Cuidala bien

Presente 5 de agosto - Desde cero

Dos meses después

El aire estaba fresco, con esa brisa de tarde que despeina sin avisar. El cielo anaranjado, estirando sombras en la vereda, parecía estar diciéndoles que el día ya se iba.

Andy bajó del auto y se pasó la mano por la nuca, todavía pegajosa del gimnasio. La blusa se le adhería a la espalda y algunos mechones sueltos se le pegaban a la frente. Cris, al lado, rodó los hombros en silencio. Llevaba el buzo empapado y cara de que solo quería tirarse en el piso y dormir.

Llegaron a la puerta sin hablar. Cris sacó las llaves, abrió con un clic automático y soltó un suspiro largo. Entraron. Adentro, el aire estaba fresco. Una bendición.

Sin pensarlo, él dejó caer las llaves sobre el mesón. Golpe seco. Caminó a la heladera, la abrió, se quedó mirando el interior como si esperara respuestas.

—¿Quieres agua? —preguntó sin mirarla.

—Sí, por favor —murmuró Andy, dejándose caer en una de las sillas altas, con la cabeza entre los brazos como si se estuviera derritiendo.

Cris le alcanzó el vaso.

—Vamos a estar mamadisimos, ¿eh? —dijo él, señalando sus ropas sudadas con una sonrisa torcida.

—No lo dudo —respondió Caro ( La madrasta de cris )desde la entrada de la cocina, sonriendo encantada de verlas.

—¿Cómo les fue? —preguntó.

—Bien —dijeron los dos, casi en coro.

El teléfono fijo sonó. Ese ring agudo y molesto que parecía más viejo que la casa.

—Yo voy —dijo Cris, saliendo de la cocina con pasos arrastrados.

Andy dejó el vaso sobre el mesón, los dedos todavía apoyados en el borde. Entonces la vio. Caro, mirándola con algo distinto en los ojos. Algo cálido. Intenso. Real.

—Gracias, Andy —dijo, bajito.

Andy frunció el ceño.

—¿Por?

Caro se cruzó de brazos, la sonrisa contenida como si no supiera si hablar o abrazarla.

—Me lo trajiste de vuelta.

Andy bajó la mirada. Jugó con el vaso vacío. Cuando volvió a alzar la vista, la sonrisa le temblaba apenas.

—Él también lo hizo conmigo… o fue el tiempo, no sé.

Caro asintió.

—Igual me alegra. Verlos así. Intentando volver.

Andy iba a responder. En serio. Pero algo la arrastró.

Un recuerdo. De golpe.

Ya no estaba en esa cocina con Caro la bajita churruda. Estaba con Leo.

Su risa rebotando en las paredes, las manos peleando por una bolsa de papas fritas, la mirada pícara de él, esa que le hacía olvidar el mundo.

—¡Dámelas! —reía ella, tirando fuerte.

—¡Olvidalo! ¡Son mías! —decía él, esquivándola con una carcajada.

Estaban ahí. Reales. Completos.

Y en un parpadeo… ya no.

Solo quedaba el silencio. El eco. Y ese vacío tonto en el pecho.

Tragó saliva. Parpadeó. No. No podía quedarse ahí. No esta vez.

Los recuerdos no tenían que doler. Tenían que abrazar.

Respiró profundo. Volvió.

Forzó una sonrisa chiquita, real. Miró a Caro. Se quedó. Presente.

Con lo que tenía. Con lo que estaba empezando.

Mientras tanto, en la sala…

Cris tomó el teléfono y lo llevó al oído.

—Hola… buenas tardes —dijo con tono tranquilo, aunque algo distraído.

No pasó ni un segundo antes de que la voz del otro lado lo sacudiera por dentro. Aguda Chillona la conocía a la perfección

—¿Cris…?

Se le tensó el cuerpo. Cerró los ojos. El corazón se le detuvo un instante. El pasado le cayó encima sin aviso.

—Alice… —Su voz salió en apenas un susurro—. ¿Cómo estás?

Del otro lado, la voz titubeó, casi con miedo.

—¿Sorprendida? — Alice hablaba tan rapido tan agudo como de costumbre que se la podía imaginar — No sabía si ibas a contestar… — claro que se la imaginaba la conocía malditamente bien — pensé que en cuanto escucharas mi voz ibas a colgar.

Cris apretó los labios, se recargó contra la puerta. Buscó aire.

—Lo siento… no quería hacerte sentir mal —murmuró, con sinceridad, aunque le pesaba la culpa. De verdad había bloqueado su numero y todo contacto con ella pero no lo podía hacer por siempre lo había hablado con Andy

Alice se quedó callada un momento. Y ambos se sintieron nostálgicamente incómodo

—Mai me contó que estás con Andy… Me alegra. Me encantaría poder estar cerca —su voz bajó, suave, cargada de algo que no sabía si era tristeza o añoranza.

Cris tragó saliva. Hablar dolía más de lo que esperaba.

—Estás donde tienes que estar…

Alice guardó silencio. Y luego, con voz más seria:

—Perdón, Cris… — Justo por eso la estaba evitando — Por todo lo que te dije. Por lo que no dije también. Tú no merecías eso…

Cris intentó mantener el control. Pero tenía los ojos húmedos. Le ardía el pecho.

—Ya está… Olvidado, ¿sí?

No era tan fácil, pero no podía decir otra cosa. Todavía la amaba y quería protegerla

Alice pareció respirar un poco más tranquila.

—Entonces… si regreso algún día, ¿puedo pasar a verte?

Cris dudó, pero no lo pensó mucho.

—Claro. Sí. No hay problema.

Ella volvió a hablar, esta vez con un tono más inseguro. Pero muy muy rápido

—¿Y podemos seguir en contacto? O sea… ¿puedo escribirte? Saber cómo estás… contarte también cómo me va. Si no te molesta, claro… ¿Te molesta?

Cris bajó la mirada. Lo pensó un segundo. Quizás todo este desastre tenía una solución

—No… no me molesta. Le pediré tu número a Mai, ¿te parece?

Alice soltó un suspiro que casi sonó como un “gracias”.

—Gracias…

Hubo una pausa. Larga. De esas donde nadie sabe qué decir.

Hasta que ella volvió a hablar, con esa voz que siempre le removía cosas.

—¿Y Andy? Me encantaría saber de ella… tengo mucho que contarle. ¿Está enojada?

Cris cerró los ojos. Recordó la forma en que Andy a veces se alejaba de todo sin decir una palabra. El celular roto. El miedo a volver a confiar.

—No tiene celular… lo botó. Pero sí, está aquí.

Alice pareció dudar.

—¿Se puede…?

Cris dejó escapar un suspiro mientras caminaba con el teléfono en la mano. Sus pasos sonaban apagados en el suelo, como si la casa entera se hubiera quedado en pausa. Aún no terminaba de procesar la llamada cuando llegó a la cocina. Se detuvo en el marco de la puerta.




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