Néstor ha dejado de ir al hospital. No porque no quiera ver a Leila, sino porque ella fue clara: no quiere saber nada de él ni de sus «locas ideas». No puede culparla. Quiere ir a rescatar a Betty, pero hasta él sabe que es un suicidio enfrentarse solo a un grupo criminal. Sin embargo, saberlo no cambia el impulso en su interior, esa necesidad de encontrar a su amiga, de no permitir que desaparezca sin más. Leila no lo entiende, y su rechazo le duele. Perder a una amiga tan cercana no es fácil, pero tampoco puede quedarse anclado a lo que ya no tiene. Así que, en un intento por distraer su mente de la tristeza, decide hacer algo. Una tarde de febrero, después de darle vueltas al asunto, toma una iniciativa un tanto diferente: irá a visitar a Ángela. La última vez que la vio, le dijo que le gustaba, y ella huyó de él.
No comprende su reacción. ¿Se asustó? ¿Pensó que se estaba burlando de ella? La sola idea lo horroriza. Él jamás haría algo así. Su rostro está marcado por cicatrices, sí, pero nunca pensó que eso podría influir en lo que Ángela siente. Y, sin embargo, la duda se instala en su cabeza y no lo deja en paz. Solo hay una forma de resolverlo: encontrándola y hablando con ella.
Con ese pensamiento en mente, se dirige a la comunidad de indigentes debajo del puente. Llega a la choza de Edmundo y golpea la puerta improvisada. Tarda unos segundos en recibir respuesta, pero finalmente el viejo sale, mirándolo con una mezcla de sorpresa y resignación.
—¿Buscas a Ángela? —pregunta Edmundo antes de que Néstor pueda decir algo.
Él asiente de inmediato. La expresión del anciano se torna más sombría.
—Se fue… Una tarde se fue y nunca regresó.
El impacto de esas palabras le golpea con más fuerza de lo que espera.
—¿Se fue? —repite, como si necesitara confirmarlo.
—Así es. Una noche simplemente desapareció. No dijo a dónde iba, no dejó rastro. Solo agarró sus cosas y se fue.
Néstor siente un nudo en el pecho. ¿A dónde podría haber ido? Ángela no tiene a nadie, ningún lugar seguro al que correr. No entiende. ¿Por qué lo alejó? ¿Por qué todas terminan alejándose de él? Primero Betty, luego Leila, y ahora Ángela. Pero de todas, ella es la que más le duele perder. La quiere demasiado como para no saber dónde está. Y aunque ella intente sacarlo de su vida, él siente que no puede simplemente olvidarla. Tampoco puede olvidarse de Betty. Porque presiente, con una certeza aterradora, que algo malo está pasando con ella. Algo que no puede ignorar. Es que Betty fue muy buena con él durante el colegio, es de esas personas que valen la pena tenerlas como amigas. La estima mucho, y si él puede hacer algo para ayudarla, lo va a hacer.
Néstor tiene claro cuál es su primer objetivo: encontrar a Danilo Camacho. Sabe exactamente cómo luce; ese bigote francés y el cabello con puntas amarillas forman una combinación imposible de pasar por alto, una apariencia única que no podría confundirse con la de ningún otro hombre. También sabe a lo que se dedica: a cazar chicas jóvenes que parezcan vulnerables o con problemas económicos.
Esa noche, luego de regresa de casa de Edmundo, se encierra en su habitación, enciende su viejo computador y comienza a rastrear por internet todas las actividades juveniles que se estén llevando a cabo en la ciudad. Finalmente, encuentra algo que encaja a la perfección con el perfil que busca: una feria con juegos mecánicos en el lado oeste de la ciudad. Es el lugar ideal para encontrar adolescentes, especialmente porque es el tipo de evento al que suelen acudir solas o en grupos de amigas, sin la supervisión de adultos.
Así que, al día siguiente, Néstor asiste a esa feria, compra un boleto en la taquilla de la entrada y entra. Las luces de neón parpadean en lo alto de los juegos mecánicos, los gritos de emoción se mezclan con la música estridente y el olor a comida rápida impregna el aire. Néstor observa las atracciones: una rueda de la fortuna iluminada, carros chocones y una montaña rusa que cruje con cada giro vertiginoso. Pasea entre la multitud, tratando de no llamar la atención mientras escanea cada rostro en busca de Danilo.
No lo encuentra en las dos primeras horas, pero cuando el sol empieza a ponerse, lo ve a lo lejos, solo. Danilo está divisando todo desde una esquina de un juego mecánico, con los ojos recorriendo a las jóvenes que deambulan entre las atracciones. Néstor se mantiene a distancia, oculto entre la multitud. No tarda mucho en ver cómo Danilo fija la mirada en una chica que se separa de su grupo, en dirección hacia una caseta que vende hotdogs. Néstor no le pierde la vista, ve cómo él se le acerca con un gesto ensayado y le ofrece una tarjeta de presentación. La chica la toma con curiosidad, y Danilo se aleja con naturalidad.
Hace lo mismo con cuatro chicas más. Se acerca con una sonrisa, les entrega la tarjeta y se marcha sin levantar sospechas. Néstor aprieta los puños, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Algo en la mecánica de sus movimientos, en la facilidad con la que engaña, le revuelve el estómago.
Cuando las luces empiezan a apagarse poco a poco y las casetas de alimento comienzan a cerrar, Danilo se encamina hacia los estacionamientos improvisados al lado de la feria. Néstor lo sigue con cautela, ocultándose en las sombras. Danilo se sube a un auto deportivo sumamente costoso, un modelo que desentona con el ambiente modesto de la feria.
Néstor detiene un taxi que pasa cerca, se sube de inmediato y le dice al conductor:
—Siga ese auto amarillo deportivo.
El taxista lo observa con una ceja levantada, pero no dice nada. Arranca el auto y mantiene una distancia prudente mientras siguen la ruta de Danilo. Néstor no aparta la vista de su objetivo, sintiendo la adrenalina en cada kilómetro recorrido. Finalmente, el auto amarillo se detiene frente a un restaurante elegante. Danilo desciende del vehículo con naturalidad y se acerca a la entrada.