Cupido por una vez

Capítulo 7

Eros se ofreció a ayudarme con las bolsas, pero yo rechacé su ayuda. Agradecí que me hubiese traído hasta mi casa y me bajé con todos los paquetes entre mis manos. Había cargado cosas más pesadas con anterioridad y la ciudad no iba a ablandarme.

 

Entré al edificio, sintiendo cómo mis emociones se revolvían en mis estómago. Ser la víctima de las bromas de Eros no era para nada gracioso.

 

Entonces, como si la vida quisiese darme el golpe definitivo, vi a mi hermana y a su novio entrar.

 

Cuando Jane me reconoció, una sonrisa iluminó su rostro y corrió a abrazarme. Yo la recibí algo aturdida. Estaba consciente que mi larga ausencia la había preocupado.

 

—¿Dónde estabas? —preguntó, usando su tono de hermana mayor responsable—. ¡Te hemos buscado por toda la ciudad! ¿Por qué no respondiste mis llamadas? Tenía tanto miedo de... —Cortó la frase y movió su cabeza de un lado a otro, haciendo a un lado la trágica idea que ocupó sus pensamientos durante las últimas horas—. Me alegra que estés bien.

 

En cuanto mi hermana me liberó de sus brazos, vino el segundo en la fila. Victor Olivier, su novio, también conocido como: El chico de mis sueños.

 

Sentir sus brazos a mi alrededor no me hizo nada bien, mucho menos tener su cuerpo tan cerca, ni oler su perfume ni percatarme del alivio que sintió al encontrarme sana y salva. Nada de eso era bueno para mis emociones.

 

Me quedé ahí, esperando que la hora de los abrazos acabase, antes de inventar una explicación.

 

—Gané un concurso en el supermercado —dije, señalando el montón de bolsas que me acompañaban.

 

En realidad, no se sentía como si realmente hubiese ganado el concurso, más bien parecía que Eros me hubiese regalado todo, inventando una tonta excusa.

 

Sin embargo, por el momento, la idea del concurso servía para explicar mi prolongada ausencia.

 

—¡Oh, vaya! —exclamó Jane, sorprendida al ver tanta mercadería—. ¿Cómo llegaste a casa con todo esto?

 

—Tardé un poco, pero fue como cargar la bolsa de comida para los caballos, ¿recuerdas lo mucho que pesaba? —Intenté sonreír, pero mis labios temblaron y desistí.

 

—Pudiste haberme llamado —alegó Victor—. Te habría traído en mi auto.

 

«No, definitivamente esa no era una opción, a menos que quisieras secar mis lágrimas después»

 

—Lo tendré en cuenta si vuelvo a ganar algo —respondí.

 

—Llevemos todo esto arriba —propuso Jane.

 

—Yo las ayudo. —Ofreció su novio, con galantería.

 

—Es tarde, pero si quieres puedes quedarte a cenar con nosotras —dijo mi hermana.

 

Deduje que ninguno de los dos había comido aún por estar enfocados en mi búsqueda. Debían estar hambrientos.

 

—Yo cocino —señalé.

 

No tenía intenciones de ser la hermana menor molesta, ni tampoco quería estar presente si los novios deseaban darse cariño en mi sofá. Prefería encerrarme en la cocina, y de alguna manera, retribuir el tiempo que perdieron por mi causa.

 

Ninguno se opuso, así que recogimos las bolsas y tomamos el ascensor.

 

Piso 11. Habitación 115.

 

Jane me ayudó a guardar la mercadería, mientras su novio llamaba a sus padres para informar que su «cuñada» estaba bien y se quedaría a comer con nosotras.

 

¡Como dolía!

 

Cuando Victor terminó de dar explicaciones en su casa, mi hermana me abandonó para ir a hacerle compañía. Cerré la puerta de la cocina y puse la música en mi móvil al máximo volumen, para no tener que escucharlos.

 

La parte positiva del día fue descubrir que los huevos estaban sanos y salvos, así que para celebrar, puse el sartén a fuego lento y quebré unos cuantos.

 

Dejé mi arco apoyado junto al refrigerador, nadie se había percatado de su presencia el día de hoy, ni siquiera mi hermana o Victor, quienes lo tuvieron frente a sus narices. Por lo tanto, acabé por asumir que algún hechizo lo mantenía oculto. La próxima vez iba a preguntárselo a Adrian.

 

Estaba a punto de terminar la cena cuando la voz de Sia fue interrumpida por mi aburrido tono de llamadas. Seguía usando el de fábrica, porque era demasiado floja como para cambiarlo.

 

Miré la pantalla y no me sorprendió ver el nombre de Francisca.

 

—¡¿Dónde estás?! —gritó, desde el otro lado de la línea.

 

—No hay problema, estoy en casa —dije, apagando el sartén.

 

—¡Tu hermana me llamó! Pensamos que te habían secuestrado, o te habías ido a emborrachar sin avisar a nadie, o que estabas muerta, o perdida en algún barrio de mala reputación, o—



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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