Cupidalentín (libro 3 Final)

XIV

Leila, frustrada por la falta de acción de la policía, se niega a rendirse. Regresa a la jefatura a exigir que aumenten los recursos en la búsqueda de su prima, que investiguen mejor a Danilo Camacho, pero, como siempre, la tratan como una niña molesta.

—Señorita, no puedo permitir que venga aquí cada día con acusaciones sin pruebas —dictamina con voz seca—. Danilo Camacho no tiene antecedentes ni indicios de actividad criminal. No podemos perseguir a alguien solo porque usted lo dice.

Leila aprieta los puños, sintiendo la ira burbujear dentro de ella.

—¡Pero hay algo turbio en todo esto! —insiste, su voz temblando entre la indignación y la desesperación—. ¡Mi prima sigue desaparecida y ustedes no hacen nada!

El jefe de policía suspira con cansancio y se inclina hacia adelante, clavándole la mirada.

—Escúcheme bien. Si vuelve a irrumpir en mi oficina causando alboroto, la meteré en una celda por obstrucción a la justicia.

Antes de que pueda responder, hace un gesto a dos oficiales. Sin delicadeza, la toman por los brazos y la escoltan hasta la salida.

—¡No pueden hacer esto! —protesta, intentando resistirse.

Pero los policías no la escuchan. Con un empujón final, la dejan en la acera frente a la jefatura. Leila tambalea, con el corazón martillándole en el pecho y la impotencia consumiéndola. Se queda allí, de pie, sin saber qué hacer.

Entonces, una presencia a su lado la saca de sus pensamientos. Un hombre con ropa casual, pero con una mirada astuta y analítica, sale del edificio. Le pasa de largo, pero antes de alejarse demasiado, susurra:

—Sígueme.

Leila parpadea, sorprendida, pero algo en su tono la obliga a moverse. Sin dudar demasiado, lo sigue a través de la calle, hasta un parque cercano. Allí, el hombre se sienta en una banca y, sin rodeos, va al grano.

—El jefe de policía no moverá un dedo. Es amigo de Danilo —dice, como si fuera un hecho evidente—. Pero yo sí puedo ayudarte.

Leila entrecierra los ojos, evaluándolo.

—¿Y quién es usted?

El hombre saca un cigarro, pero en lugar de encenderlo, lo hace girar entre sus dedos.

—Soy detective en la jefatura. No puedo darte mi nombre, pero sí información.

Ella cruza los brazos, todavía desconfiada, pero su instinto le dice que le escuche. Desde el celular del detective, comienzan a rastrear los negocios de Danilo Camacho. Pasan de un nombre a otro, revisando registros y ubicaciones hasta que un sitio en particular destaca.

—Este lugar… —murmura el detective, ampliando la imagen en la pantalla—. Es demasiado exclusivo para ser solo un restaurante. Casi todos los restaurantes, incluso los de etiqueta, aceptan clientes sin tantas restricciones. Esto… Esto es sospechoso.

Leila asiente con una sonrisa satisfecha.

Sin perder tiempo, toman un taxi y se dirigen a la dirección. Sin embargo, al llegar, una escena impactante los recibe: Las llamas devoran el edificio. El humo denso se alza al cielo, oscureciendo aun más la noche con su nube asfixiante. No hay bomberos, no hay policías en el área, solo personas capturando el momento con las cámaras de sus celulares.

Leila siente un nudo en el estómago al ver cómo el único lugar donde podría encontrar a su prima está a punto de derrumbarse.

Dentro del edificio, cuatro personas están demasiado cegadas por la venganza y la locura como para preocuparse por su propia seguridad.

Sin pensarlo, Danilo avanza con rapidez hacia Néstor, y en medio del humo denso y el calor sofocante, se lanzan a los golpes. El rugido del fuego devorando la estructura ahoga el sonido de los puñetazos, mientras las sombras de las llamas danzan en sus rostros sudorosos.

Danilo embiste primero, propinándole un golpe en la mandíbula que hace tambalear a Néstor. Pero este, aún aturdido, responde con un puñetazo directo al estómago de Danilo, robándole el aliento por un instante. Ambos jadean, no solo por el esfuerzo, sino por la falta de oxígeno en el aire envenenado de humo.

Las llamas se acercan, consumiendo las paredes y trepando las cortinas que Néstor prendió fuego. El cielorraso ardiente cae en trozos sobre ellos, obligándolos a moverse en un campo de batalla cada vez más letal. Néstor intenta sujetar a Danilo por el cuello, pero este le clava el codo en las costillas con un movimiento rápido. Néstor gruñe, trastabillando hacia atrás, pero logra aferrarse a una mesa volcada para mantenerse en pie.

El fuego crepita a su alrededor, el calor es insoportable. La piel les arde, y la tos se vuelve insoportable, rasgándoles la garganta. Danilo siente el sudor mezclarse con la ceniza sobre su piel cuando ve la oportunidad. Sin dudarlo, agarra una botella de vidrio que yace en una de las mesas, sintiendo su peso en la mano. Néstor, cegado por el humo y mareado por la falta de aire, no tiene tiempo de reaccionar. En un movimiento rápido y brutal, Danilo levanta la botella y la estrella contra su cabeza. El cristal se hace añicos con un sonido seco y desgarrador. Néstor cae pesadamente al suelo, su cuerpo convulsionando levemente antes de quedar inmóvil. Un hilo de sangre resbala por su frente, mezclándose con el polvo y la ceniza.

Danilo se agacha junto a él, respirando con dificultad, su pecho subiendo y bajando con esfuerzo. Su mano ensangrentada se desliza por el cabello de Néstor, levantándole la cabeza con una brutalidad silenciosa. Sus ojos, antes llenos de desafío, ahora comienzan a nublarse. Danilo lo observa por unos segundos, viendo cómo la vida se le escapa lentamente.

Las vigas sobre ellos crujen, amenazando con colapsar en cualquier momento. El fuego ruge, reclamando cada rincón del edificio. Danilo suelta el cabello de Néstor y se limpia la sangre en la camisa, sintiendo el peso del momento, pero sin tiempo para pensar en ello. Debe moverse. Debe salir de ahí antes de que todo se venga abajo.

Pero en ese momento, algo le llama la atención. En un rincón, entre el humo y las sombras, distingue a Ángela y Betty en medio de un feroz enfrentamiento. Sus ojos se estrechan, reconociéndolas al instante. Ángela no debería estar allí. Ella debería estar confinada en la habitación de la cocina, aislada de todo esto. Sin embargo, en lugar de esconderse, está allí, alimentando la locura, avivando el fuego. Y Betty… Betty la está atacando. En ese momento, Danilo percibe algo: Betty está de su lado, luchando por defender el local y manteniendo el control en la caótica situación. Su mente no analiza con claridad.



#615 en Thriller
#88 en Terror

En el texto hay: asesinatos, estudiantes, violencia

Editado: 08.03.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.