Cupidalentín (libro 3 Final)

XI

El corazón de Betty se detiene por un instante. La luz de la luna que entra por la ventana ilumina el rostro de Ángela lo suficiente como para revelar la gravedad de su estado. No es solo el daño físico lo que la impacta, sino la ausencia de vida en sus ojos, la forma en que su cuerpo se mantiene tirado en el suelo, como si fuera un cascarón vacío, sin alma.

—Dios santo… —murmura Betty, llevándose una mano a la boca. Un nudo de angustia le aprieta la garganta.

Ángela la observa en silencio, sus labios partidos tiemblan al intentar formar una sonrisa, un gesto débil que parece más un reflejo de dolor que una verdadera muestra de alegría. Sus pómulos están hundidos, su piel, antes de un tono saludable, ahora luce cubierta de hematomas. Un ojo inflamado casi se cierra por completo y su labio superior aún sangra por una herida reciente.

—Sabía que te volvería a ver —susurra Ángela con una voz tan débil que Betty tiene que inclinarse para escucharla.

Betty está arrodillada a su lado, con miedo de tocarla, como si el más leve contacto pudiera romperla en mil pedazos.

—¿Qué te hicieron? —pregunta con un hilo de voz, aunque la respuesta es evidente.

Ángela intenta reír, pero el sonido que sale de su garganta es un gemido ahogado.

—De todo, hasta lavaron mi alma con el fuego del infierno.

Los ojos de Betty se expanden, se llenan de lágrimas. Un nudo en la garganta amenaza con romperla.

—No sé qué hacer… —Betty siente una punzada en el pecho. Quiere llorar, gritar, salir corriendo y buscar ayuda, pero no hay a dónde ir. No hay a quién acudir. Están atrapadas. Y si Danilo descubre que la ha encontrado, sabe que la próxima en terminar como Ángela será ella.

Ángela la mira con ternura, como si quisiera creerle, pero en el fondo de sus ojos se esconde la resignación de alguien que ha perdido toda esperanza.

—No puedes hacer nada, Betty. No hay salida.

—Dios mío… ¿quieres agua? ¿algo de comer? ¿medicamentos?

—¿Matarme? Podrías hacerlo. Después de todo, ya estoy muerta para el resto del mundo.

—No digas tonterías, no voy a matarte, ni voy a permitir que alguien más lo haga. Lo que debes hacer es disculparte y regresar con las demás chicas.

Ángela suelta una risa amarga, su cabeza apenas se mueve mientras la niega con lentitud.

—No les daré ese placer… Antes prefiero morir.

—Por favor, piénsalo —insiste Betty, con el ceño fruncido—. Mañana es San Valentín, habrá una actividad en el restaurante. Es una buena oportunidad para hacer amigas, para llevarte bien con los clientes…

Ángela levanta la vista y una sonrisa torcida se dibuja en su rostro magullado.

—San Valentín… Ha llegado otra fiesta…

—Sí, y van a elegir a una de las chicas para cantar y bailar —Betty se ríe, nerviosa—. Tal vez hasta resulte gracioso.

—San Valentín… —repite con un tono más oscuro—. Ese es tu día, Betty. Siempre lo ha sido. Pero esta vez, será el día en que les harás pagar por todo.

Betty traga saliva, incómoda por la intensidad en la voz de Ángela.

—¿Qué estás diciendo?

—Que esta es nuestra oportunidad. Tu oportunidad —Ángela ladea la cabeza, observándola con seriedad—. Durante meses han abusado de ti, de todas. Nos han tratado como objetos, como basura. Y tú… tú sigues aquí, soportándolo, obedeciendo, esperando que un milagro te saque de este infierno.

—Yo… —Betty no sabe qué responder.

—No hay milagros, Betty. Solo hay fuego.

Betty siente un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Fuego?

—Vamos a quemar este maldito lugar. Todo. Cada rincón. Que no quede ni un solo rastro de la miseria que nos han hecho vivir.

Betty retrocede un paso.

—No…, no podemos hacer eso. Quemar el lugar…, eso significaría… significaría matar a todos aquí dentro.

—¿Y qué? —la interrumpe Ángela con dureza—. ¿Crees que ellos dudarían un segundo en destruirte si dejas de serles útil? No eres una persona para ellos, Betty, eres un producto. ¿O ya lo olvidaste?

Betty aprieta los puños. No quiere escucharla, pero sus palabras encuentran un hueco en su pecho, se clavan en las heridas que ya tiene abiertas.

—No somos como ellos… —murmura, con voz trémula, porque, muy en el fondo, sabe que quiere quemarlo todo.

—No, no lo somos. Ellos son peores. Y seguirán destruyéndote hasta que no quede nada de ti. Hasta que un día termines como yo, con el rostro desfigurado, pudriéndote en un rincón, esperando a que la muerte te haga un favor. ¿Eso quieres?

Betty niega rápidamente, sintiendo que le falta el aire.

—No quiero matar a nadie.

Ángela suspira, como si le diera lástima su ingenuidad.

—Ok, Betty, hagamos algo… No tienes que ensuciarte las manos. Yo me encargaré de hacer aquello que tú no te atreves… Es más, hubiera sido perfecto si pudiera ser la chica que hiciera el espectáculo de la noche, pero con este rostro hecho mierda, eso no va a pasar. Así que necesito que seas tú.

Betty la mira, desconcertada.

—¿Yo…?

—Sí, tú. Vas a estar en el centro de todo, ¿entiendes? Todos te estarán mirando, nadie me notará. Eso nos da la ventaja. Solo quiero que recuerdes que, antes de que inicie el show, debes regresar aquí con las llaves de las cadenas y también debes traerme un par de cuchillos de la cocina. Necesitaré defenderme cuando me liberes.

—Ángela…

—Hazlo por ti, Betty —su voz se suaviza, casi como un susurro persuasivo—. Hazlo por todas nosotras. Es ahora o nunca.

Cuando el sol se alza sobre el horizonte, Julia reúne a todas las chicas en el salón del restaurante. Con una sonrisa tensa y fingida cordialidad, dice:

—Debo elegir a la estrella de esta noche… A ver…. ¿Quién será la elegida?

Apenas termina de hablar, Betty da un paso al frente sin dudar.

—Yo lo haré —su voz suena firme, segura, como si ya hubiera tomado esa decisión mucho antes de que Julia lo propusiera.

Las demás chicas la miran sorprendidas, algunas con curiosidad y otras con evidente envidia. Julia asiente y, justo en ese momento, Danilo entra en la habitación. Al verlo, la atmósfera se tensa, como ocurre siempre que él está presente. Julia no demora en informarle.



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En el texto hay: asesinatos, estudiantes, violencia

Editado: 08.03.2025

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