Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 2

Capítulo 2

Mi nombre quedará guardado en sus memorias, esa es mi decisión

Nepconte, en comparación con sus vecinos del norte, era considerado un reino pequeño con solo tres regiones: Agamenón, la capital, Fezzex y Silivia, que a menudo se le menospreciaba como débil, pobre y atrasado, la realidad distaba mucho de esa percepción. En el interior del reino de Nepconte, entre las regiones de Silivia y Agamenón, se alzaba majestuosa Corona Nocturna, una fortaleza que albergaba a los agentes más hábiles y valientes. La institución había sido creada por el antiguo rey, Robert Relish, abuelo del actual monarca, y aunque era relativamente nueva, los avances que habían logrado eran extraordinarios y altamente beneficiosos para el reino, sin embargo, en la cabeza de la institución se encontraba el director Niquemio, un cercano amigo y mano derecha del rey Adney Relish de Nepconte.

Corona Nocturna se nutría de información privilegiada que ningún otro reino poseía. En sus manos se guardaban intenciones ocultas que ninguno de los reinos vecinos podría siquiera imaginar. Contaban con aliados estratégicos, espías infiltrados y pequeñas tropas desplegadas en territorios enemigos. Eran más que grandes. Eran más que inteligentes. Ellos sobresalían sin llamar la atención.

Ellos eran Corona Nocturna. Hijos de la Luna.

La reputación de los miembros de Corona Nocturna permanecía envuelta en el misterio; se les admiraba tanto como se les desconocía. Eran hombres y mujeres de distintas estaturas, edades y colores de piel, unidos por un único propósito y forjados en las sombras de la fortaleza que llamaban hogar. Entre agentes y soldados, una figura sobresalía, alguien que encarnaba ambos títulos con igual destreza: agente de Corona Nocturna y sargento del ejército de Nepconte.

Diosa Kaliyaqcha.

Así la conocían todos, aunque solo el rey y el director Niquemio se atrevían a llamarla por su verdadero nombre, un secreto reservado para susurros entre cuatro paredes, pues detrás de ese nombre se escondía un legado de dolor y sufrimiento, una historia que pocos conocían en su totalidad. Kali no era solo un apodo, sino un emblema de su fuerza y ​​resistencia. Cada vez que su verdadero nombre era pronunciado, resonaba como un eco de su pasado, un recordatorio de las cicatrices que la habían forjado.

Freya.

— ¿Cuál será la apuesta esta vez?

— Veinte neptis.

— ¿Acaso su vida vale tan poco, coronel? —inquirió la mujer con una sonrisa burlona, ​​deslizando los dedos por la empuñadura de su afilada y exquisita espada.

— ¿Se siente tan segura de su victoria, sargento?

— Por supuesto, pero en eso se equivoca —Kaliyaqcha proclamó con una mirada desafiante y la espada empuñada mientras su figura se posicionaba en el epicentro del campo. Con pasos firmes, avanzó unos cuantos metros y, sin dejar de vigilar al hombre, volteó la cabeza por encima del hombro—. No es que me sienta ganadora, coronel… Es que simplemente no sé lo que es perder.

El coronel Bronson Choules se acercó a su oponente y desenvainó su espada con calma calculada. Frente a él, Kaliyaqcha aguardaba sin inmutarse, ambas manos firmes sobre el pomo de su arma, cuya punta descansaba sobre la tierra. Cuando el sonido del cuerno rasgó el aire, el combate dio inicio. Un estallido de vítores y aplausos llenó el campo mientras los dos guerreros comenzaban a moverse en círculos, estudiándose con cautela.

— ¿Lista?

— Siempre —respondió ella.

El coronel fue el valiente en dar el primer paso, avanzando decidido hacia Kaliyaqcha, solo para ser interceptado por la hábil defensa de su espada. En ese instante, ambos guerreros se enzarzaron en el duelo del año. Con cada movimiento, el campo de batalla se llenaba de giros gráciles, saltos audaces y el estruendo metálico de sus espadas chocando. La intensidad del combate solo aumentaba con el paso del tiempo, pero ninguno de los dos mostraba señales de rendirse. Cada golpe era una muestra de su habilidad, cada parry y contraataque demostraban su maestría en el arte de la guerra. El combate continuaba con una intensidad que parecía desbordar el campo, pero de repente, un silencio sobrevino en la multitud. El director Niquemio y el general Galio se unieron a los espectadores, observando con atención la batalla entre los dos jóvenes guerreros. Para ellos, ese enfrentamiento tenía un significado mucho más profundo. La mujer, hija por ley de Niquemio, y el coronel, el hijo legítimo del general, eran más que combatientes; eran parte de sus vidas, de su legado.

Niquemio, con los brazos cruzados sobre su pecho, observaba a la mujer de armadura con una mezcla de cariño y aprecio. Recordaba claramente el día en que llegó a las instalaciones de Corona Nocturna, una niña frágil y vulnerable. Con el tiempo, esa niña se había transformado en una guerrera valiente, ganándose no solo el respeto de sus compañeros, sino también el profundo afecto de Niquemio. Para él, ella era como una hija perdida que había regresado a su vida.

Aunque habían pasado muchos años desde aquellos acontecimientos trágicos que les habían arrebatado a sus seres queridos, Niquemio aún albergaba un vacío en su corazón, un vacío que solo podía ser llenado con venganza. Sin embargo, todo cambió con la llegada de la niña de cabellos rojizos, un giro inesperado que alteró por completo sus planos. A pesar de ello, su afecto por Kaliyaqcha no había disminuido en lo más mínimo. La admiraba por su valentía, su determinación y su lealtad hacia el reino y los suyos, la veía como una guerrera excepcional, capaz de enfrentarse a cualquier desafío que se le presentara. Frente a sus ojos, Kaliyaqcha era una esperanza que encendía su espíritu y le recordaba que, incluso en los momentos más difíciles, siempre había lugar para la redención.




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