—¿Qué hago aquí? —pregunté.
—Cree un acceso directo desde tu nuevo cuarto a éste, ¿no es genial? —respondió entusiasmado.
—¿Y cómo se supone que entre a mi dormitorio ahora? —cuestioné irritada.
Él ni siquiera se inmutó y besó juguetonamente mi mejilla.
—Ahora puedes desear volver.
A veces era irritante que cosas que me parecían imposibles fuesen tan sencillas para él.
—Escucha, tuve un largo día, ¿sí? Solo quería descansar un poco y terminar se acomodar mi ropa antes que se quede empacada toda la eternidad, y tú me traes a tu casa a perder el tiempo.
Sin inmutarse, se tendió en la cama relajadamente y acomodó sus manos detrás de su cabeza.
—No estás deseando regresar —acusó desde su sitio.
Me quedé callada y descubrí que, efectivamente, no estaba haciendo ningún esfuerzo por volver.
—No, porque... —Pensé en una excusa que no implicara delatar lo mucho que lo extrañé—. Quiero saber porque me trajiste.
—Te echaba de menos —contestó.
—¿Y no podías ir y tocar el timbre?
—Sabes que nunca hago eso, es demasiado sencillo.
Levanté mis manos en señal de rendición.
—Olvidaba que nunca te vas por lo simple —dije—. ¿Y por qué el himation?
—Me gusta como te queda. —Por segunda vez, me quedé sin respuesta. Después de tanto tiempo había olvidado que él no tenía vergüenza a la hora de decir ciertas cosas. Aunque, en realidad, su descaro era una de sus características más memorables, lo que había olvidado era cómo tratar con ello—. Yo también tengo fantasías, ¿sabes?
Ese fue el momento en que quise golpearlo.
—Eres un idiota —dije, en su lugar, sabiendo que el calor que sentía en mis mejillas no tenía sentido.
Sin ganas de discutir, me senté junto a él y lo contemplé en silencio, haciendo un nuevo grabado de su rostro en mi cabeza.
No podía mentirme a mí misma, también lo había extrañado, pero a diferencia de él, me costaba admitirlo.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —interrogué.
Él se encogió de hombros, restándole importancia a la respuesta.
—Sembrando el caos, ya sabes, lo típico.
Una leve sonrisa se asomó en mis labios y acepté la invitación a recostarme junto a él, feliz de sentir su calor nuevamente.
De pronto, reconocí la maceta junto a la cama.
—¡Oh, por Dios! ¡Mi virginidad! —exclamé sobresaltada.
Me levanté y con mucho cuidado, tomé la delicada flor entre mis manos, apreciándola con una mezcla de cautela y admiración. Curiosamente, no tuve miedo, y quizás me habría sentido más tranquila experimentando una pizca de temor, como para asegurarme de que todavía no perdía la cabeza.
Sin embargo no fue así, los delicados pétalos rojos me llamaban, buscándome, como si mi presencia fuera otro factor tan relevante como el agua o el aire. Reclamándome como la matriz principal de su existencia.
—La he cuidado bien —afirmó Eros.
—No te perdonaría que no lo hicieras —repliqué.
Se incorporó a mi lado y me abrazó por detrás, pasando sus brazos por mis caderas y extendiéndolos hasta cubrir mis manos con las suyas. Sin decir una sola palabra, guió mis muñecas, acercando la orquídea a mi vientre. Un suave ardor emanó de sus palmas, envolviendo las mías. Esta vez no fue doloroso ni angustiante, sino más bien agradable y arrullador.
Cerré los ojos e inspiré profundamente, dejando que la exquisita sensación me colmara, y cuando volví a abrir mis párpados, mis dedos se encontraban entrelazados a los de Eros y la flor había desaparecido.
Una inexplicable paz me invadió, haciéndome sentir plena y relajada.
—Te extrañé —murmuré finalmente.
—Así como lo dices, no sé si me hablas a mí o tu flor —replicó.
—Serás idiota... —suspiré.
Mas, en cuanto acabé la frase, sus labios atraparon los míos y me encontré respondiendo al beso con una desconocida añoranza. Mis defensas bajaron para permitir que mi lengua vagara con libertad, reconociendo su boca una vez más, pero como si fuera la primera vez.
No fui capaz de recuperar la templanza, ni siquiera al separarnos, al menos lo necesario para que nuestra respiración continuara entrelazada. Me perdí en la calidez de sus ojos, en la ternura que reflejaban. Ese modo en que siempre deseé que alguien me viera, como si le importara, como si...
—¿Cuánto más piensas negarlo? —preguntó en un rasposo murmullo.
—¿Qué cosa? —susurré.