Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 3

3ER CAPÍTULO

Que mis enemigos teman, pues nunca me perderé el placer de convertirme en su implacable verdugo.

 

— Su majestad, el sargento Kali está aquí —el consejero del rey.

Adney Relish levantó la mano e hizo un gesto para que permitieran el pase a la mujer.

Con paso firme y decidido, Kaliyaqcha cruzó el umbral de la majestuosa sala real del palacio, acompañada por un pequeño séquito de guardias que velaban por su seguridad. Su imponente figura estaba envuelta en una armadura reluciente, mientras que su rostro se ocultaba tras el resplandor de un casco adornado con intrincados diseños. A su lado derecho, su fiel compañera, una espada larga y afilada, reposaba en su funda, lista para ser desenfundada en cualquier momento. Una vez frente al imponente trono del rey, Kaliyaqcha se despojó de su casco, permitiendo que su cabellera rojiza y rizada cayera en cascada hasta alcanzar su cintura. 

Con elegancia y respeto, inclinó su cuerpo en una reverencia, humildemente guiando su torso hacia abajo y manteniendo su cabeza agachada en señal de deferencia. Luego, se enderezó con orgullo y pronunció con voz clara y firme: "Rey Adney, he sido convocada a su presencia".

— Así es, Freya —añadió el nombre de la muchacha con confianza—. ¿Fuiste al Nido del Búho?

— Sí, majestad. Estuve allí antes de venir.

El rey Adney, sentado en su majestuoso trono, observó con curiosidad a la valiente guerrera frente a él. Sus ojos penetrantes escudriñaron el rostro de Kaliyaqcha, buscando indicios de determinación y resolución. Una sonrisa astuta se dibujó en los labios del monarca, mientras sus manos reposaban con serenidad sobre los reposabrazos del trono.

— Bien, bien. Niquemio me ha comentado tus inquietudes, ahora quiero escucharlos de ti. 

— Estoy segura de que el director le dijo sobre mis condiciones, después de ello, no tengo más que añadir.

 — Entiendo —dijo el rey tocando su barba—. Prefieres sumir en la desgracia a aquel reino que generosamente te acogió, todo por el misterio en torno a una princesa desaparecida. ¡Ah, pero por supuesto! Así es como tú ganas, traicionando la confianza que se te ha otorgado. 

— Majestad, usted sabe perfectamente que mis motivos tienen validez.

— También tengo claro que no es mi responsabilidad buscar a una princesa de otro reino.

— Garicia no lo hará.

 — ¿Y cómo puedes saberlo? Si tanto Herald Hyde desea unirse a Litacros, ¿por qué no buscar a la muchacha que se lo garantiza? 

— Porque es hija de mi madre y sangre de su sangre.

— Sargento, —dijo con firmeza— no te he convocado aquí para que me des una lista de tus lazos familiares. Quiero que me confirmes tu participación en esta misión.

— Una vez más, mi rey, insisto en que deseo buscar a mi hermana.

— Eso no es factible, Freya.

La mujer suspiró con pesadez.

— Entonces debe hacerlo factible, majestad —añadió con convicción—. Le hablo como una mujer perteneciente a su ejército, como la sargento Kali y agente de Corona Nocturna; si lo piensa detenidamente, mi rey, encontrar a la princesa Aldara antes que el rey Herald nos garantiza la viabilidad de sus planes. Nos dará tiempo para descubrir los secretos que usted anhela y desmantelar al reino enemigo desde dentro. Pero si ellos la encuentran primero, ¿puede asegurar que no descubrirán sus planes mañana y el objetivo se verá comprometido? No lo dude, majestad, encontrarla nos brinda innumerables beneficios.

— Mmm.

— ¿Qué es lo que desea el rey Adney? ¿Continuar con el plan mientras la incertidumbre nos abruma o asegurarse de que la aparición de la princesa de Garicia no se convierta en un obstáculo en nuestro camino?

— Dime algo, Kaliyaqcha, si no acepto tu propuesta, ¿cuál será tu curso de acción?

La muchacha ladeó su labio, dibujando una satisfacción en su rostro. Su determinación ya estaba tomada, no había vuelta atrás.

— Majestad, duda de mis palabras.

— Quiero saber tus intenciones antes de dar mi veredicto.

— Y yo quiero saber su respuesta ante mi sugerencia, pero no todo se puede tener en esta vida, majestad. 

— Mi querida niña, tolero tu insolencia únicamente debido al aprecio que siento por ti.

— No es mi intención faltarle el respeto, majestad. 

— Pues no es lo que parece, sargento.

— Se lo puedo asegurar, mis deseos de justicia son tantos como sus deseos de poder —sonrió—. Solo he sugerido lo que a usted se le escapó de las manos… 

El rey, majestuosamente sentado en su imponente trono, fijó su penetrante mirada en el hombre que permanecía de pie a su lado. El hombre, al sentir el peso de la mirada del rey, irguió su espalda con determinación y colocó sus manos detrás de su espalda en un gesto de respeto. Un asentimiento de cabeza afirmativo indicó que estaba de acuerdo con la sugerencia planteada por la sargento. Después de unos momentos de reflexión, pronunció finalmente su veredicto. Al escuchar las palabras del rey, un destello de satisfacción iluminó el rostro de la sargento, que no pudo contener una sonrisa de gratificación. Con una elegante reverencia, inclinó su cuerpo, mas no la cabeza, en señal de respeto hacia su monarca.




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