Este podía ser el día más feliz de mi vida o el más decepcionante y todo dependía de la decisión de una persona, que se encontraba en el estrado y que iba a tomar la decisión final.
No quise la declaración de mi papá, no quería escucharlo mentir descaradamente solo para salvarse el pellejo, no quería escuchar otro cuento como el que le inventó a Jane. Sólo necesitaba saber el resultado final, nada más.
Y por esa necesidad de la justicia de dilatar los procesos, el veredicto se pasó para la tarde, así que pasé toda una mañana ansiosa.
Estaba en casa cuando la botella de alcohol nuevamente cruzó mi mente, como una vía de escape rápida a las preocupaciones. Yo misma me había encargado de desaparecer todo el suministro, pero siempre era posible obtener más en cualquier tienda.
Así fue como acabé caminando en el campus de la universidad, buscando una manera de distraer mi mente. No puedo mentir, tenía un grupo de apoyo en WhatsApp, el de la terapia, para cada vez que necesitáramos hablar, pero en ese minuto no quería hacerlo. No necesitaba contarle mis problemas a nadie, todos lo conocían, al menos en lo que respecta a mi irresponsable padre, y en realidad, estaba un poco cansada del mismo tema día tras día.
Quería un momento a solas, pero a la vez, si me encerraba iba a caer, el vicio me acechaba.
Cuando pasé por la cancha escuché los vítores del partido y recordé que ese día también se jugaba el partido mixto.
Sin pensar, saqué mi móvil y llamé a Adrian.
—¿Cómo siguen Fran y Agnes? —inquirí.
—Ni se han movido de su sitio —respondió con monotonía.
—No es gracioso.
—No tiene que serlo —contestó tranquilamente. Dejé escapar un suspiro—. ¿Eso es todo?
—Bueno, sí. —Dudé.
—Entonces adiós.
—¡¿Qué?! ¡Espera! —exclamé. Mi voz se mezcló con los gritos de la multitud al ver que por poco los chicos hacen un gol, al no escuchar el tono de rechazo, continué hablando—. ¿Has sabido algo de Eros?
—¿Por qué me llamaría a mí antes que a ti? —inquirió.
Buen punto.
—¿Y de Atenea?
—Ojalá nunca saber de ella —repuso.
Fruncí los labios, justo al tiempo que las chicas recuperaban el balón.
—Ósea que no has tenido noticias —concluí.
—No —dijo, con una sinceridad que dolió. Hubo un silencio en la línea, que se sintió más fuerte que los gritos de cuando el equipo femenino anotó—. Liz —habló, una vez que se hubo calmado el bullicio—, déjale los asuntos divinos a los dioses. Solo eres humana.
Su despedida fue fría, pero reconfortante a la vez. Así era él, un amigo incondicional, que no te dedica palabras cariñosas, sino que te golpea con la realidad.
Me quedé mirando el partido, detrás de las rejas que bordeaban el perímetro, no pasó mucho antes el árbitro soplara el silbato y diera por terminado el encuentro, con una victoria para las mujeres. Los gritos se alzaron y la decepción se marcó en el rostro de los perdedores. Celebré en silencio y mentalmente felicité a cada una de las jugadoras por su logro y también a los jugadores, por haber dado lo mejor. Sin querer, habían sido mi distracción de la tarde, e impidieron que cometiera una estupidez.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo y me apresuré en contestar cuando vi el número de Jane. Ese día ella había acompañado a mamá a escuchar el veredicto, mientras yo era la que buscaba alejarse de los problemas. Por una vez, nuestros roles se habían invertido y nos sentaba bien a ambas.
La emoción en su voz me anunció el resultado mucho antes que sus propias palabras. Una condena por lesiones, la justicia había pasado por alto todos los años de maltrato y finalmente, sólo lo había castigado por la violencia ejercida esa tarde en que Atea tomó el control de su mente.
Quizás debí haberme enojado, por lo menos sentir la frustración de que hubieran hecho la vista gorda al infierno que me hizo vivir toda mi adolescencia, pero en realidad, acabé inspirando profundamente y al exhalar, fue como si me deshiciera de un enorme problema. Por fin alguien le había puesto el alto a sus abusos. No era suficiente, y odiaba conformarme con tan poco, pero al menos me daba paz, y podía ser feliz con solo eso.
Mi primer impulso fue buscar el número de Fran en mi lista de contactos, luego recordé que ahora su cuerpo decoraba la casa de Adrian. Me quedé mirando la pantalla oscura, no es que no quisiera ir con mi familia a celebrar, pero tenía la necesidad de ver a una persona antes.
Le mandé un mensaje a Jane diciéndole que llegaría más tarde a la celebración y me dirigí a la parada de autobús, chocándome con la multitud que hacía abandono de la cancha.