NOAH
Escuché un ruido y mis ojos se abrieron casi sin darme cuenta. Al principio
no supe dónde estaba, pero el olor que me rodeaba me tranquilizó: estaba en
casa.
Estaba con Nick.
Tardé unos segundos en comprender que esa última frase no tenía ningún
sentido… al menos no ahora. Me incorporé en aquella cama desconocida y
gracias a la débil luz que se filtraba por la puerta entreabierta pude echar un
vistazo a mi entorno. Finalmente y con un nudo en el estómago, me bajé de la
cama y salí hacia el salón. Las luces estaban apagadas y solo unas lucecitas
tenues, de esas que impiden que tropieces si te levantas en mitad de la noche a
beber un vaso de agua estaban encendidas. Me desplacé descalza hasta que lo vi:
estaba sentado en el sofá, frente a una mesita de cristal donde había un vaso y
una botella medio vacía, con los codos apoyados sobre sus rodillas y la cabeza
hundida entre sus manos. Seguramente había sido un golpe bajo para él
encontrarme en su cama, como si nada, como si aquel fuese mi piso y tuviese
algún derecho para esperar dormida a que él llegara. Me sentí como una intrusa.
Debí de emitir algún sonido o simplemente notó mi presencia porque su
cabeza se volvió despacio en mi dirección. Tenía los ojos brillantes, y al ver
cómo su mandíbula se apretaba con fuerza quise salir corriendo en la dirección
contraria. Pero lo conocía, lo conocía lo suficiente como para saber que debajo
de todo ese odio que parecía consumirlo, el amor que sentía por mí, o había
sentido, seguía allí en su corazón, igual que el mío, esperando el momento
indicado para que volviésemos a querernos.
—¿Qué haces aquí, Noah? —me preguntó y casi me derrumbo allí mismo al
notar lo destruida que sonaba su voz.
—Estoy aquí por ti —respondí encogiéndome de hombros levemente. Mi
voz parecía un eco de la suya. Nicholas se echó hacia atrás en el sofá y cerró los
ojos a la vez que suspiraba fuertemente.
—Tienes que irte… tienes que marcharte de mi vida —dijo aún sin mirarme.
Se inclinó con la intención de servirse otra copa, pero no lo quería borracho,
no, lo quería lúcido, lúcido para mí, porque necesitaba que comprendiera lo que
iba a decirle.
Deshice el espacio que nos separaba, cogí la botella, rozando mis dedos con
los suyos en el proceso y se la arranqué de las manos para volver a colocarla en
la mesa, lejos de él, de nosotros.
Levantó la mirada hasta posarla en mí, de pie entre sus piernas, y vi que sus
ojos estaban rojos, pero no solo por el alcohol.
Estiré la mano con la intención de acariciarle el pelo. ¡Dios!, necesitaba
borrar esa expresión de dolor de su cara, ese dolor que estaba ahí por mi culpa,
pero su mano me sujetó por la muñeca antes de que pudiera hacerlo. A mí me
dio igual porque su mano entró en contacto con mi piel, y eso fue suficiente para
mí. La chispa, esa chispa que siempre se encendía entre los dos, esa sensación de
fuego, de puro deseo carnal, ese mismo deseo que llevábamos sintiendo desde el
mismísimo instante en que entré en la cocina de su antigua casa y lo encontré allí
buscando algo en la nevera. Desde ese momento supe que algo mío dejó de
pertenecerme.
Dudó durante unos segundos que se me hicieron eternos, pero después tiró
de mí, mi cuerpo chocó contra su pecho y sus manos me ayudaron a sentarme
sobre su regazo, con ambas rodillas sobre el sofá, junto a sus muslos. Mis manos
lo cogieron por la nuca y las suyas se detuvieron en mi cintura. Nuestros ojos se
encontraron en la penumbra y me dio miedo seguir adelante. Dudé y él también;
era como si estuviésemos a punto de tirarnos por un precipicio, podríamos tener
la suerte de caer sobre agua o la desgracia de caer sobre piedra, y eso solo lo
descubriríamos si saltábamos.
Me miró un segundo que se hizo eterno para después estampar su boca
contra la mía y lo hizo tan bruscamente que mi cabeza no pudo asimilarlo… Mis
labios se abrieron por el impacto y su lengua inundó el interior de mi boca,
haciéndome estremecer. No tardó en encontrar mi lengua, que se enroscó con la
suya sin dilación, como si la vida nos fuera en ello. Mis manos tomaron su nuca
para acercarlo a mí, a la vez que las suyas acariciaron mis muslos, desde la
rodilla hasta el trasero, y allí se quedaron apretándolos con fuerza, logrando que
nuestros cuerpos chocaran y nos dieran placer con el roce; casi puse los ojos en
blanco, había pasado demasiado tiempo… demasiado tiempo desde que no
sentía nada, absolutamente nada. Llegué a creer incluso que mi cuerpo estaba
muerto, que mi libido había desaparecido tras la ruptura, pero ¡qué equivocada
estaba!
Una simple caricia, un simple roce de las manos de ese hombre consiguieron
hacerme perder la cabeza.
Me aparté de su boca para poder respirar y sus labios dibujaron un reguero
de besos por mi mandíbula, lo que me causó escalofríos. Tenía el pecho desnudo
y mis dedos bajaron de su cuello y lo acariciaron. Todos y cada uno de sus malditos abdominales se tensaron ante el contacto de mis uñas contra su piel.
Nicholas emitió un gruñido gutural y se apartó de mi cuello buscando mis
ojos.
—¿Qué quieres de mí, Noah? —preguntó cogiendo mis manos y
apartándolas de su cuerpo casi a la fuerza.
Me fijé en su torso, en el sudor que perlaba su piel ante la tensión que ambos
sentíamos al pensar que lo que estaba a punto de pasar pondría nuestros mundos
del revés… otra vez.
—Solo… hazme olvidar… —le pedí con un nudo en la garganta— por unos
minutos… Solo finge que me has perdonado.
Noté que su pecho subía y bajaba, acelerado, y también cómo aflojaba la
tensión con la que sujetaba mis manos. Las liberé y las enredé en su pelo, otra
vez, obligándolo a que se centrara en mí y no en todo lo que nos rodeaba. En
esta ocasión fui yo quien posó los labios sobre los suyos. ¡Dios, me sabían a
gloria! Besarlo era lo que más había echado de menos, era adicta a sus besos y
necesitaba más, necesitaba sentir esos labios en todas partes, lo necesitaba de
una forma casi dolorosa.
—Lo haré… —aseguró separando la espalda del sofá para pegarse a mí.
Nuestras narices casi se rozaban—. Olvidaré por unos minutos lo que nos
hiciste… pero mañana te irás, te irás de mi vida y me dejarás en paz.
Mi corazón se detuvo, lo hizo creo que literalmente, pero me obligué a
ignorar aquel detalle que acababa de aclarar. Iba a olvidarse… Eso había dicho,
¿no? Con eso me bastaba, ya afrontaría la otra parte mañana.
Asentí, aun sabiendo que mentía, pero no pensaba rechazar la oportunidad de
estar con él, en menos de media hora había conseguido hacerme sentir viva otra
vez, y no podía renunciar a eso.
Sus manos me cogieron con fuerza por los muslos y se levantó del sofá,
llevándome con él. Le rodeé el cuello con los brazos y junté mis labios con los
suyos. ¡Qué bien sabían!, ¡qué bien olían! Olían a él, a mi Nick, a la persona que
amaba con locura, casi con desesperación.
Me llevó hasta su habitación y me depositó sobre el colchón casi con
reverencia, con mucho cuidado, como si temiera que fuese a desaparecer. Él se
quedó a los pies de la cama, observándome. Al darme cuenta, me apoyé en los
codos para incorporarme y observarlo a mi vez. ¿Cómo podía ser tan perfecto?
Su pelo estaba revuelto, sus labios se veían más gruesos después de mis
besos, su barba de dos días era sumamente favorecedora. Con ella me había
arañado la piel antes, pero me daba igual; de repente, quería notar ese roce en
otras partes de mi cuerpo. Estaba temblando, temblando de deseo, puro y carnal,
por ese hombre.