El centro comercial estaba iluminado con luces cálidas, y el aire se llenaba con el sonido constante de pasos, conversaciones y música ambiental. El olor a comida recién hecha flotaba en el ambiente, mezclado con ese aroma inconfundible de lugar cerrado, pisos limpios y aire acondicionado.
Cuando llegaron, Mai los presentó a Dyland, un chico alto y delgado, con una energía contagiosa. No era del tipo que hablaba demasiado ni que acaparaba atención, pero su alegría tenía algo natural, algo que ponía a los demás a gusto. Desde el primer momento, los invitó a comer como si fueran amigos de toda la vida.
Eligieron una de las mesas acolchonadas de una pizzería. Cris y Andy se sentaron contra la pared, mientras Mai ocupó el lado opuesto, dejando un sitio vacío para Dyland, que fue a buscar las pizzas.
Mientras esperaban, Andy y Cris empezaron a empujarse suavemente con los hombros, en ese juego silencioso que hacían desde niños, como si el contacto físico fuera su idioma secreto para distraerse de todo. Mai los miraba con una sonrisa tranquila. Por un momento, parecían estar bien. Solo eso. Bien.
Andy fue la primera en romper el silencio, con media risa y una mirada pícara:
—¿Cómo amigo amigo… o algo más?
Mai giró el servilletero entre sus dedos, como si pensara la respuesta, pero no tardó en responder con tono calmo:
—Amigos.
Cris arqueó una ceja, divertido, y soltó una risa corta.
—Ajá, el ratón y el queso…
Mai le lanzó el servilletero sin pensarlo.
—¡Cris! —protestó, aunque también reía.
Andy dejó de empujar a Cris y miró a Mai con diversión.
—Ay, se nota que se muere por ti.
Cris cruzó los brazos con media sonrisa y asintió despacio.
—Y es un buen chico…
Justo entonces, Dyland regresó con la bandeja repleta de pizzas, sin imaginar que había sido tema de conversación.
El bullicio del centro comercial los envolvía de nuevo: risas lejanas, pasos rápidos sobre los pisos brillantes, el murmullo constante de fondo. El aroma a pizza recién horneada llenó la mesa cuando Dyland apareció con su sonrisa fácil.
Era un chico alto, de complexión delgada, con cabello rubio lacio que le caía hasta el cuello, dándole un aire bohemio. Su piel pálida hacía resaltar unos ojos verdes vivos, y su nariz larga le daba un aspecto casi caricaturesco. Llevaba una chompa blanca con estilo algo rudo, pero su vibra relajada y amigable contrastaba con su ropa.
—Bueno, aquí les traigo lo mejor de lo mejor —anunció con entusiasmo, dejando la bandeja sobre la mesa—. Hawaiana, carne y pepperoni. No pedí vegetariana porque, sinceramente, esas personas deberían extinguirse.
Andy y Cris rieron. Mai rodó los ojos, pero con una sonrisa inevitable.
Dyland se sentó y, sin vueltas, se inclinó hacia la mesa con curiosidad:
—Bien, ahora díganme… ¿ustedes dos salen?
Mai le dio una patada por debajo de la mesa, haciéndolo dar un pequeño brinco.
—Son amigos, ya te conté —dijo ella, con tono firme.
El comentario dejó una pausa incómoda. Andy y Cris bajaron la mirada casi al mismo tiempo, cada uno tomando una porción de pizza, como si fuera una respuesta ensayada para evitar pensar demasiado.
Dyland notó su error y se rascó la oreja con una mueca de disculpa.
—Sí… soy un poco bruto con estas cosas. No fue con mala intención.
Andy se obligó a sonreír. No quería que el ambiente se tensara.
—Eh, no pasa nada. Somos amigos. Muy buenos amigos. Pero aquí la verdadera pregunta es…
Cris, rápido, se inclinó y entonó con dramatismo:
—Tun, tun…
Andy dio un mordisco a su pizza y miró a Dyland con falsa seriedad.
—¿A ti te gusta Mai?
Mai los fulminó con la mirada. Pero Dyland solo se echó a reír.
—Obvio. Creo que por eso estamos aquí, ¿no? —respondió con naturalidad, girándose hacia Mai con una sonrisa—. Me parece que te lo he dicho como mil veces… quiero que mis hijos tengan tus ojos.
Y entonces, todo se detuvo.
Andy sintió un golpe seco en el pecho. La frase se le clavó como una aguja. Tus ojos. Quiero que mis hijos tengan tus ojos.
Un eco de otro tiempo. Leo. Su voz, sus manos tomándole el rostro con ternura, susurrando esas mismas palabras.
El centro comercial se desvaneció por un segundo. Todo el ruido, la luz, la pizza… desaparecieron.
Andy bajó la mirada. La sonrisa se borró de sus labios y el vacío conocido se abrió dentro de ella, ese hueco que creía tener bajo control. La nostalgia se filtró despacio, como una corriente fría subiendo por la espalda.
Mai, que iba a responder con alguna broma, notó el cambio al instante. Su expresión se suavizó.
—¿Estás bien?
Dyland la miró también, más cauteloso ahora.
Cris se inclinó hacia Andy, en voz baja:
—Andy…
Ella parpadeó, obligándose a respirar hondo. No ahora. No aquí.
Sacudió la cabeza, enderezó la espalda y se recompuso con una sonrisa que apenas llegó a sus ojos.
—¿Helado? Me parece increíble. Doble bola de napolitano con crema Chantilly, por favor.
Dyland alzó las cejas, sorprendido por la rapidez de su recuperación. Luego se aclaró la garganta y sonrió.
—Eres una chica que sabe lo que quiere y sabe sacar provecho de los malos momentos. Eres de las mías.
Las risas volvieron a la mesa, disipando el momento tenso, pero Cris no dejaba de observarla de reojo, con esa mirada que decía sin palabras que no se había tragado su actuación.
—¿Seguro que estás bien? —murmuró, casi sin querer interrumpir el ambiente alegre.
Andy asintió, aunque su corazón seguía latiendo con el eco de recuerdos que intentaba enterrar.
Después de un rato caminando y charlando por el centro comercial, finalmente entraron al cine. La sala estaba oscura, solo las luces tenues brillaban en las escaleras, y el aire acondicionado acariciaba con su frescura. La película de terror ya estaba en marcha, pero la tensión en la pantalla no impedía que Andy y Cris se divirtieran a su manera.
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Editado: 03.06.2025