Cupido Otra Vez

Capítulo 29

La fachada de la Casa Embrujada era igual a cualquier otra: una casona vieja y abandonada, sus vigas se caían a pedazos, el moho cubría sus paredes, el jardín tenía más tumbas que flores y los árboles disparando sus ramas hacia cualquier dirección.   Encantador, sin duda. 

Pero lo más aterrador no eran los juegos de luces, la bruma en ascenso, ni los efectos especiales elaborados por algún experto, sino que la amenaza real y latente de que algún monstruo salido del imaginario social decidiera aparecerse y quizás, matarnos rápido y sin dolor, en el mejor de los casos. 

Eros había ofrecido para dar una vuelta por los alrededores en solitario, consciente que había una persona ignorante de todo lo que estaba sucediendo en el grupo, lo que lo obligaba a ocultar su verdadera naturaleza.  Mientras tanto, Adrian analizó las entradas de la casa con una serenidad que me hizo preguntarme si sabía lo que era el miedo. 

—No se separen —ordenó. 

Dimos un par de pasos, y entonces escuchamos un agónico grito. 

—¡Nick! —exclamó Agnes. 

—Tranquila, solo debió haberse encontrado con un monstruo —aseguró Fran, nerviosa. 

—Él no puede ver —recordó la joven. 

—¡Háganse a un lado! —gritó Adrian, con un peñasco en su mano. 

Nos apartamos de la ventana, que rápidamente cayó hecha pedazos.  Sin perder tiempo, entramos por la improvisada abertura, cuidando no enterarnos vidrios rotos en la piel.  Llegamos a una sala oscura, comparable a un estudio con un escritorio, un par de sillones y algunas repisas llenas de libros ajados.  

Agnes fue la primera en adelantarse a la puerta del despacho, pero cuando estaba a punto de abrirla, un extraño sonido la detuvo.  En el rincón, había una extraña criatura, de cuclillas, que emitía una especie de graznido ronco y gutural.  Reconocí un par de alas emplumadas a su espalda y sus extremidades tampoco eran precisamente humanas. 

—Dime que es un disfraz —supliqué a Adrian, quien no tuvo respuesta. 

El animal se volteó, revelando su horrible rostro.  Una suerte de mujer pájaro, furiosa y asesina.   

Agnes gritó, al tiempo que esa cosa se abalanzaba sobre ella.  Escapó por apenas unos milímetros, dándole a Adrian el tiempo suficiente para reaccionar y sacar una espada con la que contuvo al monstruo. 

—¿De dónde salió eso? —inquirí nerviosa. 

—Es una harpía —dijo Fran, reconociéndola. 

—¡Salgan! —gritó el herrero. 

Nunca había obedecido una orden con tanto gusto. 

Corrí a la salida y apenas abrí la puerta, otra harpía saltó sobre mí.  Caí al suelo y vi su garra venir a mí, cuando de pronto, algo la golpeó en la cabeza, aturdiéndola y dándome espacio para escapar.  

Fran estaba de pie, con los restos de la silla que había usado para noquear a la criatura en su mano. 

—¿Desde cuándo que andaban en grupo? —comenté.  Quizás debí haber estudiado más en las clases de Apolo—.  Dios, por esto reprobé. 

La mujer mitad pájaro volvió a saltar sobre nosotros y la primera en salir corriendo fue Agnes, quien desapareció por el pasillo, gritando. 

—¡Espera, no tenemos que separarnos! —La llamó Fran, usando las patas de la silla como escudo. 

Aproveché ese instante, en que su atención no estaba puesta en mí, para tomar uno de los cuadros colgados en la pared y aventárselo en la cabeza, por detrás.   Fran dio un paso adelante y completó la jugada, usando los trozos de madera que todavía servían de algo. 

Esa fue nuestra oportunidad de correr. 

Nos encerramos en una de las habitaciones y cerramos la puerta en la fea cara de pájaro que nos venía siguiendo.  Sin embargo estábamos lejos de estar seguras, ya que unas afiladas garras atravesaron la tabla que nos separaba de la muerte.  

Mientras Fran sujetaba la puerta, fui por una mesa y la empujé para tapar la entrada, luego una silla, después un librero y así, hasta que estuvimos medianamente a salvo. 

Los fuertes golpes de la harpía continuaron y era hecho que nuestro fuerte no resistiría demasiado. 

Abrimos la ventana, buscando otra ruta de escape y a ambas se nos escapó un chillido colmado de terror cuando una figura apareció del otro lado.  

Mi corazón volvió a latir cuando reconocí a Adrian. 

—Rápido, salgan.  Explicar sus muertes sería un fastidio. 

No fue necesario repetir. 

Aún en la oscuridad, su rostro se notaba cansado, debido al enfrentamiento.  Nosotras no debíamos tener mejor semblante, Fran estaba pálida y yo sentía el sudor cubriéndome. 

—¿De dónde sacaste la espada? —preguntó la hija de Apolo. 

—La traje tan pronto supe que el plan era de Eros, las ideas de los dioses nunca salen bien —contestó con monotonía. 



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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