Cuidala bien

Presente 26 de junio - No fue tu culpa

El aire fresco les rodeaba mientras avanzaban por las calles mojadas, el sonido de los charcos bajo sus pies marcando el ritmo de su paso.

Cris fue el primero en hablar, su tono tranquilo, casi como si lo estuviera pensando en voz alta.

—Yo también me peleé con mi mamá... —comentó, mirando al frente.

Andy lo miró de reojo, notando la forma en que Cris parecía estar buscando algo en sus palabras. No dijo nada, solo siguió caminando, sin mucha prisa.

—No quiero dejarme llevar por la tristeza de volver a la U —añadió él, un poco más bajo, como si le costara decirlo.

Andy sintió una leve presión en el pecho, pero no quería complicar las cosas. Había algo en la forma en que Cris hablaba que la hacía pensar que quizás también lo necesitaba, hablar de todo lo que no se decía.

Cris apretó su mano, un gesto sencillo pero reconfortante.

—No sé si Leo te lo dijo… —dijo después, con una ligera sonrisa—. Pero alguna vez tuvimos la idea de abrir un consultorio juntos, y tú serías nuestra enfermera.

Andy soltó un suspiro, no por el dolor, sino por lo mucho que había quedado pendiente, los planes que se fueron con Leo.

—Sí... —respondió con una sonrisa tenue—. Teníamos mucho que hacer.

Ambos siguieron caminando, como si esas palabras fueran suficientes por ahora, sin necesidad de más.

El parque estaba casi vacío a esa hora de la tarde, salvo por algunos niños que jugaban cerca y unas pocas personas paseando. Andy, cansada y con los pies adoloridos, se dejó caer en una banca, mirando al cielo gris que comenzaba a despejarse lentamente.

—Estoy agotada, no voy a caminar de vuelta —dijo, con un suspiro, mirando a Cris.

Cris la miró de reojo, su expresión ligeramente desmoronada por el cansancio, pero con una media sonrisa en los labios, como si intentara aliviar el ambiente. Aún con el peso de lo que ambos llevaban encima, su tono fue más ligero de lo que sentía.

—¿Y si vamos a comer? —propuso, su voz sonaba un poco juguetona, pero la mirada en sus ojos reflejaba que no estaba realmente en el momento adecuado para eso.

Andy se encogió de hombros, sin mucha energía para dar una respuesta animada.

—No tengo mucha hambre —dijo, levantándose lentamente cuando vio el muelle a lo lejos, como una excusa para moverse.

Cris observó que, al final, sus pasos los llevaron hacia un pequeño puesto que vendía rebanadas de pizza cerca del agua. Compró tres por si acaso, pero parecía más un gesto automático que una verdadera solución al hambre. Llevó las rebanadas hacia el muelle, y Andy le siguió con paso lento. Le entregó una de las pizzas, la cual ella aceptó sin mucho entusiasmo. Taty, la perrita, se acercó enseguida, y Cris le dio un trozo que devoró con entusiasmo.

El tiempo pasó sin que nadie dijera mucho más. El sol finalmente comenzó a salir de entre las nubes, iluminando la escena y haciendo que el ambiente fuera un poco más cálido. Andy, al sentir el calor en su piel, se quitó el suéter, dejando al descubierto su blusa de pijama, con los tirantes visibles y la tela ligeramente traslúcida, lo que dejaba ver un poco más de lo que normalmente habría querido mostrar. Pero, en ese momento, no le importaba; estaba demasiado cansada para preocuparse por eso. Cris, que estaba recostado a su lado, ni siquiera pareció notar la diferencia, y por alguna razón, eso le dio algo de consuelo a Andy.

En ese silencio cómodo, Cris rompió el silencio con una pregunta suave:

—¿Te aburro?

Andy lo miró de reojo, sorprendida, como si acabara de darse cuenta de que Cris estaba allí, aunque estuviera a su lado todo el tiempo.

—¿Yo a ti? —respondió, su voz algo insegura, pero no por falta de cariño, sino por todo lo que había en su cabeza en ese momento.

Cris bajó la vista, sus ojos fijos en el pasto que cubría el suelo.

—No… —murmuró—, pero si de aquí no quieres que nos encontremos más, me dices y yo voy a ver a Leo cuando tú no estés. No quiero que sientas compromiso.

Andy lo miró, confundida por sus palabras. Algo en su tono la hizo sentir incómoda, pero no sabía qué decir. Se mordió los labios antes de preguntar, algo cautelosa:

—¿Por qué dices eso?

Cris se mordió los labios, mirando al frente, mientras se formaba una ligera tensión en su rostro.

—Alice tenía razón —su voz era grave y se sentía vacía—. Yo debí haberlo cuidado más. No debí perderlo de vista. No debí haber sugerido que se fueran ese día... Es por eso que me dejó, es por eso que se fue, y lo nuestro... no tiene solución.

Las palabras de Cris resonaron en el aire, pesadas, como si estuviera soltando un peso que llevaba encima desde hacía demasiado tiempo. Andy, sin embargo, no pensó mucho en el dolor de Cris en ese momento. La mención de Leo hizo que una oleada de emociones la envolviera de nuevo. Su voz se quebró cuando intentó hablar.

—No es tu culpa… Nadie le dijo a Leo que se subiera a ese carro el día de su boda... y cuando tomó el té... —su voz se apagó, pero las lágrimas comenzaron a caer. La tristeza, que había estado guardando por tanto tiempo, salió sin que pudiera evitarlo—. El no nos quería ahí… Antes de que llegaran ustedes, él me había rechazado mil veces. Y él sabía lo que iba a pasar… —suspiró, respirando hondo, como si al hablar de eso aliviara un poco el dolor. Miró a Cris, pero sus ojos estaban llenos de confusión—. No es tu culpa. Era su decisión. Y no creo que Alice pensara realmente eso... ella lo dijo sin pensar.

Cris fijó la mirada en un punto indefinido, perdido en sus pensamientos. Las palabras de Andy no lograban aliviarlo; la opresión en su pecho seguía ahí, constante, como un peso que no podía soltar.

—Vamos a buscar un taxi, ¿sí? —dijo finalmente, con la voz cansada.

Andy asintió con un leve encogimiento de hombros.

—Esperemos que no nos boten por Tati.

La perrita, ajena a la pesadez de sus dueños, movía la cola con entusiasmo, olisqueando el suelo como si el mundo fuera un lugar lleno de cosas nuevas y emocionantes.




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