Cupido Otra Vez

Capítulo 51

Fran estaba pálida y esta vez no era un efecto secundario de la petrificación.

—¿Cuántos días dices que estuve fuera? —preguntó de nuevo.

—Una semana, casi.

—Dios, mi mamá va a crucificarme.

Caminó de un lado a otro, desesperada.

—Sí, a propósito... —Tuve que contarle el pequeño desliz de Peter al teléfono, quien por error le había confesado a su madre que en realidad no estaba quedándose en mi casa.

El grito que pegó fue tan fuerte que seguramente lo escucharon dos casas más allá.

—Por Zeus —suspiró Adrian, ingresando a la cocina con el pan que había salido a comprar—.  Me caías mejor cuando eras una estatua.

—Van a matarme cuando llegue a casa —gimió Fran.

—Para haber sobrevivido al castigo de una diosa, pareces más asustada de lo que tu madre mortal pueda hacerte —comentó Eros, con humor.

—¿No tienen a nadie por ahí que produzca amnesia? —pregunté, buscando una solución.

Eros lo consideró, pero alguien más tuvo una mejor idea.

—Quizás yo pueda solucionarlo —sugirió la madre de Adrian, saliendo de la cocina con una fuente llena de pan tostado que dejó sobre la mesa—.  Dame su número, la llamaré.

Mientras hacía la llamada, el resto nos quedamos mirando el desayuno, como si la comida estuviese envenenada.  El único que se atrevió a dar el primer bocado fue Adrian, quien probó una tostada con la misma calma de alguien que no le tiene miedo a morir.

—¿Por qué Hedoné no se hizo pasar por mí? —gimoteó Fran.

—Es más difícil devolver a una persona que no sabe nada, ahora ella solo creerá que fue un mal sueño —dijo el herrero.

En ese momento mi teléfono sonó, la pantalla anunciaba a mi hermana y me debatí un par de segundos hasta concluir que, en realidad, no tenía energías para tratar con ella.

—Bien, pensemos —sugerí—.  ¿Cómo vencemos a Atenea?

—¿Todavía no tienes un plan, Liz? Estas perdiendo tu chispa —comentó Eros, con malicia.

Hice una mueca de disgusto.  Odiaba cuando se portaba como un niño, quizás él había visto cientos de maldiciones en quién sabe cuántos siglos pero era mí, esto era sumamente grave.

—No te necesito para que me eches abajo el ánimo, puedo hacer eso perfectamente bien por mi cuenta.

El dios sonrió y ocupó el espacio disponible junto a mí.

—Era un cumplido.

—Ya que nos dejó escoger el desafío, deberíamos buscar algo que no sea su especialidad, como un torneo de matemáticas o algo así —propuso Agustín.

—Habla por ti, genio.  Ella es la cerebrito de la familia —replicó el dios del amor.

—¿Y otra cosa? Algo más deportivo. ¿Y si le enseñas arquería a Flor?

El buen humor de Eros no decayó.

—¿Viste su armadura? También es diosa de la guerra y la estrategia —dijo.  Agustín bajó la mirada, preocupado al ver que sus opciones se agotaban—.  Es la hija favorita del abuelo, meterse con ella es el equivalente a que te caiga un rayo.

—¿Y si buscamos a otro dios? Uno que nos ayude —increpó Flor, en una suerte de protesta contra el humor negro de Eros.

—Cuidado con lo que dices, niña —intervino Fran—.  A mí me enviaron a conocer a Hades por menos.

—Pero así lo hizo Agus para robarle los ojos.

—Y mira en el lío en que se metió —sostuvo Adrian—.  Y todavía no sabemos qué va a cobrar Eris.

Flor lo miró detenidamente, con la duda brillando en su rostro.

—Tú no eres un dios, ¿cierto?

—Casi tan mortal como todos ustedes, excepto por ese de ahí —dijo, apuntando a Eros.

—¿Y qué se supone que haces?

—Observo la desgracia ajena con el fin de convencerme que mi vida no es tan mala como suelo pensar.

La madre de Adrian regresó al comedor con una radiante sonrisa.

–Problema resuelto —anunció—.  Tú madre estará muy feliz de verte en casa.

Fran frunció el ceño, incrédula.

—¿Cómo lo hizo? —cuestionó.

—Pertenecí al séquito de Artemisa tiempo atrás y aprendí algunas cosas, hay dioses que no se caracterizan por su discreción.  No obstante, si quería tener a mi pequeño debía resignarme a perder la virginidad.

Los ojos de Flor brillaron.

—¿Cree que pueda hablar con ella y pedirle su bendición?

—¡De todas tus opciones ella es la peor! —exclamé, sin poder contenerme.

—¿La conoces?

—¡Intentó matarme! —chillé.

—Y no olvides que por su culpa tu virginidad acabó convertida en una flor —agregó Fran, que luego miró a la joven que coincidentemente llevaba ese nombre—.  En tu caso, el juego de palabras me resultaría insoportable

—No olvides que Apolo quiso convertirla en un girasol —recordó Adrian.

Flor me observó consternada, a lo que Eros tomó la palabra.

—¿Recuerdas cuando dije que Liz tenía experiencia en esto? —comentó el dios—.  No era en vano.

 



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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