Culpable, su majestad.

PRÓLOGO

 

 

¡Mujerzuela!

 ¡Adúltera! 

¡Destierro! 

Muerte a la princesa.

La princesa de Mitrios, esposa del heredo al trono del reino de Garicia, yacía sobre sus rodillas, con la cabeza agachada y bajo los pies del rey.  Sus prendas sucias y su rostro desganado no eran nada comparado con el no percibir señales de vida en su vientre abultado. 

— Por favor — exclamaba sin fuerza.

— Por el poder que se me ha otorgado. Hoy, se sentencia a Eva de Mitrios, destituida de su cargo de princesa, condenada por traición y adulterio en contra de la realeza y reino de Garicia. El pueblo ha decidido, se condena a Eva de Mitrios y a su hijo a muerte inmediata — sentenció antes de que los jadeos de Regina y algunas personas que apreciaban a Eva se escucharan —. El rey pide: muerte inmediata. 

— ¡Piedad, por favor! — pedía bajo la soguilla.

¡Mujerzuela! ¡Adúltera! ¡Destierro! ¡Destierro! Muerte a la princesa.

— Sin embargo — continuó el juez —, bajo la guía de nuestras leyes, la pena de muerte hacia la realeza fue erradicada por el difundo rey de Garicia, Carlo IV Hyde,  por lo que es mi deber sentenciar a Eva de Mitos, bajo la ley, inciso cinco de la página trece de nuestro libro de leyes; al destierro absoluto de las tierras de Garicia por tiempo indefinido. Deberá dejar estas tierras al anochecer, de lo contrario será llevada al calabozo y, con una acepción debido a la extremidad del asunto, condenada a muerte alimentaria.

El corazón de Eva volvió a su lugar.

Lloró, lloró por la esperanza que su bebé le irradiaba.

Sería desterrada, pero tendría a su bebé al lado.

— He dicho

 




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