Era bastante desafortunado tener riñas pendientes con un dios, y no estoy hablando en metáforas, sino que me refiero directamente a los personajes sacados del Olimpo. Era horrible, y a veces, incluso denigrante. Había tenido tiempo de descubrir lo desquiciados que podían llegar a ser.
Pero mi vida no sólo estaba compuesta por conflictos divinos, también tenía problemas mundanos, como cualquier otro ser mortal que se precie. Incluyendo las tareas más aburridas, como las mudanzas.
Semanas atrás, mi hermana y yo rentábamos un departamento pequeño, apto para dos personas, pero luego de la llegada de Peter a nuestras vidas, tuvimos que buscar un espacio más grande.
Y no, Peter no es un bebé, es un muchacho como cualquier otro, solo que después que su padre lo corriera de casa, decidimos acogerlo. Era una bella historia, de la cual me siento orgullosa, pues tomé parte importante del desenlace y conseguí armar mi primera pareja.
Aunque eso significó que Artemisa me declarara la guerra y atentara contra mi vida y la de mi familia.
Bueno, son detalles.
Luego de pasar días buscando, por fin dimos con un piso que cumpliera con nuestras exigencias mínimas. Tenía dos habitaciones principales, y un pequeño estudio que con un poco de creatividad podíamos convertir en un tercer dormitorio. El alquiler no era excesivo, contaba con un baño decente, una cocina, y un sencillo living-comedor.
Sin embargo, al parecer, el Olimpo se resistía a perder su rol protagónico.
—Hola, bienvenidos. Soy su vecina de al frente, les traje un pastel de manzana —dijo una bellísima joven en la puerta de nuestro nuevo departamento.
Me quedé muda de solo verla.
—Eres muy amable —respondió Jane, recibiendo la ofrenda—. A la mayoría de la gente no le agrada recibir universitarios.
—Yo creo que son solo prejuicios, a mí me encanta que llegue gente joven a este aburrido edificio —repuso con una radiante sonrisa—. Un poco de caos no le viene mal a nadie.
Sus palabras me hicieron temblar.
—Por cierto, soy Jane, ésta es mi hermana Liz, y si ves a un chico colorido, su nombre es Peter —anunció mi hermana.
—Es un placer —dijo la diosa, tendiendo su mano—. Yo soy Eris.
Solo cuando Jane se dio la vuelta, descubrí que había estado conteniendo la respiración.
—Que lindo detalle, muero por probarlo —comentó, buscando un plato para cortar la tarta.
Solo entonces salí de mi estupor.
—¡No, espera! —exclamé, cerrando el cajón de los cubiertos para que no pudiera sacarlos. Ella me miró confundida—. Deberíamos... Comer todos juntos, esperemos a Peter y lo servimos para la cena.
—Probar un poco no nos matará —reclamó.
Lo dudo, pensé. Pero no podía manifestar mis preocupaciones en voz alta, nada que proveniese de la desinteresada mano de Eris podía ser sano.
—¿Por qué no invitas a Victor? —pregunté—. Él nos ha ayudado mucho y sabes lo que dicen, a los hombres se les conquista por el estómago.
Jane reconsideró la idea y finalmente accedió.
—Lo llamaré —dijo con entusiasmo, dirigiéndose a su cuarto para buscar su móvil.
—Sí, sí. Haz eso, yo meteré esto a la nevera mientras tanto —respondí nerviosa.
Tomé el pastel con intenciones de arrojarlo a la basura, cuando mi hermana volvió a asomarse a la cocina.
—Y Liz, ¿te sientes bien? —interrogó.
Di un giro dramático para ocultar mis verdaderas intenciones, considerando que el basurero y el refrigerador quedaban en dos extremos totalmente opuestos.
—Ups... Todavía se me olvidan donde están las cosas —aclaré—. Me encuentro perfectamente, ¿por qué?
Mi hermana entrecerró los ojos, sospechando que algo andaba mal.
—No, por nada —dijo finalmente.
Esta vez procuré escuchar sus pasos llegar hasta su cuarto antes de intentar cualquier cosa.
La buena noticia era que Victor estaba en clases a estas horas, lo que me daba un tiempo razonable para deshacerme de la tarta. La mala noticia era que si no encontraba algo con que reemplazarla, mi hermana iba a sospechar.
—¿Eros? —dije, suplicando que por algún milagroso motivo apareciera. Sin embargo no se materializó ni siquiera un pañal—. Tarde o temprano tendrás que venir a devolverme la virginidad, maldito infeliz —mascullé.
Discretamente cogí el tarro de café y vacié todo el contenido en una bolsa que encontré, y que luego tiré por ahí, justo a tiempo.
—No contesta, ¿crees que esté en clases? —inquirió Jane, regresando a la cocina.
—Ah... Puede ser —contesté—. ¿Por qué no le mandas un mensaje?
—Eso hice —dijo, mirando su celular a la espera de una respuesta.
—Por cierto, se acabó el café —señalé, mostrándole el tarro vacío—. ¿No quieres ir a comprar más? Lo necesitamos para acompañar el pastel.