Cupido por una vez

Capítulo 8 (II Parte)

 

 

 

—Primero, solo puedes disparar a una persona de la pareja, no a ambos, ósea uno ya debe estar sintiendo atracción por el otro —explicó. 

—Eso no es como me lo enseñaron en las películas —repliqué. 

—Ahora te estoy enseñando yo —repuso—. Si pudieras flechar a los dos, no sería un desafío. 

—Estás cambiando las condiciones, Cupido —reclamé. 

Una sonrisa traviesa atravesó la boca de Eros. 

—Solo te di una parte de mis poderes, pero si quieres tener más, tendremos que celebrar otro acuerdo —sugirió. 

Mi boca se abrió y di un paso hacia atrás, sabiendo lo que su propuesta implicaba. 

—Esta bien, me conformo —resolví. 

—Como quieras —Se encogió de hombros—. Segunda regla, no puedes volver a flechar a alguien que ya hallas flechado. Solo un disparo por persona. 

—De acuerdo —hablé. 

—Tercero, no puedes flechar a nadie para enamorarlo de ti, no te pases de lista. Ni tampoco usar las flechas para hacer que alguien que se sienta atraído por ti cambie su foco de atención hacia otra persona, si ya cayó en tus encantos, no hay nada que puedas hacer. 

—¿Qué clase de estúpida regla es esa? —inquirí. 

—Una muy divertida —sonrió Eros. 

—¿En serio crees que voy a usar tus flechas para buscarme amantes? —Lo reproché. 

—No lo creo —contestó—, pero es una norma básica. Una vez negocié con una espía, creo que se hacía llamar Mata Hari, me convenció y usó mis flechas para conquistar militares, entonces decidí que no podía volver a omitir esa regla. Era una mujer muy bella, es una lástima lo que pasó. 

—¿Bromeas? 

Eros negó con la cabeza. 

Debo decir que no me lo esperaba. Hasta ahora solo lo había visto como un idiota que disfrutaba gastándome bromas de mal gusto. Pero no, de partida, todo comenzó porque era un dios griego, en específico, el del amor. Su existencia se remontaba a cientos de años atrás, por lo que no debía sorprenderme que conociera a un icono de la sensualidad, como lo era Mata Hari. 

Me pregunté para mis adentros a cuántas mujeres como ella había conocido. Probablemente jamás sabría la respuesta. 

—No te ostigaré con más reglas, procedamos a la acción —dijo Eros. 

Lo seguí a través de todo el parque hasta una banca donde podía verse la panorámica del lugar. Era el típico paisaje que te esperas encontrar, con niños corriendo, enredándose en los juegos, padres orgullosos, madres solteras, parejas felices, chicos en bicicleta, grupos de amigos... Nadie era consciente que junto a ellos se encontraba el mismísimo dios del amor. 

—¿Quién crees que puede ser la próxima pareja feliz? —preguntó Eros, como si se tratara de un concurso. 

—No lo sé —respondí. 

—Pues mira y busca. 

Dejé que mis ojos vagaran por la escena, prestando atención a todos los presentes. Este ejercicio estaba poniendo a prueba mis escasos poderes de concentración. 

—Yo veo muchos posibles candidatos desde aquí —comentó casualmente Eros. 

—Cierra la boca, Cupido, estoy buscando —reproché. 

—Si no te apuras, todas estas personas van a envejecer solas —replicó. 

Guardé silencio, mis pupilas iban de un lado a otro examinando la escena, sin divisar ninguna potencial pareja. 

—Por qué los humanos son tan lentos para percibir el amor —suspiró Eros—. ¡Está en el aire y aún así no lo sienten! 

—Estoy buscando, Dios de la Impaciencia. No es tan fácil —Me defendí. 

—¡Piensa en los clichés! ¡Me encantan los clichés! Hacen mi trabajo mucho más fácil —sugirió. 

Repasé nuevamente todo lo que aparecía en mi campo visual. A la tercera pasada encontré algo útil. Un grupo de amigos, como cualquier otro, dos chicas morenas, un rubio y un joven pelirrojo, éste último no podía apartar la mirada de una de sus amigas. 

—¡Lo tengo! El pelirrojo de allá —indiqué. 

Eros miró en la dirección señalada y asintió. 

—Bien, Lizzie, ya me sorprendía que no vieras ese punto rojo de allá —respondió—. Ahora dale al muchacho su morena, para que sea feliz. 

—¿Yo? —pregunté, como si no fuera obvio. 

—Claro, ¿no practicaste nada con Adrian? Creí que para eso dibujó círculos rojos en su patio. 

—Así que Cupido estuvo espiando —comenté. 

—Parte de mis labores como dios —Se excusó—. No hagas esperar a Ron Weasley. 

Elevé mi arco, acomodé una flecha entre entre mis manos y me preparé para atacar. Tenía mi atención puesta en la chica morena, era un objetivo en movimiento, así que tenía que concentrarme en sus pasos, la velocidad de su avance, la probabilidad de que alguien se cruzara a último minuto, todo debía quedar comprendido en mis cálculos. 



#20594 en Fantasía
#12007 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.