Comenzaba a pensar que el hecho de que Apolo hubiese fijado como fecha de entrega de su famoso trabajo, justo un día antes de la gran reunión con Atenea, formaba parte de un plan maquiavelico que sólo tenía por fin perjudicarme y hacerme perder tiempo valioso.
Pero ya estaba y no había nada que pudiera hacer en contra de eso, salvo trabajar.
Contesté todas las preguntas del malicioso Apolo con la ayuda de Eros y descubrí que habían varias que no podían ser respondidas sin al menos un encuentro con el correspondiente dios. ¿Cómo esperaba que supiera su comida preferida? ¿O la canción que más la marcó en todos sus tiempos?
Fruncí el ceño mientras leía la última línea.
—¿Qué profesión y oficio te falta por desarrollar? Considera trabajos que existen y han existido —inquirí.
—Afrodita generalmente elige ocupaciones con harto glamour, artista de cine, cantante, modelo, bailarina, diseñadora de modas, aunque a veces le gusta sentir el poder, y se combierte en una famosa empresaria, primera dama o algo por el estilo.
Apenas me pude creer que lo estaba oyendo.
—¿Y cómo no la han descubierto? Es decir, los medios deben notar que una cantante se parece mucho a una actriz. Las teorías conspirativas abundan en Internet.
—Bueno, no diré que no existan, pero si no las tomas en cuenta no pasa nada. Es cierto que antes era más fácil, en un mundo menos globalizado, pero Afrodita siempre ha podido alterar su imagen. Y en todo caso, los humanos pierden pronto el interés cuando desvías su atención a mejores polémicas.
—¿A qué te refieres con eso? —pregunté con desconfianza.
—Ya sabes, líos amorosos, estamos hablando de Afrodita. Enamora a uno, se mete con otro, arma un triángulo, esparce chismes, juega con la sexualidad de la gente y al final a nadie le importa quién se parezca a quién, sino quién se acuesta con quien.
—De tal madre, tal hijo, supongo —suspiré.
Eros puso esa típica sonrisa traviesa suya, que básicamente daba a entender que no se arrepentía de nada y seguiría divirtiéndose.
Eché un vistazo rápido a mi informe, revisando que todo estuviese en correcto orden.
—¿Cómo lo hará el resto? —inquirí curiosa.
—¿Por qué?
—No sé, veo difícil que algún libro diga el amor platónico mortal de Afrodita. Quizás qué piensen mis compañeros al leer eso.
—Por eso son preguntas distintas —explicó Eros.
Todos mis sentidos se activaron, preparados para detectar el nuevo engaño de los dioses.
—¿Y tú cómo sabes eso? —interrogué con sospecha.
—Me enteré por ahí —contestó con un deje de malicia, consciente de que quería respuestas pero dispuesto a hacerme indagar por ellas.
—Por ahí, ¿dónde?
—En otros cuestionarios.
—¿El de Ada?
—Y unos cuantos más.
—¿Cuántos más? —inquirí.
Eros señaló la hora.
—¿No tienes que enviar eso en cinco minutos?
—No cambies el tema —repuse.
—Cinco —dijo, mirando el reloj.
—¿En qué andas metido, Eros?
—Cuatro... —Me lo quedé viendo, intentando ejercer presión con la mirada—. Tres...
—Responde, Eros.
—Dos y tres cuartos... —De acuerdo, no iba a reprobar por una diferencia de dos minutos. Envié el trabajo, tolerando su absurda cuenta regresiva—. Cincuenta segundos...
Cerré la laptop con fuerza para fingir determinación, hasta que recordé que no era mía y acabé revisando no haberle hecho daño.
—Ahora contestarás a mis preguntas —Exigí.
—Quizás más tarde, tienes clases.
—Deja de evadirme.
—Que te vaya bien.
Se puso de pie y caminó hasta la puerta. No le di oportunidad y salté sobre él. Sin embargo, era más alto y apenas mis brazos rodearon su cuello, apretó mis manos para que no pudiera soltarme y me levantó del suelo.
—¡Bájame! —grité—. ¡Bájame!
Dio vueltas en círculos, conmigo colgando de su espalda y chillando como un globo desinflándose en el aire. Caímos en la cama, uno al lado del otro. Eros se echó a reír y yo pesqué la almohada para ahogarlo.
Estábamos riendo y gritando, cuando escuchamos unos golpes en la puerta.
—¡Sin sexo! —exclamó Adrian, y luego, seguramente siguió su camino.
Me quedé helada, mirando la puerta, hasta que escuché a Eros refunfuñando bajo la almohada. Parece que decía que lo estaba ahogando.
—Como si fueras a morir por eso —bufé, y continué presionando.
(...)
Por supuesto las sorpresas en mi día a día nunca acababan, y cuando me presenté a clases, el profesor se atrasó. Para cualquier otro estudiante era una buena señal, no para mí. Apolo no enfermaba, podía teletransportarse y seguramente no tenía otros asuntos más importantes que atender, salvo que tuvieran que ver con un eventual fin del mundo, ya que estábamos hablando de un dios.
—¿Qué habrá sucedido? —pregunté a Fran.
—No lo sé, solo espero no tener que pelear por la herencia —contestó con buen humor.
Al parecer las gestiones de la mamá de Adrian habían funcionado, salvándola de un castigo seguro.
Entonces llegó el profesor, solo que no era quien todos estábamos esperando.
—El profesor Apolo está suspendido a raíz de un sumario administrativo —explicó Eros—, así que tomaré su lugar.
Ni siquiera me tomé la molestia de sacar mis apuntes, si este hombre no me aprobaba iba a tener que hacer sus maletas y marcharse al Olimpo, bien lejos de mí.
Entonces dijo algo que realmente me interesó.
—Al final de la clase les entregaré sus calificaciones por el trabajo de investigación.
Eso respondía mi pregunta de la mañana.
Ni siquiera me molesté en ocultar mi expresión de enojo, es más, lo penetré con la mirada para que se diera cuenta de lo mucho que me fastidiaba.
Sin embargo lo realmente inaceptable sucedió al final de la clase, cuando me entregó una nota insuficiente.