El día era gris, de esos días de nubes plomizas y bufanda en el rostro. Carlos llegaba con el paraguas en la mano buscando algún lugar donde poder ponerlo.
—Déjelo en el paragüero dorado que tiene a su izquierda.
Él le hacía una seña de que se había dado cuenta.
Pasó al interior de la sala como le indicó la mujer de la recepción y se quitó la chaqueta que estaba algo mojada. Se quedó mirando por la ventana mientras marcaba el número de teléfono de su hermano. Tenía la mala costumbre de no responder al instante, por lo que no le preocupó ver que de nuevo se cortaba la llamada sin respuesta.
—Buenos días, Carlos —el doctor Vázquez acababa de entrar en la sala.
—Buenos días, doctor.
El saludo de ambos hombres es frío y muy seco, la situación no permite muchas alegrías.
—Si le parece vayamos a mi despacho.
—¿Dejó aquí la chaqueta?
—Sí, sin problema.
Caminan por un largo pasillo atravesando varias partes de la clínica. Hoy los pacientes están en las salas de televisión, pues no está el tiempo para que den sus paseos. A algunos se les veía sentados con algún juego de mesa, otros paseando sin rumbo y la mayor parte sentada y durmiendo aletargados.
—Pase y tome asiento.
—Gracias.
—Como le dije por teléfono...
Estaba en mis últimos instantes, en esos momentos donde el cuerpo y el alma disocian esa extraña comunión y la vida se apaga como una pequeña vela a la falta de cera que la alimente. La luz de la habitación había perdido su intensidad, las sombras iban ganando el terreno y mi respiración era cada vez más costosa.
Intentaba mantener abiertos unos ojos que se habían vuelto opacos. Siento a mi hijo sujetándome la mano. Un ligero murmullo llega a mi oído:
—Tranquilo, papá, estoy contigo.
Deseo decirle lo mucho que lo quiero, pero tengo la garganta seca y de mi boca no sale otra cosa que no sea una dura tos.
Mi cabeza usa su último segundo, antes de su desconexión, para dedicar el adiós a mi único y verdadero amor... Nieves....
Una lágrima recorre sin prisa mi rostro.
TE AMO ...