Culpable, su majestad.

Capítulo 3

— Quédense aquí, entraré solo —dijo Kaliyaqcha hacia los guardias que la acompañaban., sin volver la vista atrás.

El casco ocultaba por completo la cascada de su cabello pelirrojo, borrando cualquier rastro de su verdadero rostro. A simple vista, no era más que un caballero de alto rango que caminaba con paso seguro hacia las puertas del Nido del Búho, una fortaleza oculta.

Desde la llegada de la carta del rey Herald, una presión se había instalado en su pecho; no era miedo, tampoco nerviosismo. Era algo que no podía explicar que la había recluido durante días en el despacho del Búhrak, leyendo y releyendo todas las notas que se habían hecho sobre su madre y ella misma desde que el rey y el hombre al que llamaba padre las había encontrado. Ahora, de pie frente a los grandes portones de roble, inspiró hondo. Necesitaba tranquilizarse, despejar su mente antes de que volviese a ver el rostro del hombre que les había arruinado la vida.

Al cruzar el umbral de la pequeña fortaleza, el ambiente pareció suspirar ante su llegada. Se despojó de las vestimentas de guerra para revelar la delicadeza y la gracia que yacían ocultas bajo aquella armadura. Sus cabellos rojizos, como llamas danzantes, cayeron en cascadas de rizos hasta un poco antes de su cintura, enmarcando su rostro angelical y resaltando sus penetrantes ojos azules. La armadura, ahora abandonada, dejó lugar a un bonito y simple vestido.

— Señorita, ¿desea que le prepare un baño?

— Sí, pero me temo que no me quedaré por mucho tiempo —respondió la mujer hacia la anciana—. ¿Todo está listo?

— Sí, milady. La esperan en el saloncito principal.

— Bien, que nadie nos moleste… Pero antes necesito pedirte que mandes a preparar un baúl con las ropas que habíamos enviado a arreglar. Lo requiero en dos horas, ¿podrás hacerlo?

— Por supuesto —respondió la anciana con diligencia—. Yo misma prepararé sus ropas.

— Ya estás vieja, Irma.

— Usted siempre tan preocupada, milady —dijo la anciana con burla mientras peinaba los cabellos rojizos de la joven.

— Ay, Irma, Irma. Sabrás que me ausentaré por un tiempo, ¿verdad?

La anciana detuvo su accionar.

— ¿Qué dice, señorita? ¿Otra guerra se aproxima?... O es que el baile que se ha anunciado tiene que ver con lo que me está diciendo.

— Sí, pero no como lo piensas.

— No puede ser cierto lo que mis oídos escuchan —susurró la anciana con asombro—. ¿Ha llegado el momento tan esperado?

La anciana, de arrugas profundas y mirada sabia, había sido testigo de los acontecimientos que se desarrollaban en las sombras. Durante mucho tiempo, había vislumbrado la semilla del cambio germinar en el corazón de Freya, y ahora, con las palabras de la joven guerrera resonando en el aire, se daba cuenta de que la hora de la transformación había llegado.

— Así es, y necesito que mientras no pueda estar pendiente… Mantengas a Lord Niquemio informado de todo lo que sucede aquí, Irma —dijo Freya con seriedad, confiando en la lealtad de la anciana—. Te encargo lo más preciado que poseo.

— No se preocupe, milady; cuidaré de esta fortaleza con mi propia vida —Freya se levantó de la sillita y se dirigió hacia la puerta—. Que los dioses le acompañen en su camino, señorita Freya. Que la sangre de sus enemigos se derrame entre sus manos y sea la venganza justa que anhela el pasado… Estaré aquí, rezando por su victoria y regreso.

Pasaron algunas horas y Freya regresó a Corona Nocturna llevando consigo un baúl repleto de sus preciadas pertenencias. Aunque había cambiado su vestido por la imponente armadura, su determinación no había menguado en lo más mínimo. Luego de su pequeña visita, se encaminó hacia el imponente despacho del Búhrak. Se sentó en una cómoda butaca de terciopelo oscuro, colocando el baúl junto a ella. Con manos llenas de anticipación, deslizó el sello real del sobre y comenzó a leer las decisiones que el consejo había tomado ese día. El Búhrak la acompañó en su lectura luego de cruzar una de las tantas puertas secretas en ese despacho, por lo que, al terminar de leer, Freya se levantó de la butaca, y observó al hombre que tenía frente a ella.

— ¿Por qué? ¿Por qué he de utilizar mi nombre en esta misión?

— No solo tu nombre, sino que también llevarás mi apellido.

— No lo entiendo.

— Eres mi hija, Freya.

— Es peligroso exponer verdades ante tantos demonios.

— ¿No anhelas que tu nombre resuene en los labios de muchos? ¿No deseas escuchar los cantos de victoria que ensalzan a Freya Dagger, la vengadora de su madre y la que derrotó al rey de Garicia? —Freya permaneció en silencio, meditando las palabras de su mentor—. Adopta el nombre que tu madre te legó y el apellido que te confié, pues es mi más ferviente deseo.

Ella desvió su mirada hacia la chimenea.

— No estoy segura de esto.

— Freya, es un pedido especial que te hago. Conviértete en el símbolo de Nepconte, de tu madre… y de la vida que te fue arrebatada.

Un suspiro escapó de sus labios.

— ¿Y bien?

— Mande a llamar a la agente Tudor y al coronel Choules, tenemos mucho de qué hablar —respondió ella finalmente.

El tiempo se deslizó con rapidez, y pronto ambos nepcontinos aguardaban en el despacho del Búhrak, aún con los ojos cubiertos por la venda que les impedía ver. Katrina Tudor, se encontraba absorta en cada palabra pronunciada por sus superiores, sintiendo una mezcla de asombro y terror por la misión que les estaban encomendando; y no solo aquello la estaba aturdiendo, si no que, aunque no podía ver, el escuchar el Búhrak cerca de ella la estremeció. No era ya un mito, no eran solo historias; aquel hombre existía, y lo tenía frente a ella.

Aun así, hubo algo que le llamó la atención en medio de la reunión. Notó que se mencionaba poco acerca de la vida de la sargento Kali cuando esta expresaba sus opiniones y posturas. Escuchó comentarios escasos y enigmáticos, algunos de los cuales nunca había oído antes en su vida, un ejemplo de ello, era su nombre, Freya. El pasado de Kaliyaqcha parecía ser un tema intocable, una parcela oculta que no se comentaba, se desconocía y, lo más importante, no se cuestionaba.




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