Cuidala bien

Presente - 06 de Junio 2024 - ¿Otra vez tú? -

Los días siguientes despues del velorio Leo no existieron.

O al menos no para ella.

Solo… pasaron.

Uno tras otro, como sombras que cruzaban por su ventana, como el eco lejano de un mundo en el que ya no vivía.

No comía.

No hablaba.

No lloraba.

Solo se sentaba frente a la ventana con la mirada perdida en ningún lugar, como si el tiempo estuviera esperando que hiciera algo, cualquier cosa, para volver a moverse.

Cris la había ido a visitar.

El mejor amigo de Leo.

El hermano que la vida le había regalado a él.

El que se suponía que debía ayudarla.

El que juraba que Leo le había pedido que la cuidara.

—Él te quería ver seguir, Andy. Me pidió que no te soltara. Que estuviera contigo… —dijo una vez, con la voz ronca, rota, mientras sus ojos oscuros buscaban los de ella como si esperara una respuesta.

Pero ella no respondió.

Ni lo miró.

Ni lo odiaba.

Ni lo quería cerca.

Le importaba una mierda todo eso.

Lo que él dijera.

Lo que Leo “hubiera querido”.

Lo que todos esperaban de ella.

Ella también se quería morir.

Sin rodeos.

Sin dramas.

Sin poesía.

Leo le había prometido el cielo, el mar, la tierra.

Le había prometido un “ felices para siempre”.

Y ahora estaba muerto.

Muerto.

Las palabras no servían de nada.

Su mamá también le hablaba. Todos los días.

Le decía cuánto la amaba, cuánto entendía su dolor, cuánto estaba ahí para ella.

Pero no entendían ni mierda.

Andy no quería ser fuerte.

Le valía una mierda si Leo no descansaba en paz.

Le valía una mierda su propia vida.

Le valía una mierda todo.

Después de lo que pareció una eternidad dentro de una eternidad, vio a Alice.

Su Alice.

Su mejor amiga.

Hermana de Leo.

Más delgada.

El cabello rubio hecho un desastre.

Los ojos azules, opacos.

Vestía un suéter enorme. Demasiado grande. Uno que había sido de Leo.

Andy sintió que algo dentro de ella ardía.

Una rabia seca, sin nombre.

Quería arrancárselo.

Gritarle que no, que Leo no estaba muerto, que solo se había ido de viaje.

Que no podía usar sus cosas.

Que no podía tocar lo que él había dejado.

Alice intentó hablarle.

Decirle que la necesitaba, que contaba con ella, que no iba a perdonar jamás a Cris por no decirles que Leo se sentía mal.

Que si él hubiera hablado…

Que tal vez…

Andy no respondió.

Porque ella no creía eso

Creía que había sido su culpa.

Por no verlo.

Por no haberle insistido más.

Por haber salido a almorzar ese maldito día.

No supo cuántas veces más Alice fue a verla.

Solo supo que, con el tiempo, también dejó de ir.

Como todos.

Hasta que su mamá, con lágrimas contenidas y miedo en los ojos, la metió en una casa de reposo.

Un psiquiátrico elegante, pero psiquiátrico al fin.

Allí hablaba.

Por fin hablaba.

Decía lo que sentía, lo que pensaba, lo que no podía dejar de pensar.

Hasta que un día, sin aire, con el pecho colapsado y el alma desgarrada, ella misma agarró el teléfono.

Llorando.

Suplicando.

Que la sacara de ahí.

—No puedo estar lejos de Leo. Me siento… vacía. No sé qué hago acá. No quiero ver a nadie. No quiero que me toquen. No quiero que me digan cómo estar.

Y volvió a casa.

Pero con condiciones.

Salir.

Intentar.

Respirar.

Aparentar que podía vivir una “vida normal”.

Una vida normal.

Qué absurdo.

Un día, su mamá le insistió en que debía sacar a Tati a pasear.

Esa golden hermosa que Leo le había dado para que nunca estuviera sola.

Andy dudó.

Pero algo —quizás el más pequeño impulso desde el fondo de su alma— la hizo levantarse.

Tati la miró moviendo la cola.

Como si esperara que ese momento llegara desde hacía siglos.

Ese mismo día, después de año y medio, Andy decidió ir al cementerio.

A la tumba del que fue su esposo por dos semanas.

Y su novio por tres años.

Su todo.

El cielo estaba encapotado.

Las nubes pesaban.

Como si supieran.

Y, claro… llovió.

Porque el universo tenía un humor cruel.

Porque la vida no dejaba de escupirle encima.

Caminó.

Una mano en la correa de Tati.

La otra colgando.

El corazón, ausente.

Y entonces, al cruzar la calle, lo vio.

Un carro.

Pasando demasiado rápido.

Casi tocándola.

Se quedó paralizada.

Era ese carro.

Ese conductor.

Esa mirada.

El mismo carro.

La misma cara.

El mismo momento.

La boca se le abrió sola.

El corazón se le cayó al suelo.

—¿¡ES EN SERIO!? —gritó.

A la vida.

A Dios.

Al puto universo.

A lo que fuera.

Porque ahí, frente a ella, estaba él.

—No puede ser… —murmuró, apenas un suspiro, como si las palabras le temblaran entre los labios

Por un segundo, ni siquiera supo si estaba soñando.

O si el universo estaba jugando con ella.

Cris seguía mirándola desde el interior del auto, tan desconcertado como ella. Como si tampoco pudiera creer que la tenía justo ahí, en frente, empapada, con la correa de Tati en la mano.

Y Andy… solo lo observaba.

Sin moverse.

Sin decir nada.

Entonces, como un reflejo, los recuerdos volvieron de golpe.

El accidente.

El hospital.

Leo.

Todo había comenzado así.

Y ahora… ahí estaban de nuevo.

Cris salió del auto rápidamente, sus pasos firmes hasta llegar frente a ella.

Se lo veía demacrado

Agotado delgado

Solo la miró, con ese gesto de una cría culpable

—Perdóname.— Rogó acercandose totalmente desesperado —Perdóname. — Vio que Andy la veía aturdida —Perdóname. De verdad… no sé en qué estaba pensando.




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