Me encontraba sentado en un tren. Fue hace mucho tiempo, aun así, recuerdo cada detalle de ese viaje. Viajaba solo. Recuerdo cómo acomodé mi pequeña maleta debajo de mi asiento. Llevaba puesto mi viejo traje negro, el color rojo de los asientos, el olor de los cigarros que la gente fumaba, los uniformes verdes del sellador de boletos, el sonido del tren. El tren estaba casi vacío, algo normal tomando en cuenta que era un tren nocturno.
El tren se puso en marcha y cerré los ojos, no iba a dormir; nunca había confiado en las personas, pero necesitaba descansar la vista un rato. En los pocos momentos donde la luz de la luna era lo suficientemente fuerte como para ver la cara de la gente, vi a una chica. Pasó casi corriendo al lado mío y se sentó dos lugares adelante. En condiciones normales no me importaría su presencia, asumiría que se había peleado con alguien o que simplemente quería estar más cerca de la salida, pero en este caso me llamó la atención que llevara puesto un vestido negro y lágrimas en sus ojos.
No pude quitarle la mirada. Quise preguntar si podría ayudar en algo, pero era más que obvio que no podia ayudar en nada. Ofrecer mi ayuda solo era una pérdida de tiempo para ambas partes. Simplemente tomé la opción de no interferir. Mi cabeza se llenaba de cuestionamientos acerca de su comportamiento, ya que desde que se cambió de lugar, no dejaba de romper pequeños trozos de papel, mientras seguía llorando con una expresión tensa, seria, como si se esforzara en que nadie notara su llanto, pero al mismo tiempo no pudiera evitar que las lágrimas bajaran por sus mejillas. Miraba a la ventana y a veces se mecía un poco en su lugar, apretaba fuerte las manos y entrelazaba sus piernas hasta que podía escucharse cómo sus articulaciones crujían.
Pasaron dos horas y llegamos a la siguiente estación. Algunas personas bajaron, otras subieron. Dentro de las nuevas personas que recién habían abordado el tren se encontraba un grupo de tres hombres: bien vestidos, algo viejos, de barba y bigote, gordos, entre cuarenta y cincuenta años, llevaban trajes caros, un monton de maletas y un olor profundo a cigarro y alcohol que me hizo pensar que de seguro habría problemas durante el viaje, eran ese tipo de hombres que por el hecho de tener dinero se creen invencibles. Se sentaron detrás de la muchacha y cada uno encendió un cigarro. En ese momento no quise prestar más atención y volví a cerrar los ojos esperando que todos ignoraran mi existencia.
El tren arrancó de nuevo y yo iba escuchando las conversaciones ajenas: dos señoras que se iban cuchicheando acerca de con quien se habían casado los hijos de otras personas, que nueva cosa se compraban, etc. Los hombres casi siempre estaban callados, a excepción de cuando tosían o estornudaban de forma muy ruidosa y exagerada. Odio que hagan eso, como si los modales solo fueran cosa de mujeres.
Fue la ventisca llena de babas que uno de ellos lanzó por todo el vagón, hasta el punto de que algunas gotas llegaron a mí, lo que hizo que me recompusiera en mi lugar. Mientras buscaba con qué limpiarme alcancé a ver que uno de los hombres del grupo de los borrachos se encontraba sentado a lado de la muchacha e intentaba hablar con ella. La pobre chica se cubría la cara con las manos y se había arrinconado en su asiento tratando de evitar al borracho. Los demas pasajeros, a pesar de estar viendo la situación no hacían nada y los amigos del hombre se reían del momento.
Como es común en estos casos, todos fingen que no les importa hasta que les afecta directamente, fingen que no lo notan, esperan a que alguien se encargue de la situación, otros más descarados miran fijamente a otras personas tratando de echarles la responsabilidad. Casualmente, ahora todos miraban por la ventana o estaban dormidos, casualmente, todos estaban demasiado lejos como para hacer algo.
Me levanté y mientras caminaba por el pasillo sentí las miradas de la gente en mi espalda, mientras tanto solo podía pensar en lo que haría si los tres borrachos se unían en mi contra, que podía pasar si causaba un alboroto y me bajaban del tren en medio de la nada junto con ellos, que pasaría si al intentar ayudar se defendían entre ellos y se desquitaban conmigo y con la chica, solo podia imaginar escenarios malos donde yo más que nadie salía perdiendo, pues si esta gente no pudo ayudar a quien no se puede defender, menos ayudarán a quien se buscó el problema en primer lugar. En ese momento, me odié a mi mismo por seguir de forma tan ciega los valores de mi crianza sin antes pensar un poco más en la estabilidad de mis dientes en mi boca.
Con todo eso en la cabeza, me senté delante de ellos, no dije nada, pero los observé fijamente. La chica y el tipo me miraron, estaba tan nervioso que lo único que pude hacer fue mirar a la chica e indicar con dos palmaditas en el asiento de a lado que se cambiara de lugar. La chica lo hizo rápidamente, tan rapido que no me dio tiempo a pensar en mi siguiente movimiento. El hombre se levantó detrás de ella y solo alcancé a poner mi mano para evitar que la jalara de vuelta. Al principio el hombre no me dijo nada, pero alcancé a notar como sus amigos se me quedaban viendo y como él intentaba articular palabra:
-¡¿Qué haces?!- dijo intentando sonar enojado, pero estaba tan borracho que más bien parecía moribundo, hablaba como si tuviera mucho líquido en la boca.
-Lo siento señor, está ocupado el lugar. Si se quiere sentar a un lado de la jovencita, va a tener que sentarse en mis piernas. - Esa última parte se me salió por los nervios, creí que iba a darme una patada o incluso a vomitarme encima, pero de repente escuché una carcajada de sus amigos. El hombre se puso más rojo de lo que ya estaba por la borrachera, le temblaba el cuerpo, su cuerpo se estaba poniendo en automático en una posición de pelea, pero gracias a Dios, justo en ese momento el sellador de boletos entró al vagón.
-Es mejor que vaya a su lugar- dije por fin, accedió sin antes dedicarme una mirada que decía “al rato te mueres” y aventarme la colilla de su cigarro.