Cupido Otra Vez

Capítulo 24


Estábamos perdidos. 

Pero todavía quedaba una esperanza, si íbamos en contra de nuestros propios deseos y anhelos, claro.

Había dado tantas vueltas en la habitación que podría haber hecho un agujero en el piso, por fortuna el suelo estaba hecho al puro estilo del Olimpo.

—Liz, deja de dar vueltas —sugirió Eros. 

El dueño de casa se encontraba tendido en la cama, contenplando mi estrés desde la vereda del relajo.

—¡No puedo! —exclamé—. Esta vez sí metí la pata bien feo, Eros, y necesito encontrar la solución.

—Ya tienes la solución, Apolo se hará cargo —expresó. 

—Apolo no lo hará gratis. 

—En ese sentido, podría decirse que fueron los humanos quienes enseñaron a los dioses a cobrar por su trabajo. Nadie es tan bueno. 

—Lo sé —bufé. 

Detuve mi atolondrada carrera y me planté inquisitiva frente a él.  Sólo tuvo que estirar un poco sus brazos para tomar mis manos y acercarme con lentitud.  Su suave tacto y su mirada acabaron por tranquilizarme un poco. Lo abracé y guardé silencio, para evitar que mis miedos destruyeran nuestro espacio. 

—Vamos a darle un final feliz a esta historia, no te preocupes —murmuró, acariciando mi cabeza.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —interrogué. 

—Porque te he visto luchar antes y sé que nada puede detenerte. 

—No tengo poderes divinos, Eros.  Soy humana, tarde o temprano encontraré una pared que no seré capaz de derribar —afirmé. 

—En ese caso me quedaré cerca, para ayudarte.  

Le creí, y aunque mis preocupaciones no disminuyeron ni mis miedos tampocos se volvieron más pequeños, me sentí capaz de enfrentarlos.  

Nos mantuvimos así tanto tiempo como nos fue posible, porque en realidad nunca sería suficiente, a pesar que él tuviera la eternidad por delante.  Hedoné ingresó al cuarto siguiendo el protocolo divino, es decir, apareciendo de la nada. 

—¡Vengan a ver esto! —exclamó exaltada. 

Ni siquiera alcancé a ponerme de pie cuando me materialicé en el jardín de nubes que rodeaba el palacio de Eros.  Ahí, bajo las ramas, había instalado una caja para que Apolo versión coneja tuviera sus crías en calma.  Siguiendo el comportamiento habitual, la futura madre había arrancado parte de su pelaje y varias hojas para construir un cómodo nicho para ella y sus crías.  Y debo admitir que los fragmentos de nube le daban un aspecto de ensueño.   

Ya que la oscuridad ayudaba al embarazo, hace días que el sol no salía por estos lados.  La propia oscuridad me impidió distinguir la buena noticia que nos llegó entre tanto caos.  Se trataba de una camada de siete crías, todas desnudas, sin pelo, como ratones apiñándose al lado de su madre. 

Mis manos temblaron de deseo por revisarlas, pero sabía que lo mejor era mantenerme lejos. 

—Son hermosas —señalé. 

—Parecen ratones —opinó Hedoné, acercándose para examinarlos. 

—¡Espera! —advertí—.  No las toques, dejarás tu olor en ellas.  Deja que su madre se encargue. 

—Así no tiene gracias —reclamó.

—¿Y cómo les vamos a llamar? —cuestionó Eros. 

—Ya me encargué de eso, al que nació primero le puse Lunes y al último, Domingo —acotó su hija. 

Mientras ambos se enfrascaban en una discusión respecto a la idoneidad de los nombres, yo me mantuve al margen, apreciando el milagro de la vida.  Las diminutas criaturas buscando la protección de su madre, una coneja con nombre masculino, que pasó sus primeras semanas de embarazo enferma y abandonada, pero que tuvo la suerte de cambiar su destino y había encontrado un hogar en un lejano castillo.  Sus retoños habían nacido débiles y pequeños, ciegos y sin pelos, pero el tiempo les daría las herramientas para valerse por sí mismos.  Era el desenlace más perfecto, y a la vez, el más esperable, porque esa es la lógica bajo la cual se mueve el mundo.  Nadie cuestiona que el  arcoiris sale después de la tormenta ni que va a amanecer por más oscura que sea la noche, asimismo, luego de una desgracia es incluso razonable es augurar un suceso positivo, para compensar. 

(...) 

—¿Cómo que reprobé? —reclamé, mirando la calificación en la hoja.

Como iba diciendo, algo bueno siempre espera después de lo malo.  El problema es que a veces se tarda demasiado y mientras tanto tienes que conformarte con toda la basura que la vida te tire encima. 

—¿Alguien tiene alguna pregunta respecto al examen? —preguntó Apolo a la clase. 

Inmediatamente levanté la mano, incapaz de contener mi conmoción. 

—No puedo aceptar esta nota, yo sé todo sobre dioses... —La fingida carraspera de Fran me recordó que debía guardar silencio si no quería sonar como una loca. 



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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