Cupido Otra Vez

Capítulo 46

Esa noche desperté en la casa de Eris.  No vi a la diosa por ningún lado, pero encontré mi desayuno listo en la mesa, y una aspirina que mi dolor de cabeza agradeció.  Mientras comía, observé el basurero lleno hasta el tope de latas vacías, seguramente las que habíamos ingerido esa misma noche, pero era incapaz de recordar más detalles.  

Ahí estaba yo, después de compartir unos tragos con la diosa del caos, seguramente me había ganado un lugar de honor entre los alcohólicos anónimos.

No tenía ganas de volver a mi departamento, así que me conformé con tomar prestada ropa de Eris.  Abrí su armario y me encontré un montón de vestidos ajustados, calzas apretadas, faldas cortas, top que dejaban el abdomen al descubierto y toda clase de prendas provocativas.  Revolvía todo hasta que al fin encontré unos jeans rasgados y una blusa que pudiera usar en público sin sentir pudor.

Volví al recibidor y el flash de una cámara cegó mis ojos.

—¡Qué linda te ves! —exclamó Eris—. ¿Es el día de vestirse de ñoña en tu universidad?

—No —contesté a secas.

—Ten, me tomé la molestia de ir por tus cosas —dijo, entregándome mi mochila.

Entrecerré los ojos, dudando de su amabilidad.

—¿Qué quieres? —cuestioné.

—Nada, con lo que hablamos anoche me basta —respondió.

Intenté recordar, pero mi mente era una laguna negra y turbulenta.

—No me acuerdo —dije, tocando mi frente con mi mano.

—No te preocupes —afirmó, enterrando la mochila en mi delicado estómago—, cuando lo hagas me avisas.  Ahora vete, que llegarás tarde.

No podía negarle razón en eso último.

Me fui todo el camino intentando recordar lo que había hecho la noche anterior. Ya sabía que había estado bebiendo junto a Eris, que se me pasó la mano, que hablé demás y acabé adquiriendo compromisos probablemente imposible o bizarro.

Llegué sintiendo que la cabeza iba a explotarme, cuando me topé con Agnes y finalmente estalló.  No, no era Agnes, era Hedoné.

—Tenemos un problema —dije, dejándome caer en la silla y apoyando mi cabeza contra la pared.

—¿Qué pasó?

Pensé en la llamada de la mamá de Fran, tanto su hija como yo estábamos metidas en un grave problema, ella por mentir y yo por tapar su mentira, aunque en realidad todo hubiera sido obra mía, para esconder lo que realmente sucedía.  

Y no sólo eso, también había faltado a mi sesión de terapia y arruiné mi récord de días sin beber.

Con respecto a eso último, nadie podía ayudarme.  Sobre lo segundo...

—No importa —contesté.

Estaba cansada, como si hubieran chupado hasta la última gota de energía que tenía en mi cuerpo, y realmente no tenía deseos de recuperarla.  No quería hacer nada, en absoluto.  No me interesaba buscar una solución, pedir disculpas, ni nada que tuviese relación.   No quería estar en clases, ni volver a casa.  Estaba a la deriva, sin un rumbo, cualquier avance que pude haber experimentado en el último tiempo se había desvanecido.  

Hedoné se encogió de hombros, sin ganas de indagar más allá.

—Te ves un poco pálida, podrías visitar a Apolo —comentó.

Volví mi atención al frente, cuando la clase estaba a punto de comenzar.

Quizás pareció que presté atención toda la clase, pero en realidad, estaba sumida en mi misma, mirando el vacío, sin nada particular en ocupando mi mente.  Ni siquiera cuando fue la hora de salida tuve intenciones de moverme, me habría quedado ahí un tiempo más dejando que el tiempo siguiera su curso, pero los estudiantes de la asignatura siguiente querían usar el aula.

Perdí la compañía de Hedoné después, fiel al horario de Agnes, ella debía partir a su siguiente clase mientras a mi me quedaba la hora libre.  Una maldita hora.  ¿Qué se supone que iba a hacer hasta entonces? ¿Y a la hora siguiente? ¿Cómo podría soportar todo el día? ¿Y la semana?

Me quedé de pie en el pasillo, rehusándome a moverme.  

—Liz, ¿qué ocurre? —preguntó alguien a mi lado.

Ni siquiera me di cuenta en qué momento había llegado Eros.  Él me miraba con preocupación, adivinando mi malestar por la expresión en mi rostro.  

No quería explicarle.  No tenía ganas de hablar.  En su lugar, me quedé en silencio, apreciando cada uno de sus rasgos, deformados por la preocupación.  Aún así no dejaba de ser apuesto, sin duda el título de dios griego le calzaba.  Afrodita no había dudado al legarle su belleza.

Me tomó por los hombros, buscando sacarme del trance en el que me encontraba.  

Por primera vez comprendí la actitud indiferente de Adrian, era un modo de mantener a raya las emociones, pues apenas abandoné la máscara de desgano, me largué a llorar.

(...)

Era casi irónico, después de haber pasado cinco días buscando al culpable, esta vez Eros me entregó una taza de café humeante, que compró en la cafetería de la facultad.

Lo tomé e inmediatamente el calor fluyó a través de mis dedos, éste debía ser el día más frío de la semana, osea que el número de sospechosos iba a incrementar considerablemente.

Sinceramente no tenía ganas de hablar y agradecía que Eros no presionara.  Se limitó a sentarse a mi lado y bebió de su té, mientras miraba al resto de los estudiantes congelados.  En cierto modo parecía burlarse, la tela de su camisa era demasiado delgada y su abrigo meramente decorativo, pues ni siquiera se molestaba en abrocharlo, de seguro solo lo usaba para no desentonar con el ambiente.

Finalmente fui yo quien rompió el silencio.

—¿No vas a hablar? —inquirí.  

—No. —Su respuesta fue tajante, a pesar de lo relajado que se veía, como si su vida no corriera riesgo.

—¿Por qué vinimos aquí? —pregunté.

—Me habría gustado poder llevarte más lejos, para que pudieras desahogarte tranquila, pero no puedo, así que esto fue lo mejor que se me ocurrió.  Estoy aquí por si quieres desahogarte, o si no estás lista para contarme lo que sucedió, para darte apoyo en silencio o hasta que te sientas lista para hablar, solo eso.  



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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