—Insisto, no lo conozco —afirmé.
Jane no prestó atención y sirvió las tazas de café para que pudiéramos platicar en mi comedor.
—Liz, ahora que sé que te gusta, no planeo quitártelo, si es lo que te preocupa.
—Ni se te ocurra insinuarte. —De inmediato me di cuenta de que mi respuesta me había incriminado—. ¡Que no me gusta!
—Sí, sí. —Le restó importancia a mis reclamos y se sentó frente al indeseado—. ¿De dónde eres, Eros?
—Grecia —contestó el sinvergüenza, sin siquiera inmutarse.
Mi hermana se sorprendió por la sincera respuesta.
—¿De tan lejos? —preguntó—. ¿Y qué te trajo tan lejos?
—Soy un romántico empedernido en busca del amor.
El rostro de Jane no dejaba de mostrar conmoción.
—¡Oh, ya te recuerdo! —exclamó repentinamente—. Eres el chico que Liz asfixiaba con una almohada la otra vez.
—¡Suficiente! —grité—. Jane, no eres mi mamá, eres mi hermana. Compórtate como tal.
—¿A qué te refieres? —inquirió.
—A que dejes de pasarte películas que no existen y... —Miré a Eros—, no le digas nada a mamá.
—Esta bien, pero mi silencio tiene condiciones —aseveró ella.
Casi no podía creer lo que escuchaba.
—¿Qué? ¿Acaso fuiste a darte un paseo por el Olimpo que se te pegaron todas sus malas costumbres? —cuestioné.
Eros dejó escapar una ahogada risita, y de seguro Jane interpretó aquello como una broma interna, dejando pasar la aterradora verdad que ocultaba.
—Dijiste que querías que fuera una hermana mayor, pues eso hago —explicó.
—No, los hermanos menores somos quien chantajeamos a los mayores. No al revés —Discutí.
—Ya ves, nuestros roles están cambiados —sonrió.
Mi rostro ardió de vergüenza y rabia, sintiéndome como una niña otra vez. Me puse de pie y sin pedir permiso, tomé mi abrigo de la entrada y abrí la puerta.
—Vámonos, Eros. —Lo llamé al igual que a un perro.
Él se levantó sin cuestionar mi orden, notablemente divertido con la situación. Se despidió de Jane con alegría y salió detrás de mí.
Bajé los escalones de a dos y apenas el aire del exterior invadió mis pulmones, dejé escapar un chillido colmado de irritación.
—Tu hermana es muy simpática —comentó Eros a mis espaldas.
—¿Qué hacías en mi casa? —interrogué, volviéndome a él con violencia.
—Anoche me dijiste que ibas a hablar con ella y no pude con la curiosidad.
—¡Chismoso! No tienes derecho...
—Sí, ya sé que estuvo mal, pero nunca he sido bueno resistiendo tentaciones y cuando tu hermana me llamó, sencillamente no pude seguir al margen.
—Eres horrible —acusé. En lugar de responder, el dios de las desgracias pasó su mano por detrás de mi cabeza, haciendo aparecer una flecha—. Tus trucos de magia ya no me sorprenden.
Pero él no tenía puesta su atención en mí, sino en un punto que se encontraba a mis espaldas. Me di la vuelta y no encontré nada extraño salvo un montón de gente caminando casualmente por la acera, un grupo de niños jugando, y un chico lanzando un frisbey en la plazoleta de en frente. Mi cabeza hizo cortocircuito al verlo. Iba vestido con unos jeans y una camisa casual, que en nada harían sospechar que guardaba relación con la mitología griega, pero yo ya lo intuía. Después de tantos líos con los dioses, había desarrollado un olfato especial para estos asuntos.
—Hímero, ten cuidado donde apuntas —dijo Eros.
Entonces el muchacho miró en nuestra dirección, entrecerró los ojos y al no ser capaz de distinguirnos, sacó un par de anteojos de sus bolsillos. Ahí fue cuando enseñó una sonrisa traviesa, que me parecía haber visto antes en otra persona.
—Eros, hermano. Lo siento, sabes que sin lentes no veo nada —contestó, acercándose a saludar.
El frisbey en su mano se convirtió en un arco que colgó en su hombro, aunque ningún transeúnte pareció darse cuenta.
—Por poco le das a Liz —repuso Cupido.
—¿Liz?
—Mi casi novia —afirmó, señalando en mi dirección.
—No soy tu novia —rebatí.
—Casi. —Destacó el dios de los embustes—. Te presento a mi hermano Hímero, dios del deseo y el amor no correspondido.
Hímero se acercó y me analizó con detenimiento.
—Creo que ya nos hemos visto —meditó—. ¡Oh, cierto! Recuerdo que un chico estaba enamorado de ti y le di en el blanco. ¿Cómo se llamaba? Empezaba con V... Vladimir, Valentin, Vitorio...