Andy miró a Cris desde su asiento, viendo cómo su rostro se suavizaba al hablar. Había tristeza en sus ojos, pero también una aceptación silenciosa. La pregunta quedó en el aire, antes de que cualquiera pudiera pensarlo mucho.
—¿Quisieras...? —dijo con voz suave, llena de la compasión que ambos necesitaban.
Cris detuvo el coche frente a la casa y apagó el motor. La luz amarilla de la farola iluminaba sus facciones con sombras tenues. Miró al cielo estrellado y respiró profundo, como si eso pudiera ordenar sus pensamientos.
—Muchas cosas serían distintas si yo quisiera que... —empezó, con voz baja—. Claro que siento cosas por ella. Es mi primer amor... —suspiró—. Con quien quería todo... y que siempre me va a mover el piso. Pero estoy empezando de nuevo, y no sé qué pasará... Me cuesta, ¿sabes? No es mala, me revivió todo cuando hablé con ella... Pero no cambia lo demás.
Andy lo escuchó en silencio, con las manos entrelazadas, tratando de no dejarse llevar por recuerdos con Leo. Quiso quedarse en el presente y apoyarlo.
—Entiendo... —dijo, con voz suave y sincera. No necesitó decir más, pero sentía lo personal que era todo eso.
Cris cerró los ojos un instante, como buscando una respuesta que no llegaba. Su rostro mostraba dudas y emociones sin resolver.
—Si ella vuelve... capaz se me olvida todo. O capaz no... ya pasé tanto tiempo sin ella. —Su voz vaciló, reflejando la confusión.
Andy asintió despacio, con la mirada fija en él. Sabía lo que era estar atrapado entre el pasado y lo que viene. Sabía que no siempre las cosas salen como uno espera.
—Estoy aquí, para lo que sea... contame lo que necesites. —Su voz era firme, llena de confianza y apoyo.
Cris sonrió débilmente, una sonrisa que no iluminó sus ojos, pero alivió un poco el peso. La tristeza seguía ahí, pero la presencia de Andy le daba paz.
—Y vos a mí... si alguna vez te sentís incómoda, avisame. Yo te cubro. —dijo con un tono protector, sabiendo que compartían algo más profundo.
Andy sonrió con ternura y miró hacia la ventana. En su cuarto, su perrita saltaba feliz, moviendo la cola con emoción. Eso la hizo reír suave, dejando la conversación por un momento y disfrutando esa pequeña normalidad.
—Creo que alguien me espera... —comentó, con una sonrisa.
—Y es bien demandante, ¿no? —rió Cris, viendo cómo Andy bajaba del auto.
Ella asintió y corrió hacia la casa. Justo cuando estaba a punto de entrar, su teléfono vibró. Cris miró la pantalla y vio que Alice le había escrito. El nombre le aceleró el corazón y una mezcla de emociones lo invadió.
Alice... recuerdos y dudas lo llenaron. La conversación con Andy seguía en su mente, y ese mensaje era una puerta que no sabía si abrir.
El mensaje decía:
“Hola, me llamo Alice... quisiera conocerte.”
Cris respondió casi sin pensar, con la mano temblorosa:
“Un gusto, soy Cris. Yo también quiero conocerte.”
Al día siguiente , el ambiente era cálido y sereno en la cocina de la casa de Andy . La luz natural entraba generosa por los ventanales amplios, fundiéndose con el olor del café y el crujido leve del tocino friéndose en la sartén. El espacio no era grande, pero tenía algo acogedor, como si el aire mismo supiera que los días difíciles merecían un respiro.
Cris estaba en uno de los taburetes del mesón semicircular, con los codos apoyados y la vista hundida en su taza de leche caliente. Hoy, a diferencia de otros días, no cargaba tormentas en la cabeza. Solo estaba ahí. Respirando. Escuchando el chisporroteo del aceite, dejándose envolver por la tranquilidad tibia de Mara.
Ella estaba del otro lado del mesón, inclinada apenas mientras le servía más leche. El gesto era simple, casi automático, pero tenía esa suavidad protectora que solo Mara sabía dar.
—¿Qué van a hacer hoy? —preguntó, dejando la jarra sobre la encimera sin mirar directamente.
Cris ladeó una sonrisa pequeña y, con una voz infantil y dramática, respondió:
—No sé… tratar de conquistar el mundo.
Mara soltó una risa bajita, sin desviar la vista del tocino. El olor empezaba a dorar el aire.
—¿Han pensado en lo del celular de Andy? ¿Y la universidad?
La sonrisa de Cris se deshizo, casi imperceptible. Bajó los hombros, como si algo le pesara de nuevo. Dio un sorbo a la leche. Ya no sabía igual.
—Andy me contó que te has estado escribiendo con Alice —soltó Mara, sin levantar la mirada, pero con el tono casual de quien lanza una piedra al agua esperando salpicaduras.
Cris parpadeó. No se lo esperaba. No cambió la expresión, pero tragó más lento. Se dio ese segundo extra antes de responder.
—¿Saben cuándo vuelve?
El líquido le pasó rasposo por la garganta, como si la conversación lo atragantara. Forzó la respuesta con un carraspeo leve:
—No… pero ahí andamos.
Mara, sin notar cómo su postura se había tensado, siguió como si no hubiese nada incómodo en el aire.
—¿Y cómo está? ¿Han hablado sobre cómo quedaron las cosas?
El golpe de la taza al posarse sobre el mesón no fue fuerte, pero bastó. Bastó para que la conversación dejara de sentirse liviana.
Cris se frotó la nuca con una mano y soltó el aire en un suspiro largo, como si necesitara liberar algo antes de contestar:
—Está en su dilema de siempre… entre modelo, cantante o estilismo. Ya sabes cómo es Alice. Siempre fue indecisa.
Mara asintió apenas, apoyando los brazos sobre el mesón mientras lo observaba con más atención.
—Siempre Leo tenía esas peleas con ella —comentó, más para sí misma que para él.
—Sí… —Cris bajó la vista—. Pero lo bueno es que, haga lo que haga, le va bien.
El silencio que vino después no era incómodo, pero tenía filo. Mara lo estudió un poco más. Con esa mezcla de ternura y frontalidad que la hacía única.
—¿Todavía la quieres?
Cris tragó saliva. El nudo apareció sin previo aviso. No cambió su cara, pero sus labios se tensaron apenas. Su lengua pasó por ellos en un gesto automático. Miró de reojo hacia la escalera, como si esperara que Andy bajara justo en ese instante y lo salvara.
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Editado: 03.06.2025