Les voy a contar una historia sobre una chica que le gusta un chico, desde hace bastante tiempo, y cae destrozada porque este idiota comienza a salir con otra. ¿Muy cliché? ¡Pues jodánse porque me acaba de pasar!
Pedí otro vaso de vodka pensando que tal vez el alcohol podía apagar mi llanto, pero solo me hacía sentir peor.
Estaba plenamente consciente de ello, el alcohol no sirve para pasar las penas, solo te hace olvidar en el momento, pero los problemas siguen. Me sabía la lección de memoria, pues solía abrazarme al inodoro varias veces al mes, y nunca aprendía.
—Lizzie, creo que ya es suficiente —dijo Francisca, mi mejor amiga—. Hay muchos hombres en el mundo como para morir por uno.
—¡¿Por qué le tenía que gustar mi hermana?! —chillé—. Es decir, no somos muy distintas, tenemos los mismos padres, vivimos en la misma casa, tenemos el mismo tono de pelo y de ojos, aunque los míos son un poco más oscuros. Bueno, ella es un poco más alta, y más delgada, y...
—Lizzie, Lizzie—llamó Fran, interrumpiendo mis divagaciones—. Eres bellísima.
—¡Eres mi mejor amiga! Es lo mismo que me lo digas tú o mi madre —acusé.
El encargado trajo mi pedido, pero antes de poder tomarlo, Fran se me adelantó y lo apartó de mí.
—¡Ey! —reclamé.
—Ya bebiste suficiente, llamaré a un uber —anunció mi amiga.
—Eres mala —lloré.
Mientras Fran intentaba usar la aplicación y mantenía lejos mi vaso de vodka, terminó la canción que un joven moreno estaba cantando en el karaoke. El muchacho devolvió el micrófono y el animador dijo algunas palabras por su actuación, antes de incitar al público a escoger una nueva pista.
Levanté mi mano y corrí lo más erguida que pude a la tarima, siempre con dignidad.
—¡Tenemos una participante! —exclamó el hombre, ignorando mis evidentes copas de más.
Fran ni siquiera se dio cuenta que me había movido hasta que fue muy tarde. Desde el escenario pude ver su cara de horror al encontrarme en el centro de todas las miradas.
—¿Qué canción vas a pedir? —El animador me dedico una gran sonrisa y extendió el micrófono para escuchar mi respuesta.
—Está canción se la quiero dedicar a alguien muy especial para mí —expliqué, con la lengua suficientemente sobria como para no enredarse—, se trata de un chico que llena mis días de alegría y felicidad, la persona en quien pienso constantemente, especialmente cuando escucho la palabra «amor».
—¡Veo que eres una joven romántica! —comentó entusiasmado el animador.
—Sí. ¿Cuál era tu nombre? —inquirí.
—Felipe —respondió el hombre.
—Felipe —repetí—. No me interrumpas, por favor. Como iba diciendo, yo sé que este chico no me va a escuchar, pero espero que al menos le lleguen mis sentimientos.
Algunos aplausos se hicieron oír en el público, miré a Fran, cuya mirada decía «No hagas ninguna estupidez».
Sin embargo ya la había hecho, desde el momento en que había decidido subirme a la tarima, o quizás incluso antes, cuando conocí a Victor, o tal vez cuando tomé una serie de decisiones equivocadas que me llevaron a esto. Pero en ese momento no me importaba.
Cuando dije el nombre de la canción, Felipe me miró con horror, pero no me arrepentí, hice un gesto al Dj, quien parecía divertido con mi elección, mientras que los demás asistentes se habían quedado en completo silencio.
La música comenzó a sonar y sin preocuparme por mi horrible voz, canté.
—Rata inmunda, animal rastrero...
Escuché algunas risas entre el público, quienes ya habían caído en cuenta que en el escenario se encontraba una chica despechada y borracha, la peor combinación posible.
Antes que mi dignidad cayera, Fran se subió y me arrebató el micrófono de las manos, me resistí, pero mi condición no me permitía ofrecer demasiada defensa.
—A estas alturas de tu carrera ya deberías saber lo que una mujer con unas cuantas copa de más es capaz de hacer, Felipe —dije al animador, antes de bajar por la fuerza.
Fran me metió apenas en un auto que no sé de dónde salió, sabía que no tenía caso discutir conmigo, por lo que guardó silencio todo el viaje.
Ojalá yo hubiese tenido su entereza, pero en vez de mantener la compostura, a los pocos metros de recorrido comencé a llorar y a maldecir.
El vehículo nos dejó afuera de mi departamento, Fran pagó y me llevó hasta mi piso, soportando mis comentarios sin sentido y mi mal aliento.
No fue necesario buscar las llaves, mi hermana abrió la puerta al primer llamado y nos hizo pasar.
Vivía con mi hermana en un pequeño departamento en el centro de la ciudad, habíamos nacido en un campo no muy lejos de acá y nuestros padres nos habían permitido migrar para asistir a la universidad.