Culpa nuestra

Capítulo 42

NOAH 
Las dos noches siguientes se sucedieron de forma extraña. Nicholas se 
pasaba casi todo el día en la oficina y cuando llegaba a altas horas de la 
madrugada, yo ya estaba sumida en un sueño casi profundo. Cuando abría los 
ojos, las sábanas de su parte de la cama estaban sin una arruga y simplemente me 
encontraba con una nota en donde me deseaba un buen día y me advertía sobre 
no hacer nada que pudiese perjudicarnos a mí o al bebé. 
La noche antes de abandonar mi reclusión e ir al hospital me obligué a mí 
misma a permanecer despierta en el sofá, muy enfadada ya que apenas podía 
mantenerme quieta en el lugar. Las cosas estaban aún tan en el aire que la 
ansiedad y el hecho de llevar casi cuarenta y ocho horas sin apenas entablar una 
conversación decente con nadie estaban terminando por afectarme de forma 
peligrosa. Me notaba ansiosa, nerviosa, y en ocasiones el miedo a que las cosas 
saliesen mal o a lo que pudiesen decirme en la consulta conseguían que los días, 
las horas y los minutos pasasen en una desesperante cámara lenta. 
Eran casi las dos de la madrugada cuando la puerta de nuestra habitación se 
abrió sin apenas hacer ruido. El sofá se encontraba alineado a la izquierda, pero 
veía perfectamente a cualquiera que entrase en el dormitorio. Nick se detuvo 
sorprendido al verme allí y algo en su mirada consiguió hacerme sentir lo mismo 
que uno siente cuando cae en picado por una montaña rusa de más de treinta 
metros de altura. 
—¿Qué haces despierta? —dijo dominando su expresión y dejando su 
chaqueta de cuero sobre el taquillón de entrada. Al fijarme en él comprobé que 
no venía de la empresa, su atuendo era informal aunque elegante, pero no había 
rastro ni de corbata ni de ninguno de los trajes que había mandado recoger de su 
apartamento. 
—Esperarte —contesté notando el cabreo en mi voz. Él tenía libertad para 
salir por ahí, para verse con gente y comportarse como alguien adulto y social; 
yo, en cambio, tenía que estar metida en esa habitación sin nadie con quien 
poder compartir mi miedo y mi ansiedad. 
—Deberías estar en la cama —comentó y, para mi asombro, cuando se 
acercó a donde yo estaba, se inclinó para levantarme en brazos y llevarme él 
mismo. Me sujeté a su cuello, sorprendida de que volviese a tocarme después de dos largos días sin apenas habernos rozado. 
Mi cuerpo vibró como nunca y deseé volver a compartir aquella intimidad 
que habíamos tenido cuando estuvimos juntos. ¿Se había arrepentido? ¿Volvía a 
odiarme como antes pero lo disimulaba por el bebé? 
Ahora ni siquiera me miraba a los ojos, no desde que le prometí mantenerme 
alejada de Michael. Tenía miedo de que el regreso de este hubiese despertado 
todos aquellos recuerdos que sabía aún estaban presentes en su cabeza, recuerdos 
y heridas que no parecían querer desaparecer. Tenía miedo de que finalmente, 
después de todo, Nick siguiese pensando que lo mejor era estar separados y que 
nada, ni siquiera un hijo suyo, iba a hacerlo cambiar de opinión respecto a eso. 
Cuando me depositó sobre la cama, no me solté de su nuca. Tiré de él con la 
intención de que no me soltara, le pedía un beso, y cuando se detuvo justo 
encima de mis labios, tan quieto que mi corazón casi se paralizó, todos mis 
miedos se vieron justificados. 
—No puedo, Noah —confesó en un susurro, cogiendo mis brazos y 
apartándome de él. Sin siquiera dirigirme una breve mirada, se apartó de mí y se 
metió en el baño. Yo, en cambio, me quedé quieta donde estaba, asimilando su 
rechazo. 
Mi corazón pareció sangrar bajo mi pecho, comprendiendo que habíamos 
vuelto al principio. Me arrebujé bajo las sábanas e intenté que no se percatara de 
las lágrimas que incesantes rodaban por mis mejillas. Me hice la dormida cuando 
escuché que la puerta del baño se abría y comprendí entonces que Nick no había 
estado durmiendo conmigo y había hecho la cama después, sino que había 
estado descansando en el sofá, tan lejos de mí como le había sido posible. 
La cita con el médico era a las doce del mediodía, y me sorprendió ver que 
Nick se había quedado trabajando en la habitación del hotel. Me metí en la 
ducha sin apenas dirigirle la mirada y al verme en el espejo vi que mis ojos 
estaban hinchados y enrojecidos. No quería que viera lo mucho que me había 
afectado su rechazo de la noche anterior, así que dediqué un buen rato a tapar 
aquellas ojeras y presentar un aspecto medianamente aceptable. Es increíble los 
milagros que puede hacer el buen maquillaje. 
Lo que no me hizo mucha gracia fue que cuando fui a escoger qué ropa 
ponerme caí en la cuenta de que no todo me cabía. Era algo novedoso para mí: 
nunca había tenido problemas de peso, nunca había tenido que echarme en la 
cama y meter barriga para abrocharme los vaqueros. Aunque mi barriga de 
embarazada era aún apenas imperceptible, yo ya me sentía como una auténtica 
vaca. Mi mal humor era tan evidente que cuando salí del cuarto de baño cerré la 
puerta de un portazo. Nick levantó la vista de su ordenador y se me quedó mirando con curiosidad. 
—Necesito que me dejes las llaves de tu coche —dije enfurruñada y 
deseando salir de aquellas cuatro paredes cuanto antes. 
Nick frunció el ceño. 
—¿Para qué, si puede saberse? 
Lo miré con incredulidad. ¿Se había olvidado? 
—Para ir a ver al médico que está a cargo de la salud de tu hijo: para eso 
necesito las llaves. 
Nick intentó ocultar una sonrisa que amenazaba con dibujarse sobre sus 
labios y se levantó de la silla. Cerró el portátil, cogió las llaves del coche y las 
hizo girar en sus dedos. 
—Soy consciente de que hoy tienes que ver al ginecólogo, lo que no 
entiendo es qué te hace pensar que vas a ir conduciendo tú. 
Apreté la mandíbula con fuerza. 
—Soy perfectamente capaz de conducir un coche; es más, puedo afirmar que 
incluso lo hago mejor que tú. 
Nick se me acercó, sonriendo ya sin ocultarlo, y por unos momentos sus ojos 
viajaron por todo mi cuerpo. Me hubiese gustado ponerme un burka, en aquel 
instante lo último que me sentía era atractiva y que él estuviese tan espectacular 
solo consiguió enfadarme todavía más. 
—Ya me demostrarás tus capacidades de conducción más adelante, pecas, 
ahora mismo lo último que quiero hacer es ponerte delante de un volante —dijo 
cogiendo su chaqueta y la mía y abriéndome la puerta—. Vamos, tengo ganas de 
conocer a mi hijo. 
Tardé unos segundos de más en reaccionar, pero finalmente obligué a mis 
piernas a moverse. No salimos por la puerta principal del hotel, sino que 
bajamos al aparcamiento directamente. Cuando nos metimos en la autovía, sentí 
que había algo que debía comunicarle, por muy enfadada que estuviese. 
—Hoy puede que nos digan el sexo del bebé —comenté como si nada, 
quitándole hierro al asunto, aunque por dentro me moría por descubrir si lo que 
llevaba en mi interior era una mini-Noah o un mini-Nick. 
Nicholas se volvió hacia mí abriendo los ojos con sorpresa. 
—¿Hoy? —preguntó centrándose otra vez en la carretera; noté por el 
movimiento de sus manos sobre el volante que se había puesto más nervioso de 
lo que intentaba aparentar. 
—Podría haberlo sabido hace semanas, pero… preferí esperar —admití 
mirando hacia otro lado. 
No quería confesarle que la idea de recibir aquella noticia sin él a mi lado me 
había resultado insoportable, no quería que supiese lo mucho que lo necesitaba en esos momentos, más que nunca diría yo. 
Nick me cogió la mano de improviso y se la llevó a los labios, donde me 
rozó con un beso fugaz. Lo miré sorprendida de que hubiese derrumbado aquella 
barrera que tan bien había construido a nuestro alrededor. 
—Gracias por esperarme —dijo con emoción, mirándome a los ojos con 
ternura infinita. No había hecho falta decirlo en voz alta, me conocía casi mejor 
que yo misma. 
Después de eso un silencio no tan incómodo se instaló entre nosotros, y la 
curiosidad por saber qué estaba pensando con tanta concentración me obligó a 
romperlo a pesar de mis reticencias. 
—¿Tú qué prefieres? 
Nick sonrió sin devolverme la mirada esta vez. 
—¿Y tú? 
—Yo he preguntado primero. 
Nicholas se rio y me miró fugazmente antes de volver a centrarse en los 
coches que había frente a él. 
—Supongo que las niñas se me dan bien —reconoció tras deliberar durante 
unos segundos. 
—Y tanto. —No pude evitar contestarle. 
Mi acusación no pasó inadvertida, pero decidió ignorar mi comentario. 
—Si no recuerdo mal, hace un par de noches te escuché llamar al bebé Mini 
Yo, ¿o me equivoco? 
Sentí que me ruborizaba; vale sí, así es como lo llamaba en mi mente, pero 
eso no significaba que lo viese como una niña. 
—No sé si sería capaz de aguantar a un Nicholas en miniatura —solté a la 
defensiva, aunque una calidez infinita se apoderó de mi cuerpo cuando imaginé a 
un bebé como Nick entre mis brazos. 
—Una Noah en miniatura acabaría también con mi paciencia, pecas. A veces 
compadezco a tu pobre madre, lo que tuvo que aguantar… 
Lo fulminé con la mirada aún a pesar de que sabía que estaba bromeando. 
—No te preocupes, yo cuidaré de nuestra hija tanto si es insoportable como 
yo o pedante como su padre. 
Nick siguió mirando hacia delante con una sonrisa enorme en su rostro, ya ni 
siquiera se molestaba en disimularlo. 
—Si tenemos una hija, será la niña más querida del mundo. Noah, no habrá 
padre en este planeta que la vaya a cuidar tan bien como yo, eso tenlo por 
seguro. 
Las bromas desaparecieron en cuanto soltó aquel comentario y yo tuve que 
mirar por la ventanilla para ocultar mi rostro y las emociones que acababan de despertar en mí sus palabras. 
Yo no había sabido lo que era tener un padre que me quisiese y me 
protegiese sobre todas las cosas y el simple hecho de imaginármelo, de ver a 
Nick con nuestra hija o hijo, me hizo comprender que, pasara lo que pasase entre 
los dos, nuestro bebé sería el más querido, de eso estaba completamente segura. 
Llegamos al hospital poco tiempo después y no pude quitarme de la cabeza 
la sensación de que entrar allí con él y ver juntos al bebé en la ecografía iba a 
hacerlo todo muchísimo más real. En la sala de espera había muchas mujeres 
acompañadas de sus parejas. Nick y yo éramos los más jóvenes de todos. Se me 
hizo muy extraño vernos a ambos en aquella situación. Cuando dijeron mi 
nombre no pude evitar buscar la mano de Nick para entrar en la consulta. 
De repente volví a tener mucho miedo por lo que fueran a decirnos del bebé, 
y más ahora que las cosas empezaban a convertirse en algo ya más real y 
tangible. 
No había nada que deseara más que traer al mundo un bebé sano y feliz, y 
odiaba pensar que mi cuerpo quizá impidiera que ese anhelo se hiciera realidad. 
El doctor Hubber me saludó con afecto cuando entramos juntos en la 
consulta y miró con curiosidad a Nick, que le tendió la mano y lo observó con 
fingida educación. Lo conocía lo suficiente para saber que ya iba a empezar a 
sacarle defectos. 
—Doctor, él es Nicholas Leister, mi… bueno, el padre —aclaré 
ruborizándome y sintiéndome bastante estúpida. 
Nicholas no agregó ningún tipo de aclaración y, aunque me hubiese gustado 
ver cómo marcaba el territorio como solía hacer antes cuando estábamos juntos, 
en aquel momento solo podía pensar en que todo estuviese bien con respecto a 
Mini Yo. 
El doctor Hubber me indicó que me recostara en la camilla mientras me 
hacía algunas preguntas rutinarias. 
Nicholas parecía estar poniendo toda su concentración en mis respuestas y al 
escuchar algunas su ceño fue haciéndose más y más pronunciado. Cuando el 
doctor acercó la sonda y me pidió que me levantara la camiseta, Nick dio un 
paso hacia delante y se colocó junto a mí, sus ojos fijos en cada uno de los 
movimientos del médico. Me puso el gel frío y empezó a deslizar la sonda sobre 
mi piel desnuda; unos segundos después Mini Yo apareció en pantalla. Aunque 
hubiesen pasado apenas dos semanas, las diferencias eran muy evidentes. El 
bebé estaba mucho más grande que la última vez y sus rasgos se iban alejando 
ya de los de una especie de renacuajo con piernas y brazos. 
Siempre había sido increíble verlo, pero en esa ocasión fue mucho más 
especial. Me fijé en la expresión de Nick, que parecía totalmente aturdido y comprendí esa sensación: una cosa era que te lo dijeran y otra muy distinta verlo 
por ti mismo. 
El ginecólogo siguió moviendo la sonda y empezó a hacer sus cálculos y 
medidas. 
—Tengo buenas noticias —anunció mirándonos a ambos—: el hematoma ha 
desaparecido casi por completo; aún hay una sombrita, pero eso terminara 
yéndose en los próximos días casi con total seguridad. 
—¿Eso significa que el bebé ya no corre ningún peligro? —pregunté 
emocionada y sintiendo un alivio tan inmenso que fui consciente del peso que 
había estado cargando todas aquellas semanas sin siquiera darme cuenta. 
—Seguiremos controlándote cada mes, pero sí, por ahora todo está como 
debe estar —me contestó el médico con una sonrisa amable—. Has hecho un 
buen trabajo, Noah. 
Dejé caer la cabeza hacia atrás y suspiré con alivio. 
—Entonces, ¿ya puedo hacer vida normal, doctor? 
Fue a contestarme pero Nick lo interrumpió, mirándolo con desconfianza. 
—Ha dicho que el hematoma no ha desaparecido del todo. ¿No es 
aconsejable que siga haciendo reposo, al menos durante un par de semanas más? 
«¡¿Qué?! ¡No!» 
Fulminé a Nick con la mirada, pero este me ignoró por completo. 
—Puede hacer vida normal, señor Leister, pero nada de estrés, ni esfuerzos 
físicos; como le dije la primera vez que la vi, este es un embarazo complicado 
por su historial y por cómo se ha estado desarrollando el embarazo. No tiene que 
preocuparse, pero sí tomarse la vida con calma. Ya está en el segundo trimestre, 
y las cosas a partir de ahora empezarán a ir mucho más rápido. El bebé ha 
crecido bastante desde la última vez que la vi, pero no lo suficiente, lo que me 
indica que ese estirón lo pegará en las próximas semanas. 
Genial, lo que significaba que iba a ponerme como un tonel. 
—Me gustaría pedir una segunda opinión, si le parece bien —comentó Nick 
aún con desconfianza. 
—Nicholas —lo reprendí, llena de vergüenza. 
El facultativo no pareció ofendido por ese último comentario. 
—No tengo ningún inconveniente en recomendarle a alguno de mis colegas, 
señor Leister. 
—No será necesario. 
Ambos se sostuvieron la mirada unos segundos de más y yo quise que la 
tierra se me tragase. Maldito Nicholas, no pensaba ir a ningún otro médico: el 
doctor Hubber me gustaba y era muy bueno, lo había buscado en internet para 
asegurarme y había sido de los mejores de su promoción. Nicholas, como siempre, exageraba. 
—¿Les gustaría saber el sexo del bebé? —nos preguntó entonces con una 
amable sonrisa que destensó el ambiente de inmediato. 
Miré a Nicholas con nerviosismo y él me sonrió inspirándome una 
tranquilidad que solo consiguió afectarme aún más. 
—Nos encantaría, doctor —dijo él cogiéndome de la mano. 
El médico volvió a deslizar la sonda sobre mi piel y, después de lo que me 
pareció una eternidad, nos miró con una sonrisa jovial. 
—Es un niño. 
El mundo se paró y también mi corazón. 
Un niño… sentí tanta emoción que los ojos se me llenaron de lágrimas. 
Nuestras miradas se encontraron y ambos sonreímos divertidos, recordando 
la conversación del coche. Ver la reacción de Nick fue algo que aún atesoro 
como los mejores recuerdos de mi vida. Su emoción era tal que permaneció con 
los ojos clavados en la pantalla durante varios segundos. Lo que hizo a 
continuación me pilló por sorpresa: se inclinó hacia mí y me estampó un beso en 
los labios, un beso que recibí con gusto y vergüenza, ya que el doctor Hubber 
estaba a menos de medio metro de distancia. Sus ojos buscaron los míos cuando 
se separó de mi boca y sentí que me derretía por completo. 
—Mini Tú ha terminado por ser Mini Yo —comentó sonriéndome. 
—Que no se te suba a la cabeza —le advertí feliz. 
De camino de vuelta al hotel, y ahora que sabíamos que el bebé estaba bien y 
que yo podía hacer vida normal, empecé a hacer planes en mi cabeza, planes en 
los que por fin podía retomar las riendas de mi vida. Necesitaba volver a 
sentirme útil. Para alguien como yo, acostumbrada a estar siempre para arriba y 
para abajo, haber pasado casi un mes en cama había sido una horrible pesadilla. 
—Necesito estirar las piernas, Dios, quiero salir a correr, quiero ir a la 
facultad, volver a trabajar… —solté de forma soñadora, mirando por la 
ventanilla. 
—¿No has oído al médico? —me soltó Nicholas de mala manera—. El 
hematoma no ha desaparecido por completo, no puedes volver a hacer esas cosas 
como si nada. 
Volví el rostro en su dirección. 
—¿No lo has oído tú? Ha dicho que ya puedo hacer vida normal. Es fácil 
opinar cuando no has tenido que estar un mes postrado en una cama. 
Nicholas soltó el aire por la nariz y apretó el volante con fuerza. 
—Tenemos que hablar sobre mi apartamento en el centro… Sé que no 
quieres ir allí y lo respeto, pero necesitamos poner las cosas en orden. El hotel está bien, pero ahí llamo demasiado la atención y ahora mismo es lo último que 
deseo. 
«¿Tenemos?» 
—Yo tengo mi apartamento pagado y esperando a que me instale, Nick — 
dije deseando poder regresar allí y pasar un tiempo sola y prepararme para lo que 
se me venía encima—. Tú puedes regresar al tuyo. 
—¿Eso es lo que quieres? ¿Que vivamos separados? —El tono de su voz 
transmitía dolor, un dolor que se mezclaba con el enfado que sentía por mis 
palabras. 
—No podemos vivir juntos básicamente porque no estamos juntos. 
Y por mucho que lo odiase, esa era la realidad. 
—Por Dios, Noah, las cosas han cambiado, ¿no te parece? 
Negué con la cabeza, eso era justamente lo que no quería que pasara. 
—Lo que ha cambiado es que voy a tener un bebé, pero nadie dice que tú y 
yo tengamos que volver por eso. Yo he terminado por aceptarlo, así que… 
—Así que ¿qué? —dijo girando bruscamente a la derecha y entrando en el 
aparcamiento del hotel—. La he cagado, y ahora voy a hacerme cargo de 
vosotros. 
—¿Que te vas a hacer cargo? —le repuse indignada—. Yo no soy tu 
responsabilidad, y no pienso estar con alguien que dejó más que claro que no iba 
a volver a quererme y mucho menos a confiar en mí, así que, volvemos al 
principio. Podrás encargarte del niño conmigo, pero eso es todo: no voy a vivir 
contigo, no voy a hacer lo que tú me digas ni voy a cambiarme de médico. Hasta 
que no dé a luz las decisiones las tomaré yo y cuando el bebé nazca pondremos 
las cosas en regla para poder criarlo juntos, pero cada uno en su casa. 
Me bajé del coche dando un portazo. Esto era justamente lo que había temido 
desde el principio, que Nicholas viera el embarazo como una manera retorcida 
de volver conmigo. Así, sin embargo, no se hacían las cosas, no buscaba 
compasión en Nicholas ni estar a su cargo… ¡Por Dios santo!, por mucho que 
me doliese aún su rechazo, nunca le haría algo así, nunca lo obligaría a volver 
conmigo. 
Nicholas se mantuvo en silencio hasta llegar a la habitación. 
—Entonces, tu plan es que cada uno siga con su vida y después, ¿qué? 
¿Tener la custodia compartida? ¿Eso es lo que quieres? —me planteó sentándose 
en el borde de la cama y observándome mientras yo empezaba a descolgar mi 
ropa de las perchas y las doblaba de cualquier manera sobre la mesita que había 
frente a la cama. Mis ojos se desviaron de la ropa un segundo y se fijaron en él. 
Parecía tranquilo, pero por mucho que ahora lograra mantener la calma, yo sabía 
muy bien lo que se escondía bajo esos ojos. No le hacía ni pizca de gracia lo que había dicho en el coche y ahora que yo lo escuchaba de sus labios, no pude 
evitar sentir lo mismo—. Tendremos que dividirnos los días, los fines de semana, 
las vacaciones… ¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres que nuestro hijo se críe con 
padres separados? 
Mis ojos se humedecieron ante la horrible realidad que estaba planteándome. 
Yo sabía lo que era criarse de esa manera: la mitad de mi vida no había 
tenido padre y la otra me la había pasado escondiéndome por temor a que me 
hiciera daño. Nick también había tenido que ver cómo sus padres se separaban y 
su madre lo abandonaba. 
Por un momento me imaginé a mi dulce bebé, de grandes ojos azules y pelo 
rubio como yo pasando por lo que ambos tuvimos que pasar, y mi corazón se me 
encogió de una manera que no había sentido hasta entonces. Me mordí el labio 
intentando controlar el temblor, y Nicholas se levantó y vino hacia mí. 
—Deja que cuide de ti —me pidió entonces a la vez que su mano me 
acariciaba la cara y sus ojos se sumergían en los míos con férrea determinación 
—. Sé lo que te dije, sé que te dije que no iba a ser capaz de perdonarte y no he 
podido quitármelo de la cabeza desde que me fui: tu reacción, tu tristeza… me 
han perseguido cada día que hemos estado separados, Noah. Las cosas han 
cambiado, ahora mi forma de ver todo esto no es la misma, lo veo todo de un 
color diferente. Cuando he visto a nuestro hijo en esa pantalla, Noah… Joder, he 
sido el hombre más feliz de la Tierra y no solo porque vaya a tener un bebé 
precioso, sino porque lo voy a tener con la mujer que ha puesto mi mundo patas 
arriba. 
Cerré los ojos con fuerza y noté cómo una lágrima boicoteaba mi 
autocontrol. 
Nick apoyó su frente contra la mía y suspiró embargándome con su tibio 
aliento. 
—Nos hemos hecho mucho daño, pecas, no creas ni por un instante que no 
soy consciente de cada palabra hiriente que ha salido de mi boca. No dudes al 
pensar que he querido verte sufrir como yo sufrí después de lo de Michael, pero 
nunca, Noah, nunca he dejado de pensar que eras la mujer de mi vida. 
Abrí los ojos. 
—He dejado a Sophia, Noah. 
Noté cómo mi corazón se aceleraba al pensar en ellos dos juntos, en las 
noches que pasé llorando en mi cama después de verlos en las revistas o en la 
televisión. Las cosas que Nick había dicho respecto a ella, que era mejor mujer 
para él, más madura, más lista, más todo… seguían estando presentes en mis 
recuerdos y supe que siempre sería una espinita clavada en mi corazón. 
—No deberías haberlo hecho. —No lo estaba mirando al hablar, pero su mano me cogió la barbilla para obligarme a hacerlo. No comprendió mis 
palabras y seguí hablando de forma casi atropellada—. Nicholas, tú no vas a ser 
capaz de olvidar que te engañé con otro y yo no sería capaz de soportar perderte 
otra vez… 
Tengo miedo, estoy tan asustada que lo último que puedo hacer ahora mismo 
es ponerme a probar si lo nuestro puede o no volver a funcionar. 
—Déjame demostrarte que lo que digo es totalmente cierto, Noah. 
Negué con la cabeza y entonces me cogió el rostro entre sus manos y me 
besó como había deseado desde que nos habíamos separado. Sus labios se 
posaron en los míos, primero una y luego dos veces y ejercieron la presión 
suficiente para hacerme suspirar. Su lengua se adentró en mi boca y me derretí 
ante su sabor, me derretí al sentirlo contra mi cuerpo, su brazo me levantó por la 
cintura y mis piernas rodearon sus caderas. Me mordió el labio, lo chupó 
después y luego me besó esperando una respuesta en mí que no volvió a 
aparecer. Sus palabras me habían paralizado, fue un momento en el que pude ver 
la luz al final del túnel, la vi claramente, pero también vi que para llegar hasta 
allí iba a tener que sortear todo tipo de obstáculos, obstáculos que no estaba 
segura de si iba a ser capaz de superar. 
Nicholas se separó entonces de mi boca y me depositó en el suelo. 
—Estos últimos días ni siquiera me habías tocado… pensé… 
—No te he tocado porque si empezaba no iba a poder parar —se justificó, 
apoyando su frente contra la mía—. Quería darte espacio, no quería empujarte a 
hacer nada que no quisieras… 
Me quedé sin palabras. 
—Voy a tener un hijo contigo, Noah —dijo mirándome a los ojos—, y va a 
ser contigo, por mucho que tarde en demostrarte que no pienso irme a ningún 
lado. 
Dios mío… ¿hablaba en serio? ¿Eran ciertas sus palabras? Quería a ese 
hombre con toda mi alma y solo deseaba que volviera a amarme como yo lo 
amaba a él. 
—Vayamos despacio, Nick —le pedí y él se incorporó para, con una sonrisa, 
mirar fijamente mis ojos color miel. 
—Mejor: empecemos de cero —decidió.




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