NOAH
Dos semanas después de Acción de Gracias recibí la deseada llamada. ¡Me
contrataban! La secretaria me dijo que Simon Roger, uno de los socios
principales de la empresa, necesitaba una mano derecha, joven y activa,
dispuesta a hacerle la vida más fácil. Empezaba el lunes a las siete de la mañana
y, aunque eran unas prácticas, me pagaban un poco más de lo que había estado
cobrando en la cafetería, así que perfecto.
Al llegar a la oficina mi primer día, una mujer bastante guapa, con el pelo
claro y grandes ojos marrones me indicó dónde me esperaba el señor Roger.
Llamé a su puerta y aguardé unos segundos hasta que me indicó que pasara.
Cuando entré me encontré con un hombre mucho más joven de lo que había
esperado, su altura y porte impecable me dejaron descolocada por unos instantes.
Tenía los ojos verdes y el pelo rubio, casi un tono más claro que el mío. Su
traje azul marino y la corbata gris le sentaban divinamente y supe que me había
quedado mirándolo demasiado cuando una sonrisa apareció en su rostro.
—Noah Morgan, ¿verdad? —me preguntó levantándose de la silla,
abrochándose el traje con una mano y tendiéndome la otra un segundo después.
Se la estreché con menos fuerza de la que era necesaria.
—Sí, soy yo —dije sintiéndome un poco estúpida.
Roger se separó de la mesa para rodearla y volver a sentarse. Me indicó que
hiciera lo mismo y me apresuré a sentarme en una de las sillas de piel que había
frente a él. Su despacho era bastante simple: una mesa de madera, dos sillas
delante, un ordenador Mac más grande que una casa y unas cuantas estanterías
con carpetas.
—Cuando Lincoln me dijo que la hermana de Nicholas buscaba trabajo aquí
me sorprendió bastante, aunque viendo su expediente académico y las
recomendaciones que tiene me alegro de que haya preferido trabajar para mí y
no para Leister.
No me apetecía volver a escuchar el nombre de Nicholas, pero teniendo en
cuenta que se conocían no me extrañó que la familia saliera a relucir.
—Ya, bueno… supongo que trabajar para el padrastro de uno nunca es plato
de buen gusto —comenté en tono amigable.
Roger levantó los ojos de la carpeta que estaba leyendo y me miró sonriendo.
—No me refería a William, sino a Nicholas, pero supongo que tiene razón —
admitió dejando la carpeta en la mesa y observándome entretenido—. El trabajo
es sencillo: básicamente se encargará de hacerme los recados, de estar en las
reuniones tomando notas y ayudarme en todo lo que le pida…
Asentí comprendiendo que iba a ser algo así como su secretaria.
—Su hermano podría encontrarle algo mejor si prefiere…
—No, no, lo último que quiero es recurrir a Nicholas; además, tendría que
irme a Nueva York, ¿no? —dije sonriendo animadamente. Había conseguido un
trabajo ¡y me moría por empezar!
Entonces Roger me observó con el ceño fruncido.
—Bueno, sí que es verdad que Nicholas está ahora mismo en Nueva York,
pero esta empresa es tan suya como de Lincoln y mía, aunque entiendo que
quiera empezar por abajo, eso demuestra mucho por su parte…
Mis pensamientos se me congelaron de golpe y sentí frío.
—Lo siento… creo que no lo he entendido —comenté sintiendo cómo un
sudor frío me recorría toda la columna vertebral—. ¿Esta empresa es de
Nicholas?
Roger me miró como si fuese idiota y señaló el emblema que había sobre su
cabeza, grabado sobre cristal transparente. Juro que casi me da un infarto: no
podía ser cierto.
LEISTER, ROGER & BAXWELL INC.
LRB
¡Mierda!
¡¿Esa empresa era de Nicholas?!
—Es un proyecto que hemos empezado juntos, aunque él es el accionista
mayoritario… Creí que lo sabría —confesó sorprendido por mi reacción de
absoluta ignorancia.
¿Cómo podía haber sido tan idiota? ¿A quién se le ocurre presentarse en un
trabajo sin apenas investigar un poco antes?
—Lo cierto es que mi hermano y yo no tenemos muy buena relación… —
empecé a explicarme—. Llamé porque Lincoln Baxwell me ofreció el trabajo
hace unos meses, pero no tenía ni idea de que esta empresa fuese de Nicholas…
yo… —Lo miré y sentí que el bochorno acudía a mis mejillas—. Lo siento,
no debería haberle hecho perder el tiempo, ya me voy.
Roger se puso de pie casi al mismo tiempo que yo y me cogió del brazo antes
de que me largara corriendo de allí.
—Espera, Noah —me pidió pronunciando mi nombre de forma muy dulce
—.
¿Puedo tutearla? —me preguntó soltándome cuando vio que había detenido
mi huida.
—Sí, claro, es más, lo prefiero —respondí deseando darle un toque menos
patético a todo aquello.
Simon sonrió elevando la comisura de sus labios.
—Nicholas no tiene por qué saber que trabajas aquí, si eso es lo que te
preocupa —empezó a decir con calma—. Él lo hace desde Nueva York y, que yo
sepa, no tiene ninguna intención de dejar la Gran Manzana.
Respiré hondo con mis pensamientos a mil por hora. Bien sabía yo que
Nicholas no iba a regresar a Los Ángeles, y mucho menos ahora.
—Tu jefe voy a ser yo, no él —agregó para convencerme.
Dios… ¿podía hacerlo? ¿Podía trabajar para Simon Roger sabiendo que uno
de los jefes era mi exnovio, el mismo exnovio que no quería tener que volver a
ver en mucho mucho tiempo? Si hubiese tenido alguna otra oferta de trabajo no
lo habría dudado ni un segundo… pero no iba a encontrar nada mejor que esto.
—¿Qué me dices? —insistió.
Me tragué todos mis miedos y advertencias y finalmente asentí. Roger me
sonrió, enseñándome sus bonitos dientes blancos.
—Bienvenida a mi equipo… tengo muchas ganas de trabajar contigo.
Forzando una sonrisa, me despedí y salí de su despacho. «Joder, Nicholas…
¿Por qué es tan endemoniadamente difícil permanecer alejada de ti?»
A medida que pasaron los días y comprendí que no iba a cruzarme con Nick,
más que nada porque él seguía en Nueva York y gestionaba las cosas de LRB
desde allí, pude relajarme e ir tranquila a trabajar. Lo cierto es que me
gustaba mi trabajo, no me dejaba mucho tiempo para pensar y darle vueltas a la
cabeza, justamente lo que necesitaba. Trabajaba toda la mañana, exceptuando
cuando tenía que ir a clase, para luego regresar a la oficina y ayudar a Simon en
todo lo que necesitase.
Las semanas pasaron volando y muy pronto llegaron las fiestas. Navidad la
pasé con mi madre, Will y Maddie, puesto que Nick había dejado muy claro que
no iba a poder estar con nosotros por trabajo, aunque sabía que en el fondo me
estaba dejando esas fiestas a mí.
La última noche del año la pasé con Jenna y Lion. Mi amiga procuraba no
hablar de Nicholas cuando estábamos juntas, pero el tema salía, casi sin
proponérnoslo.
—No está enamorado de ella, Noah —me aseguró durante la cena—, pero ha seguido adelante.
Su última frase la dijo mirándome de forma apremiante. Jenna insistía en
que, yo que podía y era soltera, debía salir más, conocer gente, desmelenarme…
Mientras empezábamos la cuenta atrás hasta el Año Nuevo pensé que quizá
tenía razón y había llegado el momento de comenzar a salir con otras personas.
Una de las pocas mañanas en que mis clases me permitían estar en la oficina,
Simon se pasó por mi pequeño despacho, conectado al suyo por una puerta de
madera muy oscura. Levanté la vista de la pantalla del ordenador y lo observé
acercarse hasta colocarse frente a la silla. Apoyó ambas manos sobre el respaldo
y me observó con una sonrisa.
—Estás haciendo un buen trabajo, Noah —afirmó con un brillo de orgullo en
la mirada. Yo ya había notado que me había tomado bajo su protección, era la
más joven de su equipo y también de toda la plantilla, y me protegía y enseñaba
como si fuese su discípula. Había aprendido muchísimo en el escaso mes que
llevaba allí y estaba muy agradecida.
—Gracias, Simon —respondí ruborizándome. Esa era una de las cosas que
pasaban continuamente, puesto que el muy condenado estaba para morirse. Ese
día llevaba un pantalón de traje gris y una camisa blanca inmaculada, que ya se
había remangado hasta los codos. Llevaba el pelo rubio peinado ligeramente
hacia arriba y sus ojos verdes me miraron con diversión contenida.
—Venía para invitarte a tomar algo. —Fruncí un poco el ceño, pero él siguió
hablando—. Vamos a ir todos, queremos celebrar que hemos firmado con Coca-
Cola para la nueva campaña de primavera. ¡Vamos!, no me mires así. Tú eres la
joven, ¿recuerdas?
Sonreí divertida y sentí un poco de emoción en el estómago. Hacía mucho
que no salía por ahí a divertirme y si iban todos no iba a ser yo la única en decir
que no, ¿verdad?
Acepté la oferta y también el gesto de cortesía que tuvo conmigo al
ayudarme a ponerme el abrigo. Hacía frío fuera, por lo que nada más salir a la
calle me enrosqué un pañuelo azul claro al cuello. Cuando salimos solo
estábamos él y yo.
—¿Y los demás? —pregunté con duda.
—Ya deben de estar en el bar, no todos trabajan tanto como tú.
Ignoré esa pulla-halago y lo seguí. Doblamos la esquina del alto edificio de
la empresa y empezamos a andar calle abajo rodeados por una multitud de
personas, vehículos… lo habitual en hora punta. Íbamos conversando mientras
caminábamos y me sorprendió ver lo fácil que era hablar con él fuera del trabajo
y lo relajada que me sentía a su lado. Todavía estaba riéndome de una broma que me acababa de hacer cuando de sopetón se detuvo.
—¿Puedo serte sincero? —me dijo mirándome a los ojos.
Me puse nerviosa por el cambio de tono… pero asentí mirándolo con
cautela.
—Siempre es mejor la sinceridad que las mentiras.
Volvió a sonreír y su mano me apartó un mechón de pelo y me lo colocó
detrás de la oreja. Aquel gesto me hizo revivir una sensación olvidada, sentir un
leve revolotear de mariposas en el estómago.
—Me gustas, Noah… me gustas mucho y me encantaría invitarte a cenar —
confesó y lo hizo sin vergüenza, con seguridad, con la misma seguridad que
puede tener un hombre que ha conseguido muchísimo en muy poco tiempo y que
es brillante, divertido y un buen jefe.
—¿Quieres invitarme a cenar ahora… o sigue en pie lo de tomar algo con los
colegas? —Estaba nerviosa y estaba convencida de que él era consciente.
—Si te soy sincero, me lo inventé… Quería invitarte de forma sutil, pero
temía que me dijeses que no, así que te he contado una mentirijilla.
—Ya veo… —dije sin saber muy bien si me hacía gracia que me hubiese
mentido.
—Vamos, solo quiero conocerte mejor… Hablaremos, cenaremos en un
lugar bonito, pediremos el mejor vino de la carta y después cada uno a su casa.
Sonaba bien, pero… ¿era una cita?
El restaurante al que me llevó era elegante, pero no en exceso, no lo
suficiente para hacerme sentir incómoda, al menos. En las paredes había vinilos
de distintos colores, aunque todos eran álbumes de la década de los ochenta, y
todas las mesas estaban vestidas con unos mantelitos de cuadros rojos y blancos
supergraciosos, con una velita en el centro, todo lo cual contribuía a otorgar a la
estancia un ambiente acogedor y hogareño.
Era un italiano, así que por lo menos estaba segura de que iba a disfrutar de
la comida. Yo pedí raviolis con salsa de queso y él, una lasaña vegetal. Lo cierto
es que disfruté de la cena, de la charla, del hablar por hablar, y del intercambio
de preguntas que hicimos para conocernos mejor. Hacía mucho que no tenía una
cita… antes de estar con Nicholas había estado con mi novio Dan y, en el ínterin,
apenas había tenido tiempo de quedar con chicos y simplemente pasar el rato
conociendo a otra persona.
Me contó que era el hijo mayor, el único hermano varón entre cuatro
hermanas que lo volvían loco. Venía, además, de una familia muy acomodada —
su padre era arquitecto y su madre, médica— y él había sido el rarito que se había dedicado al marketing y a las telecomunicaciones.
La cena se me pasó rápido y regresamos caminando hasta llegar al
aparcamiento del trabajo. Mi Audi rojo estaba junto al suyo: casualidades de la
vida.
—Bueno, Noah —empezó a decir cuando era obvio que ya no había más
trecho para caminar—. Me ha encantado cenar contigo hoy y me gustaría
repetirlo cuanto antes.
Me reí, todo había ido tan bien que ni me lo creía. No dramas, no llantos, no
numeritos, simplemente un chico y una chica sentados juntos e intercambiando
información sobre sus vidas. Sí, me había gustado nuestra cita, pero me tensé
cuando dio un paso hacia delante y se inclinó con la intención de besarme.
Me salió instintivo, volví la cara y sus labios chocaron suavemente con mi
mejilla.
—Hum —exclamó entre divertido y disgustado.
Me fijé en él, en lo guapo que era, de esa forma dulce y masculina, nada que
ver con la belleza arrebatadora de Nick.
—Lo siento… me ha encantado la cena, pero prefiero ir más despacio —me
excusé sintiéndome una chiquilla, una estúpida chiquilla que ni siquiera puede
darle un beso en los labios a un chico que acaba de gastarse más de cien dólares
en una cena.
Simon me acarició la mejilla con la yema de los dedos. Me gustó su
contacto.
—Muy bien… no eres fácil, pero me gusta más así.
Sin decir nada más se volvió hacia su coche y se marchó.
Yo tardé unos segundos y cuando lo hice no pude evitar que mis ojos se
llenaran de lágrimas.