Cupido Otra Vez

Capítulo 19

Girasoles.

¿En qué momento mis pesadillas comenzaron a consistir en jardines de coloridas flores creciendo bajo la luz del sol? 

Lo peor eran los efectos de la olvidada resaca, mis músculos adormecidos y mi garganta seca. 

Eros había intentado convencer a Apolo de cambiarme el lugar, pero él parecía encaprichado conmigo.  No tenía opción, iba a convertirme en flor. 

—Y yo que creía que lo de mi virginidad había sido grave —murmuré contra la almohada. 

¿Cómo iba a explicarle esto a mi familia? Es decir, no podía solo decir: no, mamá, no podré ir a verte porque estaré ocupada haciendo fotosíntesis. 

Eros había intentado convencerme que practicara con él, pero tenía esa mala costumbre de darme por vencida antes de intentar, así que opté por quedarme encerrada en mi cuarto, hasta que llegara mi hora.  Lamentablemente, mientras no me crecieran hojas, tenía que continuar con mi vida humana. 

Salir al exterior provocó que esa parte de mí, que todavía se resistía a la idea de convertirme en flor, cobrara fuerza.  Es decir, no cabía dentro de ninguna lógica pero, ¿desde cuando la mitología griega la tenía? 

—¿Te sientes bien? —preguntó Peter, en la caja vecina.  

"No, de hecho, debería ir a comprar mi maceta". 

—Solo estoy un poco cansada después de anoche —me excusé. 

—Puedo cubrirte un rato si quieres ir por un café —propuso. 

—No quiero meterte en problemas —musité. 

—No te preocupes, escuché que los jefes todavía están en sus casas.  La fiesta de anoche realmente se salió de control. 

"Ni te lo imaginas".

Guardé mis opiniones y me levanté, dirigiéndome a la cafetería tan rápido como mi cuerpo medio muerto me lo permitía.  Sin embargo, por algún motivo mis pies de desviaron y acabé de pie, junto a la jaula de los leones. 

Contemplé a los exóticos felinos en reposo, sin prestarle atención a la gente que los rodeaba, hasta que un par se levantó y vagó por su jaula, causando un estallido de gritos y expresiones de todo tipo entre la emocionada multitud.  No puedo negar que también me sorprendió, los machos por lo general pasaban todo el día descansando, su principal labor era proteger a la manada y estando en cautiverio, no habían muchos peligros de los cuales hacerse cargo.  

Agobiada, encontré un asiento cerca de la reja y me dejé caer, escondiendo mi rostro detrás de mis manos. 

—¿Qué haré? —suspiré. 

—Levantarte y dar la cara, por supuesto —respondió una voz desconocida.  Elevé mi cabeza buscando el origen de aquella repentina afirmación, pero nadie parecía estar prestándome atención—.  En la jaula. 

Seguí la instrucción y volví a centrar mi atención en los felinos.  La pareja que hace un rato merodeaba se había vuelto a recostar, con la cabeza en alto y sus atentos ojos fijos en mí. 

La última vez que escuché de algo tan raro, fue cuando a Harry Potter le habló una serpiente antes de saber que era un mago.   Y lo más cerca que había estado de recibir mi carta a Hogwarts era en Hogwarts Mystery, de modo que solo habían dos explicaciones posibles.  Definitivamente me había vuelto loca, o algún dios griego decidió que sería divertido venir a atormentarme, para variar. 

—Los veo muy optimistas para ser un par de leones encerrados —comenté. Uno de ellos rugió tan fuerte que hizo que el público retrocediera un par de pasos y yo misma me arrepitiera de mis palabras.  Siguiendo su orden, me puse de pie inmediatamente—.  ¿Ahora qué?

—Enfrentas el problema y sales victoriosa —contestó el otro. 

Consejo: nunca le pidan ayuda a un par de leones, su concepto de la vida es muy limitado. 

—Suena bien, ¿por qué no lo pensé antes? ¡Ah! Probablemente porque no tengo ninguna posibilidad de salir victoriosa. 

Temblé cuando llegó a mis oídos el gruñido molesto de las fieras. 

—La otra opción es quedarse llorando y te ves muy patética cuando te quedas con esa —dijo el de la izquierda. 

—Podemos ayudarte, si confías en nosotros, introduce tu mano entre las rejas —habló el de la derecha. 

Parpadeé perpleja. 

—Sí, claro. ¿Cómo no lo pensé antes? Meto mis manos en la jaula de los leones y salvo mi pellejo.  Nunca entenderé la lógica de ustedes, los dioses.  Siquiera puedo saber quiénes son —repliqué. 

—No somos dioses, solo somos un poco menos humanos que tú. 

—Nos llaman Atalanta e Hipómenes. 

Mi primer impulso fue cubrir mi boca, conmocionada, de todos los personajes con los que esperaría encontrarme, ellos jamás estuvieron en la lista.  Los dos amantes que habían sido convertidos en leones. ¡Cómo no lo había pensado al verlos! 



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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