El teléfono sigue sonando varias veces hasta que lo coge—Carlos.
—¿Qué quieres, Marcos?
—Llevo dos días llamándote, podías siquiera devolver las llamadas.
—Ya sé para qué me llamas. Y no puedo ir, estoy muy liado con el trabajo.
—Es tu padre tanto como el mío.
—Ya sabes que yo no lo soportaba. Bueno, ni él a mí.
Desde que se separó de mamá se hizo insoportable, imposible vivir con ese nombre. Entiendo porque nuestra madre tomó esa decisión y por esa misma razón me tuve que ir de casa. Malas contestaciones, malos gestos, mal carácter. O te has olvidado de cómo se ponía con nosotros, que se empeñaba en llamarnos por otro nombre, bueno a ti porque a mí ni me reconocía como hijo.
Además, para qué quieres que vaya, él ya ni siente ni padece.
—Sabes, también como yo, que todo es por culpa de la enfermedad que tiene. Lleva muchos años ingresado y me da pena, es nuestro padre.
Yo voy a ir hoy a verlo por la tarde, si quieres vamos juntos.
—Ya te dije mi decisión es que no. No le deseo ningún mal, pero no lo quiero en mi vida.
Marcos llega a la clínica, se acerca a la recepción y pregunta por su padre. Entiende la razón por la que su hermano no quiere venir, pero él en su interior se sentiría mal si no viene a verlo.
—Buenas tardes, ¿Qué desea?
—Soy Marcos Alonso, vengo a ver a mi padre.
—Su padre es Juan Alonso, ¿verdad?
—Sí.
—Espere que voy a dar aviso para la visita. De momento puede quedarse en esa salita.
Marcos se acerca hasta la sala que le indicó la chica de recepción. Se sienta en una de las butacas y se dedica a inspeccionar todo lo que ve a su alrededor. En el centro está la típica mesa con las revistas médicas, algunas son actuales, otras podrían ser de cuando se abrió la clínica. Paredes blancas de las que cuelgan dos cuadros con paisajes montañosos. Tres butacas más pegadas contra la pared y una ventana que da al patio exterior desde donde se puede ver a personas llevando a enfermos. Las que llevan bata entiende que son del personal de la clínica y los otros quizás sean familiares.
Se encontraba inmerso en el pensamiento de lo triste que sería trabajar aquí, cuando llega a la puerta un joven vestido con una larga bata blanca.
—¿Es usted, Marcos?
—Sí.
—Perdóneme que me presente así. Soy el doctor Vázquez y al escuchar que venía a ver a Juan me he tomado la libertad de pasar a hablar con usted.
—Sin problema doctor.
Toma asiento en otra de las butacas.
—No es una persona que tenga muchas visitas, a pesar de llevar aquí ingresado desde hace bastantes años. Lo digo por su historial, pues es la primera vez que veo a un familiar del paciente. Cierto que yo estoy aquí desde hace dos años.
—Estamos muy ocupados con la familia y los trabajos… Bueno, siendo sinceros, nunca fue un buen padre para nosotros y al encontrarse en el estado en el que está, pues no sabemos cómo actuar.
—Es cierto, su enfermedad ha hecho que sea difícil comunicarse con él. Hay momentos que parece tener más lucidez y cuenta cosas que no sé si serán importantes para ustedes.
—Pues no lo sé.
—Habla mucho de una mujer, Nieves. Yo pensaba que era su mujer, pero he leído que su mujer se llama Elena.
—No sé quién es esa mujer.
—Él habla mucho de ella y dice que tiene que llevarle todos los días una flor.
—¿Una rosa roja?
—Sí, eso, una rosa roja. Que por cierto tuvo un fuerte enfrentamiento con una de nuestras celadoras, Irene, porque un día le trajo un clavel. Él siempre insistía con lo de la flor roja y ella por complacerlo casi consigue que entrase en crisis. Si no es por otra de las compañeras, Julia, podría haber habido una desgracia.
—Ahora que hago memoria, escuche un día a mi madre hablar que nuestro padre había tenido una antigua pareja, pero que ella desgraciadamente murió en un accidente. La verdad es que no puedo saber si su nombre era, Nieves, porque fue algo a lo que no le di demasiada importancia.
—Vale, entonces ya me va cuadrando un poco lo que había escrito el anterior doctor que le atendía.
Bueno, no le entretengo más que en cinco minutos debo atender a otro de mis pacientes. Si fuera posible me gustaría volver a hablar con usted para comentarle como se encuentra, los tratamientos que le estamos administrando y entender un poco más ciertas reacciones que tiene.
—Me parece bien. Intentaré avisar con algo de tiempo para que pueda tener una cita con usted.
—Se lo agradecería.
Me tengo que ir. Un placer. Ahora aviso a la celadora para que le acompañe a ver a su padre.
—Gracias, doctor.
El doctor Vázquez se gira y camina hacia la salida, cuando está a punto de llegar a la puerta se gira—¿Qué trabajo tenía su padre?
—Él trabajaba en un taller mecánico.
—¿Y algo relacionado con un kiosco de periódicos?
—Que yo sepa nadie de nuestra familia tuvo nunca ese tipo de negocios.
—Nada, era otra de mis dudas. No se puede hacer una idea de todas las cosas que pasan por la cabeza de este paciente, bueno su padre.