La luz del nuevo día me da en los ojos, se nota que han crecido los días, ya estamos en primavera. No sé pero a mí me parece que estos días son más alegres.
Tengo que levantarme ya que voy a llegar tarde. Espero que Irene me tenga preparada mi rosa... roja, voy pensando mientras me dirijo al trabajo.
Es extraño, la ciudad está hoy como vacía de coches y personas, voy mirando con cierto recelo. La tienda de bicicletas está cerrada, la de ropa también. Desde el semáforo veo la persiana bajada de la librería con el dibujo de un gran búho leyendo. Miro mi reloj, son las nueve y media, a estas horas siempre hay un gran bullicio en las calles y hoy todo está extrañamente vacío.
Llego a la floristería y también está cerrada, que raro. Vuelvo a mirar el reloj, diez menos cuarto, hago memoria, hoy es jueves.
Sigo caminando hasta mi kiosco. Abro la puerta, subo las persianas y veo desde aquí que el banco tampoco está abierto.
Al sentir el motor de algún coche pasando por la carretera me da la tranquilidad de no estar solo en el mundo. A veces los sueños son tan reales que pueden llegar a ocultar la realidad que vivimos. Ya empezaba a pensar que estaba en un raro sueño.
Dan las diez en la radio, comienzan las noticias. "Esta es la programación para hoy Jueves Santo"
Mi cara es todo un poema. Como puede ser que se me haya olvidado el día que es hoy. Lógico que las tiendas estén cerradas. ¿Y yo qué hago ahora sin mi flor?
Mientras busco en mi agenda el número de teléfono de Julia, sin mucho éxito, veo pasar a Luis con su carro.
—Buenos días, Don Juan. ¿Qué hace hoy levantado? Es el único que está despierto en toda la ciudad.
—Buenos días, Luis. Pues en realidad el tonto. Se me ha olvidado que hoy es jueves santo y ya ves, aquí estoy más solo que la una. De hecho ya iba a irme, pero se me ha olvidado comprar la flor que todos los días le llevo a mi mujer y estoy intentando buscar el teléfono de Doña Julia. Creía que lo tenía apuntado, pero no lo encuentro.
Por lo que veo, tu trabajo no entiende de días festivos.
—No, estamos de mantenimiento todos los días. Pero bueno tampoco me preocupa mucho, mejor estar aquí que en casa encerrado.
—Pues no sé cómo voy a solucionar este gran problema que tengo. Seguro que Nieves se lleva un gran disgusto si no le llevo su flor.
—Le entiendo.
Si me guarda un secreto quizás le pueda ayudar.
—¿Cómo me puedes ayudar?
—Mire allí, al fondo del jardín hay un rosal. Yo suelo podarlo y cuidarlo durante todo el año. Y como ve, tiene unas rosas rojas. No debería, pero siendo tan importante para usted...
—Eso está mal, Luis.
—La verdad que sí, pero a momentos desesperados, soluciones desesperadas. Tampoco creo que por un par de flores se vayan a dar cuenta.
—Mejor no, no le quiero meter en un problema.
Seguiré buscando el número de Julia.
—No la he visto, si no me equivoco hoy no trabaja.
—Ya sé que está jubilada, pero seguro que me puede ayudar.
—No sabía yo que ya estuviera jubilada.
—Yo me enteré hace unos meses.
—No se hable más. Espéreme aquí que vengo ahora.
Desde mi kiosco puedo ver como Luis avanza con rapidez hacia el rosal, con sus tijeras de podar corta dos rosas y antes de que me dé cuenta ya las tengo en mi mano.
—Lo dicho, le pido que no diga nada para no tener problemas. Será un secreto entre nosotros.
—No sabes cómo te lo agradezco. ¿Quieres llevarte algo, una revista, un periódico?
—No gracias.
Tenga cuidado que aunque le he quitado las púas alguna se me puede haber pasado.
Me tengo que ir ya.
—Gracias de todo corazón.
—No ha sido nada.
Veo como se aleja hasta perderse entre los edificios. Con mis rosas en la mano y la tranquilidad de poder dárselas a mi amor, me voy caminando a mi casa.