— ¿Es todo lo que tienes?
— No —respondió el hombre.
La mujer, entre sus manos, empuñaba una espada que movía entre los aires con mucha destreza.
— ¡Ka-li! ¡Ka-li! ¡Ka-li! —Gritaban algunas personas que formaban un círculo alrededor de ellos.
— ¡¿Qué está pasando aquí?!
Como si hubiera sido un comando invisible, todas las personas presentes en aquel enfrentamiento se pusieron en posición de atención. Con una sincronización impresionante, enderezaron sus posturas y colocaron sus brazos a los costados, mostrando una disciplina impecable.
— Que alguien me explique qué está sucediendo aquí —Gritó el general—. Cuántas veces tengo que repetir que mis mejores hombres no deben perder el tiempo en batallas insignificantes como estas. ¡Cuántas veces!
— ¡Va, va! ¡Muchachos, dispérsense! —Ordenó la mujer de cabellos rojizos.
Siguiendo las órdenes, algunos de los soldados del ejército de Nepconte se alejaron del lugar.
— General, me sorprende su actitud —continuó la mujer, sarcástica.
— Sargento, la espero en el estudio.
La mujer cruzó sus brazos bajo sus pechos, rodó los ojos y botó aire de la boca.
— Tsss.
— ¿Me escuchó? Al estudio. ¡Ahora!
El hombre canoso se arregló la vestimenta con sus infinitas insignias y se retiró molesto del campo de enfrentamientos.
— Kaliyaqcha —susurró una de las compañeras de la mujer.
— Ni me hables, Katrina.
— Sargento, debió hacerme caso. Sabe que ni al Búhrak ni al general les agrada que usted pelee con Los niños.
— Tudor, ¿no tiene otra cosa más interesante que fastidiar mi paz? —la sargento trató de ser lo más delicada posible.
Así era la sargento: fría, insípida e incluso cruel.
No obstante, la relación entre la sargento y Katrina había evolucionado con el tiempo. Al principio, no había sido fácil para ninguna de las dos. La sargento se mostraba distante y reservada, mientras que Katrina trataba de ganarse su aprobación. Había momentos en los que chocaban y las tensiones surgían, pero también habían aprendido a encontrar un equilibrio en su convivencia. Katrina admiraba la fortaleza y habilidad de la sargento, pero al mismo tiempo, era consciente de la situación; a pesar de ello, no podía evitar sentir una especie de conexión con ella. La sargento, por su parte, reconocía la valía y dedicación de Katrina, aunque no lo admitiría abiertamente, la chiquilla era alguien en quien podía confiar en situaciones críticas, alguien que estaba dispuesta a seguir sus órdenes y actuar con determinación.
— Mis disculpas, sargento.
Tranquila y con el semblante sereno, sin mostrar algún sentimiento en sus muecas; mientras caminaba, se iba ganando las miradas de muchos reclutas o “Los niños” como solían ser llamados en ese lugar.
Los niños se habían convertido en nuevos integrantes en las filas de los soldados del rey, aunque sus apodos no coincidían en absoluto con sus avanzadas edades (en la mayoría de casos), a pesar de ello, se apropiaron de esos sobrenombres como una marca de identidad. Muy diferentes eran a Las plumillas, quienes eran jóvenes reclutas provenían de un trasfondo desfavorecido y habían sido obligados a madurar rápidamente en un mundo cruel. Para Corona Nocturna, reclutar a estos jóvenes era una forma de aprovechar su agilidad, su capacidad para mezclarse con la multitud y su habilidad innata para el sigilo.
Ya muy cerca del estudio del general, la sargento observó la silueta del general Galio. Apenas puso los ojos en él, el hombre sonrió de lado y se adentró a la oficina mientras las cortinas tapaban la visión de la mujer. Desde el interior de la oficina, se escuchó una voz desgastada y autoritaria que invitaba a entrar. Empujando la puerta, la sargento ingresó y, al hacerlo, el ruido de sus botas resonó en el suelo de madera, llenando el espacio con su presencia.
— Siéntate.
— Así estoy bien.
— Siéntate —volvió a repetir.
— Ya le dije, general. Así estoy bi-
— ¡Dije que te sentaras! —Galio espetó golpeando la mesa hecha de troncos.
Obediente, con ganas de estrujar algún objeto, la sargento tomó asiento en la vieja silla de esa oficina. El general asintió y se arregló el traje con molestia.
— Quiero una explicación de lo sucedido esta noche.
Ella, cansada de la situación, se tiró en el respaldo de la silla.
— General, ya le dije que fue una presentación para la iniciación de Los niños.
— ¡Y cuántas veces tengo que decirte que no puedes estar armando peleas inútiles! —El hombre golpeó la mesa—. ¿No entiendes la importancia que tienes en esta institución? —La mujer se quedó callada—. ¡Tenemos una misión importante en estos días! ¡Acaso no tienes conciencia! ¡Eres una de mis mejores hombres, los reyes confían en ti!
— Me gusta imponer respeto a los nuevos, ¿por qué quiere prohibirlo cuando los demás sargentos hacen lo mismo?
— ¡Porque eres la protegida de la reina! ¿Eso no te parece suficiente?
Dejó salir aire y se levantó de la silla, sin especificar algún sentimiento en su rostro.
— No.
La mujer, diosa Kali como solían llamarla, caminó hacia la puerta con la intención de seguir entrenando ya sea por su propia cuenta. Ella había llegado a ese lugar cuando tenía apenas diez años de la mano de uno de los hombres principales de Corona Nocturna. Desde ese momento su destino se iba escribiendo, no con plumas ni tinta, sino con un hueso afilado y sangre roja sobre los cadáveres de sus enemigos. Su disciplina y habilidades le permitieron destacar en el ejército del rey, convirtiéndose en una figura respetada y admirada. Su entrenamiento riguroso y su dedicación constante la convirtieron en una de las mejores soldados de su generación, su destreza con las armas, su agudeza estratégica y su liderazgo innato la hicieron sobresalir en el campo de batalla. No solo era una experta en el combate cuerpo a cuerpo, sino que también dominaba el arte de la infiltración y el espionaje, gracias a su formación como una Pluma Negra.
#22118 en Novela romántica
#13997 en Otros
#2350 en Acción
erotica romance sexo traicion, reyes reinas magia romance, guerra rey toxico
Editado: 17.08.2025