Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 17: Salve quien sea que esté arriba … el futuro de Garicia.

 

Prometo herir con rudeza y odio a Garicia, guiándonos hacia un futuro de destrucción y humillación, donde cada espinoso paso será el eco de su caída y la victoria resonará en la oscura melodía de la venganza.

 

El bullicio del palacio resonaba en cada rincón, llenando los pasillos con la anticipación del evento más esperado. Habían transcurrido tres días desde que encontraron el pesado de la carta, y el tiempo parecía apremiar mientras los preparativos para la presentación de Freya se desplegaban en cada ala del palacio.

En el ala este, un despliegue de costureras trabajaba diligentemente en la confección de los vestidos, cada puntada era un detalle meticuloso que realzaba la elegancia y sofisticación que rodearía a Freya en su aparición pública. Mientras tanto, en los salones principales, decoradores y floristas transformaban los espacios en escenarios de ensueño, las flores más exquisitas se alineaban con esmero en los jarrones, y los tapices dorados y rojos colgaban majestuosamente de las paredes. En la cocina, un equipo de chefs preparaba banquetes dignos de la realeza, con exquisitos manjares y delicadezas culinarias que deleitarían a los invitados más exigentes. En los jardines, jardineros expertos arreglaban minuciosamente cada seto y parterre, asegurando que la majestuosidad natural del paisaje realzara la magnificencia del evento.

Y entre tanto ajetreo, el salón se llenaba con el bullicio de las modistas, cuyos dedos ágiles manipulaban telas suntuosas y cintas métricas. Freya, rodeada por el remolino de actividad, se mantenía erguida como una estatua, soportando la meticulosidad de las medidas y las instrucciones de la institutriz.

— Por favor, alteza, la postura es fundamental —remarcó la institutriz con su voz fingida resonando en el espacio.

Las modistas intercambiaban opiniones en voz baja, debatiendo sobre patrones y telas, mientras Freya intentaba adaptarse a la formalidad y elegancia requeridas.

— ¿Podríamos simplificar un poco? Quizás algo más... sencillo —propuso tímidamente.

La institutriz, con un matiz de indulgencia, negó con la cabeza. 

— Querida, la ocasión lo requiere. Debes proyectar la gracia y la confianza que se esperan de una presentación tan crucial. Oh, me olvidaba, tú, niña —llamó a Katrina—. Trae el medicamento de la princesa, de inmediato.

— Pero… —titubeó Katrina, vacilando entre las instrucciones y la mirada inquisitiva de la institutriz.

— Ve, rápido. El rey ha sido específico en ordenar que su hija tome sus medicamentos a la hora exacta —indicó la institutriz con un tono imperioso.

Con un asentimiento de cabeza, Katrina partió corriendo en busca del médico del palacio. Informado de la situación, el médico entregó a la joven un frasco transparente repleto de "medicina" para la "enfermedad" de la princesa. En su interior, albergaba una variedad de golosinas que se disfrazaban con fines médicos.

— Aquí está, señora —dijo Katrina, presentando el frasco con reverencia.

La institutriz, con una mirada de aprobación, tomó el frasco con la seriedad que la ocasión demandaba. Freya, sin embargo, observaba con diversión el medicamento, inmediatamente posó su mirada hacia Katrina y levantó las cejas exigiendo una explicación. La chiquilla negó con la cabeza.

— Tome, alteza. Tiene que tomar su medicina, no queremos que su enfermedad la haga decaer el día de mañana.

— Lady Eliza, no se preocupe, terminado con las medidas me aseguraré de tomar mi medicamento.

La institutriz negó.

— ¡Imposible! —Le dio una mirada amenazadora—. Agua, agua. ¡Alguien que me traiga un vaso de agua! 

Katrina, con una risa contenida, asintió y se dirigió hacia la cocina en busca de un vaso de agua.

— ¿Agua? No, muchas gracias, de verdad no es necesario —dijo con una sonrisa inocente, sosteniendo la gomita frente a la institutriz.

— No debe tomar a la ligera su salud, Alteza. Los detalles cuentan.

— Aquí tiene, Lady Eliza, agua fresca —ofreció Katrina, entregándole el vaso.

— Gracias, querida. Ahora, Alteza, la salud primero —instó la institutriz.

Freya, con una sonrisa que apenas disimulaba su travesura, tomó la gomita y finalmente la ingirió, mostrándole a la dama que estaba bajo control.

— ¡Ah! Qué alivio, señora, estaba comenzando a preocuparme por mi "enfermedad" —comentó Freya traviesa, ganándose otra mirada de aquellas.

— Por favor, alteza, no se mueva o podríamos lastimarla con las agujas —advirtió la modista con una mezcla de respeto y preocupación, intentando asegurarse de la comodidad y seguridad de la hija del rey.

El estudio estaba inundado de un silencio interrumpido solo por el suave rasgueo de las cintas métricas y el susurro de las modistas, que trabajaban con habilidad y precisión tomando las medidas de Freya. La princesa, con la postura erguida, intentaba mantenerse inmóvil, consciente de la fragilidad del proceso. Las modistas, concentradas en su labor, tomaban las medidas con cuidado y delicadeza, aunque un atisbo de preocupación se reflejaba en sus ojos mientras trabajaban alrededor de ella. Por supuesto, el nerviosismo presente era por la intensa carga que llevaban sobre los hombros al vestir a la primogénita del rey, aquella que había sido un misterio en el reino, hasta ese momento. 

No solo el hecho de la orden de confeccionar vestidos para la princesa les había asombrado, sino que, entre algunas de ellas, las más viejas, un aire de nerviosismo se percibía por el porte similar al de Eva de Mitrios. Aquello se había hecho notar al ingreso de la “princesa” a la habitación donde ellas aguardaban, las modistas más antiguas y las que habían trabajado bajo las órdenes de Eva de Mitrios aguantaron el aire de sus pulmones al verle el rostro tan parecido que tenía ella con la mujer que ahora el pueblo aborrecía.




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