Cupido Otra Vez

Capítulo 44

El tiempo se agotaba, y todavía no teníamos ni una sola pista del responsable de profanar el templo de Atenea.  Sabía que la técnica de Hedoné era el método menos efectivo para localizar a alguien, pero a partir de la pista de Apolo, no se me ocurría nada mejor.

—¿Qué tal, Agnes? —Reconocí al mismo chico de ayer acercándose con una radiante sonrisa.

—¿Qué hay, Manuel? —dijo Hedoné sin prestar mucho interés.

—Soy Matías —repuso el muchacho.

—Como sea —suspiró la diosa.

El chico se balanceó incómodo sobre sus talones, hasta que finalmente cobró valor para continuar hablando.

—Quería hablar sobre lo de anoche. —Su mirada pasó de la divinidad con cara de humana a mí, urgiendo por privacidad.

Arrugué la nariz intuyendo que algo andaba mal.

—No tenemos de qué hablar —contestó—.  Ya te di lo que querías y cumpliste tu función conmigo.

—¿Así nada más? —inquirió—.  Yo creo que podríamos repetir la experiencia este fin de semana.

Conocía suficientemente bien la naturaleza divina y humana como para poder comprender la verdad que no mencionaban directamente.

—Hmm... no —respondió, sin pensárselo demasiado—.  Escucha, esto es como mascar chicle.  ¿Has visto que alguien vuelva a echárselo a la boca después de botarlo? No, claro que no.  Ya perdió su sabor y su elasticidad, te deshaces de él y si quieres más, te compras otro. Aunque es cierto que veces lo mantienes más tiempo en tu boca solo por el placer de morder.  —Lo consideró unos segundos—.  Como sea, ya estás usado.

La indignación abarcó cada uno de los rasgos del chico.

—¡Zorra! —exclamó.

—Mide tus palabras, niño —alegué inmediatamente.

—Piérdete, chicle —dijo Hedoné.

Matias ardió de rabia, pero entonces se dio cuenta de lo mucho que llamábamos la atención con nuestros gritos.

—Quién diría que detrás de tanta inocencia se escondía una bruja —masculló, y optó alejarse luego, no sin antes patear una silla que encontró en el camino.  Cientos de ojos curiosos lo siguieron.

Con la amenaza neutralizada, podía proceder a exigir explicaciones.

—Por favor, dime que no te acostaste con él —supliqué.

La respuesta afirmativa era incluso obvia.

—No, no nos acostamos.  Tuvimos sexo —contestó sin el más mínimo pudor

—¡No puedes hacer eso! —exclamé, conteniendo mis gritos para no llamar aún más la atención.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque se supone que estas fingiendo ser alguien más, alguien que jamás le abriría las piernas a un desconocido.  No sólo debes parecerte, sino actuar como ella, sino acabarás arruinándole la vida.

—Se convirtió en estatua, su vida ya está arruinada —alegó.

—Pues no lo empeoremos —propuse.

Hedoné suspiró exasperada.

—Me dieron el papel de una chica muy aburrida —replicó.

Si su padre estuviera aquí, me explicaría que más o menos así sucede cuando la nerd se vuelve popular y deseada por todos de la noche a la mañana.  ¿Quién decía que los clichés no tenían fundamentos lógicos?

—Esfuérzate un poco más, nos quedan solo unos días —pedí.

Me miró con disgusto, pero no pudo agregar nada más, porque alguien volvió a interrumpirnos.

—¿Tú eras el marcador? —preguntó una joven plantándose frente a mí.

La reconocí inmediatamente, por su porte y su mirada desafiante, a pesar de la cordialidad oculta en su voz.  Venía acompañada, Agustín estaba a su lado con gesto serio.

—Digamos que lo intenté —contesté.

Saqué de mi mochila el cuaderno donde había anotado con palitos cada uno de los puntos y se los enseñé.  Todos, incluyendo a Hedoné, me miraron estupefactos.

—¿Es en serio? —preguntó Flor, sin dar crédito a lo que veía.

—Es lo que hay —repuse, encogiéndome de hombros—. Tómalo o déjalo.

—Ni tonto, quiero mis camisetas —dijo Agustín—. ¡Vamos a contar los puntos! —Me quitó la hoja de las manos y contó las rayas—.  Catorce para las chicas y... Tre... Espera, ¿qué? —Volvió a contar—.  Liz, no sabes marcar.

Una sonrisa de satisfacción se marcó en los labios de Flor.

—Nada de eso, estos resultados son legítimos.

—Ni siquiera terminamos el juego porque te caíste —replicó Agus.

—Porque tú me empujaste —le recordó Flor.

—¡Hey! Me estorban —intervino Hedoné, haciendo un gesto para indicar que se hicieran a un lado.  La jugadora se desplazó sin hacer comentario alguno, no así su contraparte masculina.  Él se la quedó viendo, silencioso, casi con sospecha, como si esperara que en cualquier momento le salieran tentáculos de su abdomen—.  Muévete.

Ante la insistencia, acabó obedeciendo.  Esperaba que emitiera alguna opinión o le coqueteara un poco, después de haber mostrado tan abiertamente su interés hacia Agnes.

—Bien —respondió a secas, antes de dar media vuelta y partir.

—¿Eso significa que gané? —preguntó Flor, pero Agus ya se había alejado—. ¡Oye! —demandó, saliendo en su búsqueda.

—¡Anda! Haz que su pelea termine en la cama —exigió Hedoné.

Salí de mi estupor y recordé el motivo por el cual traía mi arco y flechas al hombro.  No tenía mucho tiempo, pronto los perdería de vista.  Desde mi posición, disparé y acerté mi objetivo justo antes que abandonara la cafetería.  Un éxito.

—Al fin se fueron —comentó Hedoné, reanudando su exhaustivo examen del alumnado.

Me sentía tan satisfecha que no consideré su sarcasmo.  Pese a que todavía no era capaz de calzar todas las piezas que tenía en mi mano, cada vez estaba más cerca de lograrlo. 
 



#20426 en Fantasía
#11908 en Joven Adulto

En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.