Pasó el lunes, pasó el martes y llegamos a miércoles. Fue ahí cuando decidí ponerle fin a mi agonía, y en cuanto salí de clases tomé la línea tres, el recorrido que me llevaba a casa de Adrian.
A estas alturas, no recordaba bien el camino, pero luego de un par de vueltas, logré dar con aquella casa con rosas en el jardín.
Toqué la puerta un par de veces, sin obtener respuesta.
Estaba aceptando la idea de que probablemente no había nadie en casa y debía regresar otro día, cuando me encontré con el rostro de Adrian que venía bajando la calle.
Traía una bolsa en cada mano y la mirada perdida, sin deseos de hacerse parte de la realidad.
—¡Adrian! —grité, captando su atención.
No hizo ningún reconocimiento hasta que estuvo junto a la puerta de su casa, dejó las bolsas en el suelo para buscar las llaves y solo entonces, me habló:
—Te tardaste —comentó, casualmente.
No comprendí el alcance de sus palabras hasta que ingresé en su casa y mis ojos cayeron en el arco que se encontraba en una mesa a la entrada.
No sabía que decir, estaba esperando poder explicarle a Adrian lo sucedido en el parque y convencerlo de diseñarme un nuevo arco, sabía que iba a ser difícil e incluso hipócrita, pero confiaba que podía tener compasión, o al menos lastima, y accedería a mis ruegos.
Encontrar el objeto mágico en la casa de su creador cambiaba por completo el panorama.
—Lo siento —dije.
Era lo único que podía decir a esas alturas, lo único que realmente valía la pena. Había menospreciado su trabajo, esa noche que pasó sin dormir, forjando una herramienta que me fuese útil, cuidó cada pequeño detalle y me enseñó a usarlo, para que luego yo lo dejara olvidado por ahí.
Comprendía si me odiaba, si quería devolverlo o si me echaba de su casa en ese mismo momento.
Pero su expresión no cambiaba, se quedó mirando su obra, y luego, se dispuso a guardar las compras. Ignorando por completo mi presencia y mis disculpas.
Sí, tenía sentido. Adrian no solía prestarme mucha atención y luego de lo que le hice, podía entender que no quisiera volver a dirigirme la palabra.
No estaba segura si este era el momento donde tomaba el arco y me marchaba, para no volver nunca más, o simplemente me iba con las manos vacías.
Estaba debatiéndome entre una y otra opción, cuando Adrian regresó, con un carcaj de flechas a cuestas, que me entregó.
—¿Qué...?
—Me hiciste una promesa, ¿recuerdas? —Me interrumpió.
Mi mente regresó una semana atrás, en esta misma sala, cuando Adrian me pidió que uniera a sus padres.
Nuevamente, me sentí como la peor persona que pisa la tierra.
—Adrian, lo siento —Me apresuré en decir—. Tenías razón, no es sencillo, estoy trabajando con los corazones de la gente y no puedo...
Creí que nuevamente me estaba ignorando, afortunadamente no fue el caso.
—Eros me contó que te afectó fallar un tiro —dijo—. Es más normal de lo que crees, diseñé una herramienta que aumentara tu probabilidad de acierto, pero siempre existirá un pequeño porcentaje que te hará fallar y solo con la práctica podrás hacer que las cifras estén a tu favor.
—Destruí la amistad de unos chicos —informé.
—No eres la primera en hacerlo.
—Pero no quería hacerlo. Y Eros solo se quedó ahí. ¡No hizo absolutamente nada!
—No tiene por qué hacerlo, él nunca hace nada. —Sus palabras me dejaron helada—. Creo que es primera vez que me pide que fabrique un arco, por lo general deja que sus contratantes encuentren el camino por su cuenta, tampoco es que tenga la obligación de hacerlo.
—¡Es el dios del amor! —reclamé.
—Pero en el acuerdo nunca dice que te ayudará a cumplir tu parte, debes encontrar el camino por tu propia cuenta, sino no tendría sentido. Piénsalo, si Eros repara tus errores, eventualmente incluso armará las parejas por ti, ¿Dónde queda tu esfuerzo en ese supuesto? ¿Qué contrato estas cumpliendo?
Recordé las palabras que Eros usó en el auto aquella noche. Detesté la idea de sentir que era yo quien estaba equivocada.
—No quiero lastimar a nadie —respondí.
Adrian me miró fijo, su mirada me penetró de tal forma que sentí que todos mis pensamientos quedaban expuestos.
—Siéntate un momento, te hará bien —sugirió.
Me acerqué al sofá donde me senté la primera vez que estuve en esta casa. Adrian me ordenó calmar mis nervios, respirar profundo y despejar mi mente. Hice caso a todas sus instrucciones, a pesar mis manos no dejaban de temblar.
Me estaba costando trabajo ser razonable, no era una diosa ni tenía sangre celestial corriendo por mis venas, era una humana corriente, que solo habló demás y ahora estaba metida en un problema de grandes magnitudes.