Culpable por amante

Capitulo-1-

   Odio que me llamen Señor y cuando le añaden mayor es como si me arrancasen el corazón sin rasgar la piel.
Soy un hombre elegante de los que se miran al espejo para salir de casa. De los que se perfuman cada mañana, aunque me vaya a quedar. De los de antes, de esos que te llevan a la cama una rosa con el desayuno, de los que te abren las puertas y dejan notas con corazones debajo de la almohada.
Miro el calendario que tengo pegado en la puerta de la nevera de la cocina, 13 de febrero, mañana será mi cumpleaños, sesenta y cinco primaveras y con todas las ganas de vivir.

   Me voy caminando a mi trabajo, un pequeño kiosco que lleva más de cincuenta años en pie. Me apena saber que cerrará sus ventanas cuando yo no siga al frente del negocio. Mucha hambre nos quitó en los peores momentos, hasta sirvió de refugio en los tiempos de las persecuciones por algo tan detestable como son las ideologías.

   Soy de viejas costumbres y siempre voy por las mismas calles, así que es muy normal encontrarme con las mismas personas todos los días. Fui viendo como cada año iban creciendo los hijos de Ángel, como siempre María va a las carreras, porque llega tarde. O como Luis va barriendo las calles del barrio. Día tras día las mismas escenas.

   —Buenos días, Doña Julia. ¿Qué tal se encuentra hoy?

   —Pues ya me ve, Don Juan, aquí cada año más vieja.

   —No diga eso que usted está tan hermosa como el primer día que entré en su tienda.

   —Calle, calle, que la artrosis, el reuma y las migrañas no las tenía cuando era joven.

   —Son cargas que tenemos que llevar, nuestros cuerpos no fueron creados para durar mucho tiempo.

   ¿Tiene mi flor?

   —Sí, espere que se la van a traer ahora. Yo ya no trabajo, es Irene la que se va a encargar del negocio.

   —Me parece muy bien, hay que ceder el relevo a los hijos. En mi caso tendré que cerrar cuando lo deje, tanto Nieves como Juan no muestran ningún interés en seguir con la venta de periódicos. Ellos, gracias a Dios, tienen buenos trabajos y no necesitan la dependencia que tiene este trabajo.

   —La mía nunca quiso estudiar, bueno, ni trabajar. Cree, como la mayoría de la juventud, que el dinero llueve del cielo. Don Juan, ¿qué hemos hecho con nuestros hijos?

   —Quizás los hemos protegido demasiado y no están preparados para este mundo. Temo lo que les deparará el futuro a las próximas generaciones.

   Siento ser un poco pesado, pero me puede dar la flor, ya sabe que tengo que abrir el kiosco.

   —Claro, claro, perdóneme que le estoy entreteniendo. Y esta hija mía no sé qué hace ahí metida.

   ¡Irene!, ven a traer el pedido de Don Juan.

   —Un segundo madre que estoy hablando por teléfono.

   —Lo dicho, el mundo se acabará y estos seguirán pegados a sus móviles.

   Pasados dos eternos minutos aparece la joven con el teléfono al oído y una flor a medias de envolver en un papel. Los dos se la quedan mirando, Julia es la primera en responder.

   —Irene, está no es la flor de Don Juan.

   —Mamá, me dijiste que era una roja.

   —Sí, pero este es un clavel. La flor del señor es la rosa.

   —Sí, niña es una rosa… —antes de poder terminar la frase la chica ya se había metido dentro de la tienda.

   —Lo siento.

   —No se preocupe, errores los tenemos todos.
   —Venga hija, que el señor tiene que ir a su trabajo.

   Vuelve a aparecer hablando por el teléfono con una rosa blanca. Julia empieza a ponerse colorada.

   —¡Quieres colgar ese teléfono! —le dice con dureza en sus palabras—. Don Juan lleva más de treinta años viniendo a esta tienda para comprar una "Rosa Roja", todos los días —Yo asiento con la cabeza—, así que entra y busca una bonita rosa roja ahí dentro.

   —Es que no hay.

   —¿Cómo que no hay?

   —Se vendieron todas ayer. ¿Qué más da que sea de otro color?

   —Claro que tiene importancia, es la flor que le lleva cada día a su mujer.

   —Pues que sea más moderno y que le lleve... —no llegó a terminar la frase, su madre golpeó con tal fuerza la mesa que me asustó hasta a mí.

   —Déjelo, Doña Julia, cuando salga del trabajo me iré a otra floristería.

   —No, por favor, déjeme arreglar este malentendido. Usted vaya a su trabajo y luego Irene le llevará su flor.

   —De verdad que no hace falta, no quiero ser ninguna molestia.

   —Usted para nosotros es algo más que un cliente y, por tanto, no me quedaría a gusto si no puedo atenderle como se merece. Lo dicho, antes de una hora le llevaremos su flor. Y de nuevo le pido perdón.

   —Muchas gracias. Les dejo aquí el dinero.

   La joven hace intención de coger el dinero que le voy a dar, pero es Julia la que llega antes y responde—. Esta vez será gratis.

   —No, tiene que cobrarme.

   —Hágame caso, hoy es gratis. Cuando el error es de uno hay que aceptar que tiene consecuencias.

   —Muchas gracias. Y me tengo que ir que voy a llegar tarde.

   Salgo a la calle y sigo mi caminar. Durante unos metros puedo escuchar a las dos mujeres discurriendo, Julia le recrimina que hay que atender bien a los clientes, Irene que no entendía por qué tanto empeño en que fuese roja. Aún le falta mucho que aprender en esta vida.



#14733 en Novela romántica

En el texto hay: amor

Editado: 07.02.2023

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