No estaba segura si mamá realmente se había tragado el cuento de que una compañera de trabajo por poco se convierte en la cena de los leones, aún así no cuestionó la veracidad de nuestra historia y su único comentario acabó siendo que tuviéramos cuidado, luego de preguntar por el estado de salud de la chica y si el zoológico se responsabilizaría.
Luego de esto, Peter había pasado a encabezar la lista de incorporaciones valiosas a mi vida, jamás esperé encontrar un aliado tan útil en él.
Sin embargo todavía tenía un problema mayor que resolver. El que el tiempo se me estaba acabando y necesitaba encontrar al fisgón antes que acabara la semana. Me ya había comprobado que preguntarle a Anteros directamente no era opción, así que debía buscar la solución por mí misma.
Cuando Ada se presentó esa mañana en el salón, dando vueltas como si nada hubiera pasado, supuse que en realidad sabía más de lo que realmente quería admitir.
—¿Viste algo más la noche en que nos espiabas? —pregunté, acercándome a ella.
—¿Y cómo querías que lo hiciera? ¡Volaban flechas sobre mi cabeza!
—¿Y todos estos días? Has estado investigando, algo debes haber descubierto.
—Pues claro, ya sé que fuiste tu quien arruinó mi campaña. —Mi rostro se desfiguró ante la acusación—. No creas que no me di cuenta, te lo cobraré algún día.
No quería que pensara que podía ganar. Ella quizás había descubierto un montón de cosas, pero yo ya llevaba meses dentro de este juego y hasta estaba saliendo con uno de ellos, le sacaba suficiente ventaja como para merecer su respeto.
—Bien, solo dime qué más sabes y estaremos más cerca de descubrir qué te hicieron.
—¡¿Qué más quieres que sepa, Elizabeth?! —exclamó.
Con este carácter nadie iba a querer ayudarla.
Iba a decir algo más cuando Apolo hizo su aparición en el aula.
—No olviden que dentro de dos semanas deberán entregar su informe sobre el dios que les asigné —anunció, por algún motivo, me miró al hablar. Perfecto, me otra preocupación más. ¿Cómo iba a conseguir una entrevista de la diva del Olimpo? Era más fácil conseguir una cita con Madonna—. Elizabeth tengo en mi oficina los documentos con la ayuda que me pediste, te espero después de clase.
¿Así o más discreto?
Aunque una parte de mí era consciente de que podía ser una trampa, la otra sabía que no estaba en condiciones de despreciar cualquier ayuda, y aún menos si venía de forma tan desinteresada.
Me presenté tan pronto la clase terminó, por supuesto Apolo ya había llegado. Él no tenía que subir escaleras para llegar.
—Ojalá Zeus hubiera sabido que darte cerebro era una pérdida de tiempo —dijo tan pronto llegué.
Ésta no era la bienvenida que esperaba.
—¿Y ahora qué hice? —cuestioné ofendida.
—¿Realmente necesitas que te lo diga? ¡Mi hija es una piedra! —exclamó.
—Creí que no te importaba.
—Ser irresponsable no significa que no tenga sentimientos. Debiste hablar con Afrodita cuando te la asigné.
—¿Y eso habría cambiado algo? —pregunté.
—Pues claro, tu novio no estaría atado a una chica que no soportas. No olvides que ella es la madre de Eros y Anteros, ellos podrán pelear todo lo que quieran, pero nadie los conoce mejor que la mujer que los engendró.
—Afrodita ni siquiera quiere venir a saludarme —bufé.
—Tienes que invocar a la diosa más hermosa de todo el panteón, ¿qué es eso de llamarla por su nombre?
—¿Y eso qué significa?
—Tendrás que descubrirlo tú misma, la sesión terminó —declaró.
—¿Qué? No estamos en tu consulta del hospital —reclamé.
—Te hice una predicción gratuita, deberías estar agradecida. En mis tiempos la gente viajaba días solo por verme en Delfos.
Mi mandíbula se abrió, sin dar crédito a lo que oía.
—Espera, si vas a ayudarme hazlo bien, no entendí una palabra de lo que dijiste.
Apolo se puso de pie y me obligó a hacer lo mismo, tirando de mis brazos, para luego empujarme hasta la puerta.
—Usa la cabeza, que para algo la tienes sobre los hombros —dijo, corriéndome de su oficina sin ningún miramiento—. Por cierto, presta atención, si sabes donde apuntan las flechas del amor encontrarás al que profanó el templo bebiendo café.
—¿Y eso que significa?
—Lo que tú quieras —afirmó—. Tu número de la suerte este mes es el siete y tu color el lila.
Cerró la puerta, dejándome sola afuera, totalmente humillada.
—¡Leer mi horóscopo habría sido más útil! —grité, esperando que me oyera a través de las paredes.
Bajé las escaleras dando grandes zancadas, abajo me encontré con Ada, quien no dudó en saltar sobre mí apenas me vio descender, como si mi expresión de fastidio no le dijera suficiente, me persiguió preguntando si había obtenido nuevas respuestas. ¿Acaso quería que le gritara en pleno pasillo que los dioses eran todos unos desgraciados?
Regresé a mi facultad, con la chica pisándome los talones, y entonces, la falsa Agnes se unió al espectáculo.
—¡Tú! Por tu culpa mi papá está amarrado a una simple mortal —escupió.
Levanté mis brazos en señal de inocencia, y retrocedí, sin saber cómo hacerle frente a una diosa furiosa, sin embargo Hedoné pasó de mí y continuó avanzando en dirección a una confundida Ada.
—No sé de qué hablas, niña —dijo. Tan pronto terminó la frase, sus ojos se ampliaron, comprendiendo la situación—. No no me digas que tú también...
—Te presento a la hija de Eros, Hedoné —intervine—. En estos momentos se hace pasar por una adolescente para ocultar que la original es una estatua.
—¡Yo te maldigo! —chilló la diosa—. ¡Yo te maldigo! Nadie sentirá deseo hacia ti, nunca más en tu puta vida. No podrás satisfacer jamás el fuego que quemará tu cuerpo y te consumirás en la espera, mi tío no bendecirá tu matrimonio, mi abuela tomará tu belleza, por la mano de mi padre todas tus parejas te serán infieles y los dioses no traerán hijos a tu vientre. Hasta que, por la desgracia de vivir sin amor, tú misma acabes con tu vi...