Culpable por amante

Capitulo-2-

   "Media hora, de reloj, llevo aquí sentado esperando mi turno. Esta gente no entiende que los demás también trabajamos, que no podemos quedarnos eternamente parados en la sala de consultas. Si total es sólo darme un papel y me voy. Pero no, hay que tenernos aquí sentados esperando como en la cola de la pescadería. No sé por qué están tanto tiempo hay dentro, que esto no es un confesionario" lo pienso mirando por tercera vez el reloj.

   "Puff, aquí hace falta alguien que meta mano y acelere esto"

   —Buenos días. Está visto que hoy no voy a vender ni un periódico.

   Le hablo a Doña Carmina que acaba de llegar. Ella es una de mis mejores clientas, no sé cuántos años lleva comprando las revistas y el periódico. Siempre tiene un comentario que hacerme sobre las famosas que en ellas sale. Pero a mí la verdad esta gente que vive sin pegar un palo al agua me trae sin cuidado.

   —Buenos días, Don Juan. ¿Lleva mucho tiempo aquí?

   —Pues desde la 8,30. Pero esto va para largo.

   ¿Y usted que viene también por los resultados?

   —No, yo vengo a la enfermera para que me saquen sangre. Llevo una temporada muy cansada y el médico me pidió que hiciera una analítica.

   —¿Le toca a usted el joven? Yo prefiero estos que acaban de terminar la carrera, les faltará experiencia, pero vienen con más ganas.

   Pues eso que a usted le ocurre es lo mismo que me pasa a mí. Llevo una temporada donde me levanto más cansado que cuando me acuesto y además me duelen hasta los huesos. Seguro que también me mandará ir a la enfermera.

   —Yo prefiero al viejo, él nada más entrar ya sabía lo que tenemos, con este no son más que vueltas. Es como si le gustase practicar con nuestros viejos cuerpos.

   —No diga eso.

   Bueno,  me voy que por fin me toca, espero no tener que estar allí toda la mañana. Tengo poco que confesar —lo digo sonriendo.

   La puerta está cerrada, toco con los nudillos. "¡Toc, Toc!"

   Desde dentro se oye una voz —"¡Pase!"

   —Buenos días, doctor Vázquez.

   —Buenos días, Don Juan, pase y siéntese.

   El doctor espera a que me haya sentado para continuar hablando.

   —Las noticias que tengo que darle son las que nunca querría decir —mueve nervioso la hoja que tiene en las manos.

   —Vale, señor doctor, ya sé que tengo que ir a la enfermera para que me saquen sangre. No se preocupe, uno ya está acostumbrado.

   —Me temo que eso no es necesario...

 

   Me dirijo con mí caminar cansino por las calles de mi ciudad. Tengo un “run run” en mi cabeza que intento encerrar en la parte del olvido, esa parte donde desaparecen esas cosas que no necesitamos. Pero el golpe recibido es más fuerte de lo que yo esperaba.

   —Hola, Don Juan.

   Me cuesta reaccionar a este saludo, no es hasta que me toca el hombro que me doy cuenta de que estoy en la floristería.

   —Irene ya tiene preparada su flor, ha escogido la más bonita de todo el pedido que hemos recibido.

   —Vale, gracias.

   Le entrego el dinero, recojo la flor que la joven había envuelto en un bonito papel de fantasía, con lo que resaltaba aún más su belleza, y me dirijo hacia el kiosco.

   Hasta ya pasada una hora no me doy cuenta de que estaba sentado dentro y no había abierto las persianas.

   —¿Está usted bien?

   —Hola, Doña Julia —veo la flor que tengo en el florero junto a la caja registradora—, no me diga que me he ido de su tienda sin pagar. Perdóneme, no sé donde tengo la cabeza estos días.

   —No, ya la pagó al recogerla. Simplemente es que me preocupó como le vi en la tienda, traía usted muy mala cara.

   —Voy a cerrar por hoy. No me encuentro bien, prefiero ir para mi casa a descansar.

   —¿Le apetece que hablemos?

   —Perdóneme, hoy no me apetece mucho, tampoco sería muy buena compañía.

   —Como usted vea.

   Cierro las trampillas que hacen de ventanas del kiosco, apago las luces, echo un último vistazo y le pongo el candado a la puerta.

   —Don Juan.

   —Dígame, Doña Julia.

   —Se ha olvidado la flor.

   —Es verdad. Ya le digo que hoy no estoy para nada.

   —¿Quiere que le acompañe hasta casa?

   —No se preocupe, estoy bien.

   Pero ella no acepta un, "no", por respuesta y me va acompañando hasta mi casa.

 

   Al abrir la puerta tengo la sensación de que no estoy en mi hogar. Entramos y Doña Julia se queda en el salón, yo me voy a mi habitación.

   Yo soy una persona ordenada, ¿quién ha venido a desordenarme las cosas? Me enfado y golpeo con fuerza la cama...

   Doña Julia sigue de pie en el salón mirando la fotografía donde estamos el día de nuestra boda.

   —Es una mujer muy hermosa.

   —Sí que lo es.

   —¿Me va a contar qué es lo que le pasa?

   ¿Acaso le ha dado una mala noticia el doctor Vázquez?

   —¿Cómo sabe el nombre del doctor? —pongo cara de extrañado. No recuerdo haberle dicho nada de mi visita al médico.



#11238 en Novela romántica

En el texto hay: amor

Editado: 07.02.2023

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