Cupido Otra Vez

Capítulo 38

—Anda, Liz.  No te enfades —suplicó Eros.

—¿Qué no me enoje? Estas atado a la chica más insoportable que conozco y a tu hermano sanguinario —repliqué.

—Sí, pero se me acaba de ocurrir un plan horrible, que podría funcionar.

—No puedes ser tan descarado —bufé.

—¡Hey! ¡Apurense! Quiero irme a casa —gritó Ada por la ventana.

Estábamos en el patio de la casa de Adrian y la noche ya nos había caído encima, era cierto, debíamos irnos.  

Di la vuelta para regresar adentro, pero Eros me detuvo.  Tomó mis hombros y me miró fijamente.

—Espera, solo un minuto —pidió y se lo concedí—.  Mi naturaleza ha cambiado a lo largo de los siglos, primero como una existencia originaria y luego como un dios de tercera generación, pero todo esto ha sido por lo que ha ido sucediendo en mi historia.  Es cierto que aparecí cuando el mundo no era mundo, pero luego tuve que volver a nacer, porque eso hacen los dioses cuando son derrotados, porque nuestra existencia está unida a la naturaleza y al ideario social.  Los humanos me han visto como un dios primordial y como un bebé, mis poderes se han ido expandiendo y reduciendo según la época, y en la actualidad, al igual que muchos, osciló en los mitos de dos culturas distintas, con dos nombres diferentes.

—Sí, eso lo entiendo —repuse.  

"O al menos lo intento entender".

—¿Recuerdas lo que le dijo Temis a Afrodita?

—El amor no podrá crecer sin pasión —repetí.

Eros asintió.

—El amor se construye con el tiempo, la pasión se siente como un disparo, pero son dos sentimientos que no pueden ir separados.  Lamentablemente la pasión guarda mucha relación con el sufrimiento.  —Ada volvió a gritar que nos apuráramos, pero ninguno le prestó atención—.  ¿Sabes lo que yo tenía en Grecia que me volvía hombre?  —Negué con la cabeza y lo vi sacar de su bolsillo un pequeño relicario en forma de corazón.  Con cuidado, lo depositó en mis manos y las envolvió con las suyas—.  No estoy tan mal de la cabeza como parece, o quizás sí, pero el verdadero plan era entregarle a alguien el corazón  de Anteros para que volviera a sentir y luego, estamparle una flecha a él también.

—¿Y entonces para qué  dejaste la flecha en mi casa? —pregunté.

—Porque necesitaba que tú escogieras a esa persona, al azar, pero el destino hizo que Ada diera con ella.  No sé en qué están pensando las Moiras, pero ya le habías disparado una vez a esa chica.

—Pero eso fue una casualidad.

—Las casualidades no existen para el anagké, si sucedió es porque así tenía que ser.

—¿Y qué sigue?

—Flecharé a Anteros con ella y será el único modo de ganar el duelo.

Mis ojos se ampliaron.

—¿Quién decidió las reglas de este torneo? —Exigí saber.

—Fue el destino, que siempre ha sido desgraciado para nosotros.   El oráculo de Apolo me lo ha dicho, si quiero volver a ser normal debo volver a estar en paz con mi hermano, devolviendo lo que es suyo, pero no serán mis manos las que pongan las cosas en su sitio —dijo.

—¿Y qué te garantiza que Ada sea la indicada?

—Porque el amor es lo que nos mueve a nosotros —explicó—.  El problema es que los destinos a veces se tuercen y si quiero mantenerlos de mi lado, el único modo de hacer esto justo y equilibrado, es que tú tengas el mío.

Abrió sus manos y me permitió ver el delicado relicario que descansaba en las mías.

—Le pediste al padre de Adrian que lo convirtiera en un collar —murmuré—.  ¿Estás seguro que puedes dejar el corazón de un dios en manos de una frágil mortal?

—Solo se lo estoy entregando a quien le pertenece, físicamente claro.  No todos puedes jactarse de esta literalidad.

—La mayor parte del tiempo no es necesario.

Y ahí estábamos, riéndonos a pesar del caos y el peligro que acechaba.  Debíamos estar muy locos o muy enamorados, o quizás era la combinación de ambas cosas.

Tomó el relicario y deslizó sus dedos sobre mi cuello para ponérmelo.  

—Te amo, Liz —declaró, antes de estampar sus labios con los míos.

Pasó mis brazos sobre sus hombros y lo apegué más a mí, en un intento por responder lo que no me había dado tiempo de decir.  También lo amaba, tanto así, que aunque no podía darle mi corazón del mismo modo material, cada latido traía su nombre escrito.

—¡Hey! Adrian y yo los estamos esperando —exclamó Ada.

No respondí, pero estaba segura que a Adrian ni le importaba.

—¿En serio ella tiene el corazón de Anteros? —suspiró Eros.

—No existe el plan perfecto —respondí.

(...)

Cuando llegué a casa encontré a Peter sentado en la entrada, se movía inquieto por todo el primer piso.  Al verme, dio una pequeño salto de felicidad y corrió a recibirme.

—¡Liz! ¿Dónde estabas? Son las dos de la madrugada, ninguna empresa cierra tan tarde —dijo.

Mis ojos se abrieron y miré la hora en mi celular.  Realmente nos habíamos pasado.  Tenía más llamadas perdidas de las que quería reconocer, Peter Jane, mamá y hasta Germán.

—¿Qué le dijiste a mamá?

—Todavía no entro, creo que si llegamos juntos puede parecer más creíble lo que sea que te hayas inventado de camino, porque pensaste una excusa, ¿verdad? —inquirió.  Negué con la cabeza—. ¡Liz! Lo primero que hace alguien cuando llega tarde y no quiere que sus padres sepan dónde estuvo es inventar una excusa, tenía deberes, el auto se quedó sin gasolina, los ovnis te abdujeron... Cualquier cosa.

—Hace tiempo que no vivo con mis padres, Jane es controladora pero no me delata —expliqué.

—Bien, elige.  ¿Leones o tigres? —preguntó.

—¿Qué?

—¿En cuál jaula tuvimos problemas?

—Prefiero un animal más tierno, como los monos o los conejos —dije.

—¡No! Tiene que ser uno salvaje para que se preocupe y pase por alto la hora.

Lo miré sorprendida.



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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