Aproveché lo que me quedó de día para decolorar mi cabello y darle un nuevo tono rojo. Jane llegó muy tarde, rebosando de alegría, y preferí que mantuviéramos las distancias. Todo parecía estar yendo mal entre las dos y no quise empeorarlo, ahora que nos encontramos en paz.
Ella no pareció notar mi actitud distante, y si lo hizo, tampoco le importó, estaba demasiado feliz. Iba de un lado a otro con pasos ligeros, casi bailando al ritmo de la canción que tarareaba.
—Aun no entiendo por qué insistes en cambiarte el color, nuestro rubio es lindo —comentó, cuando me vio salir del baño, luciendo mi nuevo cabello rojo.
Me encogí de hombros, sin encontrar ninguna buena respuesta a su pregunta más allá del hecho de que nuestras personalidades eran tan distintas como la luz y la oscuridad, y ya se imaginan qué papel ocupaba cada una.
Mientras cenamos tuve que aguantarme escuchar todas las cosas maravillosas que Victor había hecho ese día. Sus ojos brillaban, estaba tan emocionada y yo no podía corresponder a esa emoción.
No me mal entiendan. Era mi hermana y la amaba, pero esa vez no podía compartir su alegría.
Me tocaba a mí lavar los trastos, y ella se ofreció para secar, pues quería seguir contándome sus aventuras con su nuevo novio, lo que significó otra hora más de tortura. Se sentía tan feliz, tan dichosa, y me alegraba saber que estaba bien, pero era tan difícil ocultar que sus palabras me pinchaban el corazón.
Era horrible.
Cuando acabamos caminé a mi habitación, solo quería dormir y despertar en un mundo donde no me gustara el novio de mi hermana.
—¿Está todo bien? —preguntó Jane.
—Sí, solo estoy cansada, he tenido un largo día. —No era una mentira del todo.
Mi hermana me dirigió una mirada comprensiva que me hizo sentir aún peor, antes de dejarme partir.
Una vez en mi cuarto, apagué las luces y me tiré en la cama. Ni siquiera tenía ánimos de ponerme el pijama. La conversación me había desanimado a tal punto, que nuevamente sentía el corazón roto.
Al menos, esta vez tenía una esperanza. Eros iba a hacerme olvidar, si completaba el maldito acuerdo. De modo que a la mañana siguiente me levanté temprano con aquel único objetivo en mente. Solo necesitaba llegar a casa de Adrian y retirar mi arco, pronto sería una mujer libre.
Jane preparó el desayuno, estaba más feliz que mujer comprometida. Cuando vi la mesa del comedor tan perfecta, llegué a preguntarme si había invitado a Victor a comer.
—Como te veías tan desanimada ayer pensé en hacer que tu día empezara bien hoy —dijo.
¡Santo Cielo! ¡¿Por qué tenía que ser tan buena persona?! Estos detalles solo me hacía sentir peor. Mantuve mi ánimo arriba y le agradecí el gesto con una enorme sonrisa, confiando en que pronto esta tortura acabaría. En silencio, serví un poco de cereal en mi plato y los mezclé con yogurt, Jane decidió partir con unas tostadas.
En ese momento llegó nuestra llamada de sábado por la mañana.
Ambas nos limpiamos la boca y Jane apretó el botón de contestar, prendió el altavoz y elevó el móvil para que nuestras voces pudieran escucharse fuertes y claras.
—¡Buenos días, mamá! —gritamos al unísono.
Esta era una buena mañana. Hace tiempo que no me sentía tan bien en casa, era como si la promesa de Eros me hubiera renovado, llenándome de esperanzas.
Hablamos un rato con nuestra madre y luego terminamos el desayuno. A pesar de que era el turno de Jane, ya que ella había preparado la comida, decidí reemplazarla en el fregadero.
Todo iba de maravillas.