Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 13

 Capítulo 13: La institutriz, las flores y la caza

 

 

Eso es, recuerda, retuércete de frustración.

Si así te afectan unas palabras, no puedo esperar a que la bestia dentro de mí inicie su temporada de caza.

 

El castillo se erguía majestuoso, con sus altas torres de piedra que se alzaban hacia el cielo azul. A los pies de la imponente fortaleza se extendían los jardines reales, con rosales en flor y fuentes que danzaban al ritmo del viento. El castillo de Garicia parecía vivir en paz, pero las sombras del pasado se cernían sobre él.

Los días se convirtieron en semanas, y Freya se sumergió en un riguroso entrenamiento para poder sustituir a Aldara, su hermana. Bajo la atenta mirada de Lady Eliza, la institutriz, se embarcó en un entrenamiento intensivo que transformaría su apariencia y comportamiento por completo, pues, al ser ella una “plebeya”, el rey creía con firmeza que no podía dejar que la joven dejase en ridículo el nombre de su hija.

Los primeros días de entrenamiento para Elena se centraron en las bases de la elegancia y la etiqueta en la corte real. Lady Eliza guio a la joven con la paciencia del general Galio. La mujer, ya mayor y curiosamente tutora de la reina Gadea en su juventud, la había tratado con poca paciencia y desdén, recordando una época en la que la propia reina necesitaba aprender las mismas lecciones; sin embargo, su trato no era mejor que en aquellos años. El proceso de aprendizaje se volvió desafiante desde el principio, ya que Lady Eliza no andaba con rodeos. Cada mal paso que Freya daba era castigado con horas de pie, en tacones y con un libro pesado en la cabeza.

Si bien era de esperarse de la mujer, Freya no podía realizar todas esas tareas con el perfeccionismo al que estaba acostumbrada. Katrina le había advertido sobre la influencia de la reina en la maestra, quien, por supuesto, había demostrado su disconformidad desde el primer momento en que vio a Freya. Gadea, sin encontrarse con ella por los pasillos del palacio, parecía haber decidido hacer de la instancia de la joven un tormento; por supuesto, empezando con el desdén de Lady Eliza y sus constantes arrebatos, con los que parecía disfrutar poniendo a prueba la paciencia de la joven. Freya, mordiéndose la lengua, tragaba todo aquel instinto en coger su hermosa espada y apuntarla hacia la maestra, sin embargo, Bronson era como aquel tope que necesitaba, siempre vigilante a sus intenciones, acciones y miradas. 

— ¿Es que no eres capaz de realizar ni el paso más sencillo? —había dicho Lady Eliza con tono condescendiente y con una larga vara en la mano—. Una verdadera princesa no cometería semejantes errores.

— Lo siento —murmuró Freya dentro de su papel inocente.

— Las disculpas no te ayudarán a mejorar, señorita. Debes esforzarte más si deseas convertirte en la princesa que se espera de ti. ¿Es esto lo que piensas mostrar? —la maestra negó con la cabeza caminando alrededor de Freya y golpeando la vara sobre su otra mano—. Deberían regresarte al basural de donde te sacaron.

— Prometo que mejoraré en esto —había dicho Freya, negándose a bajar la mirada ante la señora.

— ¡Me haces perder el tiempo, muchacha! ¿Acaso crees que una simple plebeya puede transformarse en una princesa con solo unos vestidos elegantes? Te falta gracia, elegancia y, sobre todo, dignidad. Eres como un ratón intentando comportarse como un león. ¡No servirías ni para limpiar los zapatos de la verdadera princesa!

La maestra continuó recorriendo el salón con pasos firmes, su vara golpeando el suelo con énfasis, como un martillo que forjaba la “derrota” de Freya. La joven tragó saliva, tratando de mostrar la inseguridad que no estaba sintiendo.

— Debes aprender a enorgullecerte de tu posición —continuó Lady Eliza—. Y si no eres capaz de hacerlo, ¿por qué deberíamos perder nuestro tiempo contigo? Tal vez la vida en las calles es tu lugar, después de todo.

Freya sintió que su rostro se encendía, no de vergüenza ante las palabras de Lady Eliza sino por la verdad que estaba escuchando. Ella era de la calle, su vida había iniciado en las calles, sin ropa, sin juguetes, sin comida y con una muy mala condición para vivir; lo aceptaba, lo admitía y no se mostraba indiferente a lo un día fue su realidad, sin embargo no soportaba el desdén y humillación a la que aquella mujer parecía querer someterla, no por lo que Freya podía sentir, sino en memoria de todo el esfuerzo que su madre había hecho para enseñarle a leer, a comer con cubiertos hechos de ramas de árbol, con trapos sucios como servilletas y cartones como platos. Eva había sido una maestra ejemplar que les había enseñado a ella y a su hermana a comportarse como princesas, a hablar adecuadamente, a caminar, a saludar, a beber y todas aquellas cosas que ella había aprendido de sus tutores en Mitrios. No obstante la situación había cambiado y su vida tomó otro rumbo en Nepconte, donde también sus conocimientos se afianzaron con el objetivo de saber manejar diferentes situaciones en un futuro, como aquella, en la que iba a convertirse en una supuesta princesa.

Definitivamente, Eva la había instruido con intenciones muy distantes a la enseñanza de Corona Nocturna, pero ya nada se podía hacer. 

— E-entiendo que soy inexperta, pero estoy dispuesta a aprender y mejorar en todo lo que sea necesario. Por favor, deme la oportunidad de demostrarlo.

Lady Eliza frunció el ceño, observando a Freya con ojos críticos antes de continuar.

— Tu voluntad no es suficiente. La corte real no perdona la debilidad, y si sigues cometiendo errores tan graves, te convertirás en una vergüenza para todos nosotros. Esto no es un juego, niña. —La maestra de etiqueta avanzó hacia Freya, instándole a caminar nuevamente—. Andando, camina, avanza. ¡Endereza esa espalda! —le dijo mientras le propinaba un doloroso golpe en la espalda con la vara.




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