—No puedes pasar un segundo sin ser el centro de atención, ¿verdad? —inquirí mirando al recién llegado.
El dios del amor se presentóen la clínica con un conejo blanco con manchas de colores café recubriendo todo su pelaje.
—Esta vez no es por mí, sino por él —replicó señalando a la criatura, que apenas podía abrir los párpados—. Me lo encontré cerca de tu casa, ¿no te da pena? Apenas abre los ojitos. ¿Dónde quedó tu vocación?
No emití réplica alguna y preparé al conejo para llevarlo junto al resto de los pacientes. La sala de atención era enorme y cada camilla estaba separada de la otra por medio de paneles plásticos, de modo que fuera fácil para los veterinarios movilizarse de un pabellón a otro, sin perder de vista a los pacientes. Así, en uno de los apartados, la señora con complejo de Afrodita y su gato feliz eran atendidos, y del otro, Hambre gruñía contra todo aquel que intentara acercarse.
—Liz, ayúdame aquí —llamó mi supervisora, esforzándose por mantener bajo control al peligroso cercebero.
El guardián del Inframundo se sosegó ante mí presencia, permitiendo que los médicos analizaran la enorme herida que tenía bajo su vientre.
—¿Cómo se hizo esto? —pregunté a su dueño.
—Jugando con sus hermanos —contestó con simpleza—. Suelen sanar a la segunda semana, pero Hambre siempre ha sido un poco más delicado.
Rápidamente, la señora Heber prestó atención.
—¿Y usted permite que sus mascotas jueguen así? —inquirió.
—Pues claro, son niños.
Presentí que iba a reprobar la pasantía por culpa de los dioses.
—La herida es muy profunda, tendremos que suturar —anunció. Ahora que lo tenía entre mis brazos, pude distinguir con mayor claridad el enorme laceración en su estómago. El color carmesí brillaba bajo la luz artificial, acentuando su horrible aspecto—. Lizzie sostenlo mientras aplico la anestesia.
—¿Y qué pasa con mi conejo? —preguntó Eros, fastidiado.
—¿También se come a sus veterinarios? —preguntó Hades, ganándose una mirada de incredulidad de parte de su interlocutor.
No hice caso y acompañé a la doctora Heber durante el procedimiento. Cerramos el pabellón para evitar sensibilidades en los clientes, afeitamos la zona afectada, limpiamos la herida y abrimos un poco los bordes para luego volver a cocerlos. Mis conocimientos me decían que había que tener cuidado con la trasmisión de bacterias a través del contacto con otros animales, pero no sabía si esa regla aplicaba también para los perros del Inframundo. Mientras tanto, me conformaba con saber que la herida no estaba infectada.
Cuando la operación acabó, volví a abrir las persianas, para devolverle su mascota al dios de los muertos.
El ánimo de Hambre mejoró notablemente, saltó de la cama y corrió por toda la sala sin que nadie pudiera capturarlo.
Para entonces, alguien ya se había encargado de la conjuntivitis del conejo de Eros.
—No sabía que tuvieras una mascota —comenté.
—En realidad lo encontré por ahí —contestó. Arrugué el ceño, consciente de lo extraño que era encontrar un conejo suelto en medio de la ciudad—. Fue cerca de tu casa.
Mi boca se abrio en un perfecto círculo.
—¿Qué hacías...?
—Practicaba con el arco, tu parcela es tan grande que puedo entrenar sin temor de sacarle un ojo a alguien... O romperle el corazón.
No iba a discutir ante aquella lógica.
—¿Y cómo se llama? —pregunté.
—¿Quién?
—El conejo —repuse, como si no fuera obvio—. No me digas que lo recogiste sin bautizarlo.
Eros se lo pensó un momento.
—Apolo —contestó finalmente.
Entonces el veterinario a cargo se acercó a nosotros.
—Felicidades, su pequeña tendrá crías —anunció con orgullo.
Por poco, al dios del amor se le desfigura el rostro.
—Creí que era macho —alegó.
El médico negó rotundamente.
—Pero... La traje por un problema a los ojos, nadie me advirtió que estaba preñada —reclamó otra vez.
—Seguramente ocurrió antes de la infección, ya sabe como son los conejos.
Eros seguía pasmado.
—Ella no me lo dijo —musitó sorprendido.
Sin darle tiempo de recuperarse, tomé al conejo y lo deposité en sus manos.
—Felicidades, serás padre otra vez —dije.
—No quiero ser aguafiestas, pero si fuera tú me iría preparando, mantener una camada no es nada fácil —comentó Hades, pasando por su lado.