Cuidala bien

Pasado- De verdad lo estoy intentando

Esa mañana, Andy estaba en la cocina de la casa que Leo le había comprado, luchando con las tortillas que se estaban quemando. El sonido del aceite chisporroteando la hizo saltar de susto y, sin querer, una gota caliente le salpicó el brazo, quemándola. Su reacción fue un grito de frustración y la maldición salió casi sin pensar.

—¡Maldita sea! —exclamó, mirando su brazo mientras intentaba apagar las hornillas.

En ese momento, una figura familiar apareció en la puerta, y la preocupación de Leo era palpable en su rostro.

—¿Te quemaste mucho? —preguntó, acercándose rápidamente a ella.

Andy, un poco aturdida, lo miró, buscando consuelo en esos ojos verdes que tanto amaba. Pero algo en su interior comenzó a hacerse sentirt frutasda por los huevos quemados mas de lo normal —Disculpa... soy una boba —murmuró, viendo el suelo mientras sentía el peso de una tristeza inmensa, como si no pudiera hallar su lugar—. No sé por qué te casaste conmigo... No sirvo ni para esto...

Leo sonrió suavemente, como si todo estuviera bajo control, acercándose y tomando sus manos con ternura. Pero sus palabras, aunque llenas de amor, la golpeaban de manera diferente. Andy no podía dejar de sentir que algo no encajaba, como si él estuviera demasiado calmado, demasiado perfecto y esos huevos estaban mas negros que su conciencia

—Eres perfecta, Andy —dijo, en un tono tranquilizador—. Nada de lo que pasa es culpa tuya.

Ella lo miró, confundida, no sabia por que esos huevos quemados le parecian la peor catastrofe que podia pasar

—¿Si quemo los huevos, me llamas perfecta? —respondió, intentando hacer una broma, pero su voz se quebró, porque no podía sacudirse esa sensación extraña, como si estuviera mas alterada de lo necesario

Leo le sonrió, tocando su cabello con dulzura.

—Esto no es por los huevos —le dijo, acariciándola con más suavidad de lo que las palabras podrían transmitir. Pero había algo en su sonrisa que la desorientaba aún más.

Andy, sin poder dejar de sentirse abrumada, se exaltó un poco más.

—¡Sí lo es! No vas a trabajar sin desayunar... ¡Lo sabes! —su voz se elevó, como si la situación fuera más grave de lo que realmente era.

Pero Leo la miró con seriedad, y su tono cambió, como si quisiera que prestara atención a algo mucho más importante.

—Andy… —dijo, pausando para asegurarse de que ella lo escuchara—. ¿Cuándo vas a volver a ver a Cris? Ya ha pasado una semana…

Las palabras de Leo golpearon en su pecho. Andy se quedó quieta, sin saber qué responder. Todo su ser le decía que algo no encajaba, que las piezas no estaban en su lugar. ¿Una semana? No podía ser. Las últimas semanas se sentían tan reales… tan cercanas.

Que tenia que ver cris con los huevos ?? —Ella se fue a Inglaterra con Alice… —dijo con una voz vacía, como si intentara aferrarse a algo que no comprendía.

Leo suspiró, y en un gesto preocupado fue por el botiquín. Tomó un par de vendas, pero su mirada seguía fija en Andy, como si él también estuviera esperando algo de ella. Pero sus ojos, esos ojos verdes que tanto amaba, la confundían más que nunca. Había algo en él que no cuadraba.

—Sabes de lo que hablo… y este no es tu lugar, Andy. Cuídalo —dijo, pero sus palabras sonaron más distantes que nunca.

Andy lo miró, los pensamientos volando en su mente como un torbellino. La imagen de Leo estaba ante ella, más real que nunca, pero había algo tan extraño en él. Su aroma la envolvía, un perfume que la hacía sentir cálida y, a la vez, perdida, como si estuviera soñando, como si su mente estuviera en un lugar donde el tiempo se había detenido

Fue en ese momento que, como si una cortina cayera sobre sus ojos, escuchó la voz de su madre.

—¡Son las tres de la tarde, Andres Gabriela! —gritó Mara, desde fuera de la cocina—. ¡Me prometiste que hoy también salías!

Andy parpadeó, como si despertara de un sueño profundo. El mundo a su alrededor cambió en un instante, y cuando miró hacia Leo, ya no estaba. Solo quedaba el vacío y una sensación inexplicable de pérdida que la desgarró por dentro. Intentó aferrarse a él, pero su imagen se desvaneció tan rápido como había llegado.

Andy sintió que el dolor de esa ausencia la golpeaba con fuerza. Su respiración se aceleró mientras intentaba comprender lo que había sucedido. No podía recordar si había sido real o solo un sueño. Su mente no lograba despejar la confusión. Quería creer que Leo seguía allí, pero no podía.

Mara entró en su cuarto, despertándola suavemente con un movimiento de las cortinas, dejando que la luz del día inundara la habitación. Con manos suaves, le destapó la manta, y Andy se quedó allí, mirando al techo, tratando de entender lo que acababa de pasar.

—Andy, es hora de levantarse —dijo Mara, con voz suave, pero firme.

Andy, aún aturdida, se sentó lentamente, como si le costara encontrar su lugar en el mundo. La sensación de haber perdido algo irreparable la perseguía. Intentó comprender, pero la confusión la mantenía atrapada. ¿Había sido todo una ilusión? ¿O realmente había estado con él?

La pérdida de Leo seguía siendo demasiado real, y el dolor de no poder tenerlo a su lado era algo que no podía negar.

Se levantó de golpe y tomó la primera chompa que encontró, una negra que estaba tirada por ahí.
—¿Quieres que salga? ¡Voy a salir! —soltó con rabia mientras se metía dentro de la prenda a toda prisa.

Buscó con la mirada lo primero que pudiera ponerse en los pies. Unos crocs desgastados. Da igual. Se los calzó sin pensarlo.
—Me largo a donde no tenga que escucharte —añadió con una mezcla de dolor y enojo, sintiendo la garganta arderle.

Su perrita, Tati inquieta y feliz, comenzó a saltar a su alrededor, como si intentara animarla. Andy la miró y, sin dudar, tomó la correa y se la amarró en la muñeca.

—A veces eres realmente insoportable… —soltó, sin esperar respuesta, antes de salir de la casa con un portazo.




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