—Hermes, el heraldo de los dioses, divinidad de los viajeros y los comerciantes —leyó Fran. Las siguientes líneas sólo enumeraban un montón de trabajos realizados por encargo de Zeus entre otras tareas.
—El libro de Apolo no sirve de nada —resoplé.
—Apolo no tiene por qué conocer a Emma —señaló.
Pude sentir los músculos de mi rostro contraerse en una expresión refunfuñada.
—Ahora lo defiendes —espeté.
Ella negó con la cabeza y antes de entrar en una discusión sin sentido, continuó leyendo el manual que su padre nos había regalado. Habíamos buscado a la tal Emma Wander en cada una de las páginas del grueso tomo, sin obtener resultados.
¿Cómo me había visto envuelta nuevamente en otra tragedia griega?
Fácil. Eris me dejó un pastel que en el mejor de los casos estaba envenenado y en el peor, iniciaba la Tercera Guerra Mundial. Le supliqué a Hestia que me ayudara, y ella accedió de buena gana, pero la muy floja jamás abandona el Olimpo, así que envió a Hermes con el encargo y él me cobró el pasaje.
Volví a mirar el sobre cerrado que el mensajero me había dejado. A simple vista no parecía más que una carta mundana, con el nombre de una mujer en el destinatario y sin remitente. Nada de otro mundo, pero solo dios sabía el dolor de cabeza que me estaba causando.
Sin mencionar que fue justamente un dios quien decidió traspasarme el problema.
—Temis me pidió que le llevara esta carta a una humana de por aquí, pero llevo tres días buscándola y todavía no puedo encontrarla. Quizás tú tengas más suerte. —Me había dicho Hermes, enseñándome el mugroso sobre.
—¿Y cómo esperas que la encuentre? —pregunté esa vez.
El heraldo sencillamente se encogió de hombros, sin darme ni una sola pista, porque vamos, si estuvo tres días algún rastro debía tener.
—No lo sé, he visto que los humanos suelen buscar información de otra persona en sus perfiles de redes sociales, quizás te sirva.
Ponerlo así lo hacía sonar injustamente fácil. Solo debía poner en práctica todos mis años acosando a los chicos que me gustaban, sin embargo no era tan sencillo.
—No puedo creer que la dichosa Emma no tenga Facebook, ni Instagram, ni siquiera Tinder —bufé.
—Quizás Eros la flechó con un extranjero y se fue del país con el apellido de su marido —sugirió Fran.
—No seas tan optimista y sigue buscando —repliqué.
Por cierto, la parte buena del trato, como siempre, eran las condiciones que los caprichosos señores del Olimpo imponían para destacar mi insignificante mortalidad. Y ya que Hermes era el protector de los viajeros, si no completaba mi parte antes de mi próxima travesía, un accidente podría conducirme directamente al Inframundo. Sí, otra vez.
Y es que, este malnacido jugaba para los dos bandos. Al parecer se llevaba bien con Hades y tenía la estima de Zeus. No podía esperar nada bueno de alguien así.
—Hola chicas, ¿qué tal están?
La voz de la recién llegada me obligó a cerrar mi libro de golpe, escondiendo la carta de Hermes entre sus páginas.
—Estudiando —contestó Fran, con naturalidad.
—¿Preparan sus informes? —cuestionó Ada, trayendo una silla para sentarse junto a nosotras—. Yo también estuve buscando información sobre Eros. ¿Sabían que tenía una novia? Psique, la diosa de las almas gemelas. Creo que es uno de los pocos matrimonios fieles de la mitología griega.
—Sí, ya lo noté —mascullé entredientes, antes de añadir en voz alta—. ¿Por qué decidiste tomar mitología griega?
—Me pareció un tema interesante —contestó.
—¿Y por qué no escogiste uno más ligado a la carrera? —pregunté.
—Supongo que podría preguntarte lo mismo —repuso ella, sacando un espejo de bolsillo y analizando su rostro en él—. Como sea, no importa, de todos modos voy a aprobar.
Dentro de mí no pude evitar desear tener sus niveles de autoconfianza. Quizás venía siendo hora de que me atestara una flecha yo misma.
(...)
—Liz, llegas temprano —comentó Peter al verme llegar—. ¿Cómo te fue?
—Fatal —contesté de inmediato.
No se me ocurría un mejor adjetivo para describir que mi nuevo profesor era el dios griego Apolo, señor de la medicina, la luz, las artes y todas esas tonterías. Además de ser el padre biológico de mi mejor amiga, a quien abandonó a su suerte, como a todos sus hijos. Aunque, bueno, son sólo detalles.
—Eso explica tu cara —señaló el muchacho.
Me dejé caer en el sofá y cerré los ojos, buscando alcanzar la paz interior, cuando unos golpes en la puerta arruinaron mi efímero momento de calma.