Cupido Otra Vez

Capítulo 28

—En cierto sentido es bueno saber que hay dioses griegos ahí afuera, porque tienes a alguien a quien echarle la culpa cuando las cosas van mal.

Mi corazón dio salto al escuchar esas palabras. 

—¿Qué? —interrogué. 

Cuando me di la vuelta reconocí a Agnes con un libro entre sus manos, y a un silente Nick a su lado. 

—Percy Jackson —explicó la lectora, enseñándome la portada. 

Entrecerré los ojos, como si ese libro fuera un arma de destrucción masiva. 

—¿De qué trata? —inquirí. 

—De un campamento mestizo donde asisten los hijos de los dioses griegos —explicó Nick—.  Es muy bueno. 

Mi mandíbula se aflojó.

—Perdón, ¿te estoy escuchando elogiar un libro? —inquirí sorprendida. 

—Tiene una buena historia y en teoría, no lo estoy leyendo yo —replicó, levantando los brazos en señal de inocencia. 

Ese fue el momento en que debí haberme dado cuenta que había una persona que había quedado fuera de la ecuación, y me habría evitado un sinnúmero de problemas, pero mi cerebro no era capaz de anticiparse más allá de lo que sucedería esa misma tarde cuando asistiera a la primera audiencia del juicio seguido contra mí padre. 

Es sabido de antemano que hay procesos que toman su tiempo, pero este en particular se había tornado especialmente engorroso, desde que los detectives tenían que llenar con lógica los vacíos argumentales creados por los mismísimos dioses griegos.  Valía preguntarse cuántos casos se habían estropeado totalmente por la imprudencia del Olimpo. 

Guardé los libros en mi taquilla, y me quedé mirando el candado, deseando poder encerrar con tanta facilidad la horrible sensación de que algo malo estaba a punto de suceder. 

—¿Preparada para hoy? —La voz de Fran me hizo dar un salto en mi sitio. 

—No hagas eso —contesté, recuperándome del susto—, por tu culpa casi le caigo de visita a Hades. 

—No es que no seamos bienvenidas allá —comentó mi amiga. 

—No es gracioso —suspiré. 

—Solo quería animarte —contestó—.  Podrías ver el lado bueno. 

—¿Hay lado bueno? 

—Hasta el momento ningún ser divino ha intentado intervenir, en estos días eso es un logro. 

Tenía que darle la razón en ese punto, pero también valía decir que su afirmación estaba colmada de un optimismo infundado, considerando que en mi vida no había lugar para el escepticismo religioso. 

—¿Apolo ya accedió a enseñarte? —inquirí, volteando el tema de la conversación. 

—Es un poco difícil de convencer, pero verás que lo consigo. 

—Eso espero. 

Salimos de la facultad y mi sorpresa fue grande al encontrarme con Eros esperando afuera.  Sentado en las bancas, vestido con ropa casual, relajado como siempre, nadie sospecharía que en realidad era el culpable de la mayoría de los corazones rotos de la ciudad.  Aún así, contaba con ese atractivo sobrehumano que le impedía pasar desapercibido. 

En cuanto me vio, hizo un gesto con la mano a modo de saludo. 

—Vamos a tirarnos en parapente —propuso, una vez que llegué a su lado. 

Mis pulmones detuvieron sus funciones. 

—¡¿Qué?! —exclamé. 

—Desde que te llegó la citación para declarar has estado muy nerviosa —explicó—.  Necesitas relajarte, distraerte un poco. 

—¿Y la mejor idea que se te ocurre es un intento de suicidio? —reproché—.  No gracias, mi corazón ya ha sufrido demasiados pre infartos. 

—Hay gente que lo hace por deporte —comentó. 

—¡Es suicida! —intervino Fran—. ¡¿No te asusta morir?! 

—Soy inmortal —respondió Eros, encogiéndose de hombros. 

—¡Pero yo no! —chillé. 

El dios lo consideró unos minutos. 

—Bueno, plan B —resolvió. 

Así fue como acabé a puertas de La Casa Embrujada, con Fran, Adrian, en uno de esos giros argumentales imposibles de explicar. 

El encargado, un joven alto, con cara de pocos amigos, vestido de negro y la cara pintada de blanco cobró nuestras entradas antes de desaparecer por el pasillo.   Segundos después, la compuerta se abrió, emitiendo un molesto chirrido que pudo haber sido sacado de cualquier película de terror.  El interior era tan oscuro que me recordó al frío corazón de Apolo, porque Anteros no tenía. 

—¿Asustada? —preguntó Eros. 

—Pff... Claro que no. 

Y para demostrar mi punto, tuve la estúpida idea de entrar primero. 

Las penumbras nos envolvieron uno a uno, y cuando estuvimos todos dentro, las puertas se cerraron a nuestras espaldas.   Inmediatamente, una luz verdosa iluminó una estancia similar a un recibidor antiguo, medio abandonado, de esos que sólo existen en las casas coloniales.



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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