Ni explicaciones. Ni cuidados. Ni versiones bonitas de sí mismo.
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Editado: 16.05.2025