CAPÍTULO 17: El piano y esos ojos azules ...
Oficialmente princesa, oficialmente el inicio de la destrucción de Garicia.
— Querida …—Había dicho Herald Hyde al bajar de los escalones del trono mientras le ofrecía una mano a Freya—. ¡La música! —Exclamó.
Los músicos, que habían permanecido en silencio durante la ceremonia, comenzaron a entonar una melodía suave y elegante. Con la mano de Freya entre las suyas, la condujo elegantemente hacia el centro del salón quedando rodeados entre tantas personas que mantenían los cuchicheos al ver, al fin, el rostro de la hija del rey. Freya, aunque llevaba puesta la máscara de la cortesía, no podía evitar sentir una punzada de odio y asco cada vez que los ojos de Herald se posaban en ella.
Juntos, dieron inicio al baile. Los gestos eran elegantes, las reverencias profundas y cada giro estaba ejecutado con una precisión casi hipnótica mientras que los pasos, refinados y cuidadosamente coordinados, giraban en armonía por la pista de baile.
— Madre, tu rostro no refleja buen pensamiento —susurró Eloise Hyde.
Gadea, intentando mantener las apariencias, enderezó su espalda con gesto sereno.
— Qué dices, si estoy en perfectas condiciones —respondió con voz firme, aunque sus ojos revelaban una inquietud que no podía ocultar.
Eloise se acercó a su madre discretamente.
— ¿Qué le preocupa, madre? —Preguntó con suavidad.
— Nada.
La música alcanzó su clímax, y el baile llegó a su fin con un elegante movimiento de despedida. Freya, con una reverencia, se separó de Herald, pero él volvió a tomarla del brazo para hacerla ver hacia el público diciendo: “¡Que comience el baile!”.
— ¿Madre? —Susurró la otra hija, Eda.
— Cállense. Vayan a buscar a sus abuelos.
— Pero la abuela Beatriz no ha llegado aún.
— Oh, allí están los abuelos —dijo Eda.
— Vayan a saludar, ahora.
— Pero madre —habló Eloise—. Deberíamos bailar con nuestro padre.
— Será en otro momento, ahora vayan a saludar a mis padres en este mismo instante —ordenó Gadea de cólera al ver a su esposo llevar a Freya en su brazo por todo el salón, presentándola—. ¿Qué esperan? Vayan ya.
Eda y Eloise se acercaron a los abuelos, quienes los recibieron con afecto. Grisaida de Mitrios, la abuela, expresó su alegría al ver a sus nietas y las abrazó con ternura; sin embargo, Eloise notó la preocupación en la mirada de su abuelo, como si hubiera percibido algo que lo había dejado pasmado. Gadea, por otro lado, caminó por el salón, devolviendo corteses saludos mientras se abría paso entre la multitud que bailaba y conversaba. A pesar de las interrupciones, se movía con agilidad y pudo llegar rápidamente hacia Herald y Freya, quien se encontraba recibiendo, en la palma de su mano y sobre su guante rojo, el saludo afectuoso de un viejo conde.
— Oh, su majestad —el conde abrió los ojos al ver a la reina al lado de la princesa. Como lo hizo con Freya, al ver la mano levantada de Gadea, tomó el torso y dejó un casto beso en forma de saludo—. Se ve usted tan radiante esta noche.
— Agradezco sus amables palabras, conde. La velada se enriquece con su presencia —respondió Gadea con voz serena— ¿No cree que Freya ha heredado la gracia y la presencia de la realeza de su madre? —Añadió haciendo un gesto hacia Freya con un aire de superioridad evidente.
— Por supuesto, mi reina. La princesa es la viva imagen de la elegancia —respondió el anciano conde, siguiendo el juego de la conversación.
Gadea, no satisfecha con solo ser mencionada, continuó: “La educación y el refinamiento que le hemos proporcionado han florecido admirablemente en Freya. Es un testimonio de la calidad de la nobleza de Garicia.”
— Sin duda, su majestad. Garicia es afortunada de tener una princesa tan distinguida.
Gadea, con una sonrisa sutil, sugirió:
— Debería contarnos más sobre sus logros, Freya. Sería fascinante escucharlo de tus propios labios.
— Su excelencia es muy amable, pero esta noche no se trata solo de mí. Es un evento para celebrar a Garicia en su conjunto.
— ¡Por supuesto! —exclamó Gadea, queriendo retomar la atención— Freya es tan talentosa y habilidosa, tiene un talento innato para la música. Es algo que ha heredado de mí, por supuesto —hizo una pausa, esperando algún elogio o reconocimiento—. Y, seguramente, nos dará un pequeño espectáculo como muestra de gratitud a su presencia esta noche.
“¿Qué demonios?” Se había dicho Freya, sin dejar la fingida sonrisa de su rostro.
— Conde, agradecemos su presencia, esperamos que siga disfrutando de esta velada —interrumpió Herald, antes de que su esposa arruinase más la situación.
— Oh, muchas gracias, majestad. Por favor, no interrumpa su recorrido por mí —dijo el hombre al entender las palabras de su rey.
Herald, intentando recuperar el control de la escena, extendió el brazo hacia Freya, invitándola a continuar su recorrido por el salón e hizo lo mismo con su esposa. Se alejaron, entonces, del conde y, cuando parecía que nadie podía escucharlos, el rey susurró: “¿Eres una insensata o simplemente no comprendes la gravedad de esto?”
— ¿Qué dices?
Herald resopló, exasperado.
— De que Aldara jamás supo tocar el piano.
— Pero, cariño, tenía uno en su alcoba…
— ¿Y quién demonios crees que le habría enseñado? —susurró entre dientes, girándose apenas para clavar la mirada en la pelirroja—. Dime, niña… ¿sabes tocar?
Antes de que Freya pudiera responder, Gadea soltó una carcajada.
— ¿Acaso crees, mi señor, que esta plebeya sabría siquiera diferenciar una tecla de otra? ¿Que una criada tendría…
— Sí —soltó Freya de inmediato, queriendo seguir desafiando a Gadea.
La risa de la reina se volvió aún más burlona.
— Qué desfachatez… ¿Y se puede saber quién tuvo la osadía de enseñarte?
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Editado: 16.02.2025